Este artículo es parte de una serie que cuenta con 4 partes. Si tienes ganas de leerlo desde el principio, puedes ver empezar por la Parte I


IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Concluimos con nuestro análisis de lo que representa el Talmud para el Judaísmo, pero enfocando el tema desde una perspectiva no necesariamente religiosa, sino histórica.

La religión es un fenómeno complejo, y no se le puede hacer peor injusticia que reducirlo todo a decir algo así como “es que D-os se nos apareció, nos dijo que hiciéramos esto, y nosotros sólo lo obedecemos”.

Lamentablemente, es la actitud con la que muchas personas hoy en día, pleno siglo XXI, se siguen acercando al texto bíblico, suponiendo que se trata de un dictado mecánico por parte de D-os, al que hay que obedecer como mera receta, y que cualquier cosa que parezca “desviarse” debe ser inmediatamente rechazada como “herejía”.

El mejor argumento para estar en contra de ese simplismo es la Torá Escrita, un texto redactado en un contexto antiguo y que, por lo mismo, refleja la realidad cotidiana de ese contexto antiguo. Por esa razón, su aplicación literal ha sido imposible en la práctica desde hace unos 2600 años.

Desde entonces, el Judaísmo desarrolló un concepto genial que le ha permitido preservar la esencia de la Torá Escrita, pero logrando siempre adaptarla a cualquier situación, en cualquier lugar, en cualquier momento. Ese concepto es la Torá Oral.

A los detractores del Judaísmo Rabínico les parece escandaloso la pura idea de que haya una especie de “Torá complementaria” que, en apariencia, tendría como objetivo tergiversar el texto de la Torá Escrita. Pero ese es un entendimiento chato y falaz de lo que es la Torá Oral.

Pero la Torá Oral es algo más complejo que eso.

En primer lugar, es un hecho que escritura y oralidad son una dupla inseparable en la historia de cualquier religión que haya llegado al punto de elaborar un texto sagrado. En segundo lugar, es un hecho que la escritura surge de la oralidad, no al revés. Siempre, inequívocamente, primero hay un cúmulo de tradiciones orales que luego son la fuente para la elaboración del texto sagrado.

La Torá Escrita da fe de ese proceso. Su propia narrativa hace evidente que el concepto de Torá Escrita está íntimamente ligado al de Torá Oral.

Milenios antes de que la humanidad desarrollase disciplinas como la sociología o la antropología de la religión, el Judaísmo ya tenía bien definida la noción del texto escrito como algo fijo en una época pretérita y, por lo tanto, necesitado de una contextualización, y la tradición oral como sustrato del que surgió ese texto escrito y, por lo tanto, vehículo para lograr la adaptación de lo escrito a lo actual.

Toda esa lucidez se consolida en una obra monumental, aparentemente caótica, pero bien enfocada hacia el objetivo de capacitarnos para saber cómo usar la Torá Escrita. Tradicionalmente, se dice que esa obra monumental fue “la puesta por escrito de la Torá Oral”, y no es otra cosa sino el Talmud.

Pero hay que aclarar: no se trata de una “Torá paralela”. Ni siquiera de un intento por ofrecer una interpretación “oficial” de la Torá Escrita.

El Talmud es, antes que nada, una escuela. Una voluminosa colección de discusiones sostenidas a lo largo de ocho siglos, cuyo objetivo es eminentemente didáctica, si bien no está enfocado a la información o los datos, sino al criterio.

Es decir: no se trata del libro de recetas que nos permita contestar todas las preguntas sobre la Torá Escrita, sino del libro de interrogantes que nos enseña a seguir haciendo preguntas.

¿Preguntas sobre qué? ¿Sobre la Torá?

Sí, naturalmente, pero no nada más eso. Acaso lo más importante es que el Talmud nos enseña a hacernos preguntas sobre nosotros mismos, a la par que nos capacita para cuestionar desde todos sus ángulos lo que dice la Torá Escrita.

En un sentido muy amplio, es el culmen de la sabiduría judía, cuya característica más relevante es que se basa en lo que se puede responder, sino en lo que se puede preguntar. El Judaísmo es una religión totalmente convencida de que la experiencia humana es infinita, por definición. Mientras sigan existiendo seres humanos, seguirá existiendo el cambio.

Y el Talmud no es otra cosa sino el gran libro que le enseña al ser humano cómo sobrevivir al cambio. Recordemos que se empezó a elaborar justo cuando el pueblo judío estaba siendo sometido al cambio más drástico de toda su Historia. Cuando Yehudá Hanasí compiló la primera parte del Talmud –la Mishná– hacia el año 200, los judíos apenas estábamos empezando a asimilar lo que era nuestra nueva condición como pueblo sin patria, sin templo, sin sacerdocio. Lo único que nos quedaba era la Torá, pero su versión escrita era un libro elaborado en una realidad muy distinta: aparte de su antigüedad, era la obra de gente libre preparándose para vivir libres en su propio país.

Por lo tanto, había que sentar las bases para comprender el cambio (cualquiera, en cualquier lugar, en cualquier momento), aprender a manejarlo y sobrevivir a ello.

Y el resultado fue el Talmud. Su consecuencia, que el pueblo judío desarrolló la suficiente firmeza equilibrada con la suficiente flexibilidad como para sobreponerse a lo indecible, un largo exilio de casi dos mil años, y al final renacer en su propia tierra como una nación vigorosa y capaz de vencer a todos sus enemigos.

Firmez y flexibilidad, los dos principales componentes del Talmud, los dos principales componentes del pueblo judío.

En el fondo, lo sorprendente y mágico del Talmud es que somos nosotros mismos. Ningún otro libro o colección de libros refleja de un modo tan directo y preciso el alma de toda una nación.

Quien logra sobreponerse a las aparentes contradicciones del Talmud, o a su complejidad caótica que a ratos no parece tener pies ni cabeza, y logra conectarse con su espíritu crítico y preguntón, descubrirá que –en realidad– los judíos no somos tan desconcertantes ni extraños. Sólo tenemos demasiado acentuado nuestro espíritu crítico y lo preguntón.

Lo refleja de modo inmejorable este chiste:

Un pastor protestante y un sacerdote católico desean estudiar Talmud. Van a una Yeshivá, y solicitan una entrevista con su director para plantearle sus intenciones de tomar clases de Talmud. El rabino los recibe y les dice:

–Tienen que entender que estudiar Talmud no es algo sencillo. Requiere de un muy elevado manejo de la lógica.
–No hay problema –replica el pastor protestante–. Tenemos amplios estudios en la materia, y somos bastante fluidos en lógica aristotélica.
–No me refiero a eso –agrega el rabino–. La lógica del Talmud es… distinta. Les voy a poner un ejemplo por medio de una pregunta. ¿Están de acuerdo?

Los dos dicen que sí y el rabino continúa.

–Dos hombres bajan por una chimenea. Uno sale con la cara llena de hollín y el otro sale con la cara limpia. ¿Cuál se lava la cara?

El sacerdote y el pastor se miran el uno al otro y, finalmente, el sacerdote contesta, aunque dubitativo:

–¿El que tiene la cara sucia?

El rabino sonríe complacido y les dice:

–Piensen en esto: cuando el que tiene la cara sucia vea a su compañero que tiene la cara limpia, pensará que ninguno de los dos se ensució. Y entonces…

El pastor protestante contesta de inmediato:

–Entonces el que se lavará la cara será el que la tiene limpia.
–¿Por qué?– pregunta el rabino.
–Porque el que tiene la cara sucia pensará que ninguno se ensució; pero el que tiene la cara limpia verá sucio a su compañero, y pensará que los dos se ensuciaron. Entonces, él es el que se lavará la cara.
–Pues no–. Concluye el rabino.

Sus dos invitados quedan desconcertados, y antes de que pregunten, el rabino agrega:

–¿Qué va a pasra cuándo el que tiene la cara sucia vea que su amigo se lava la cara?

El sacerdote y el pastor se quedan mudos, y el rabino concluy:

–Señores, es un honor que ustedes deseen estudiar Talmud, pero me temo que todavía no están capacitados para ello. Piensen en lo que platicamos, y espero volver a verlos por aquí pronto. Buenas tardes.

Los dos salen de la oficina del rabino frustrados, y en el pasillo de la Yeshivá siguen comentando el tema. Entonces pasan junto a la sala de estudio, y ven que un joven de 14 o 15 años está estudiando Talmud. El sacerdote no resiste y le dice a su compañero:

–No es posible. ¡Míralo! Tiene 14 o 15 años y está estudiando Talmud. ¿No me digas que ese niño entiende más de lógica que tú y yo?

Los dos se ponen de acuerdo y llaman al joven, que sale y les pregunta qué se les ofrece.

–Queremos hacerte una pregunta –comienza el sacerdote–. ¿Estás de acuerdo?

El joven asiente y el pastor le dice:

–Dos personas bajan por una chimenea. Una sale con la cara llena de hollín y la otra no. ¿Cuál de los dos se lava la cara?

El joven se queda reflexionando unos segundos, y finalmente contesta:

–No sean tontos. Si dos personas bajan por una misma chimenea, los dos se ensucian la cara, o los dos salen con la cara limpia.

Lógica milenaria. Lógica de Talmud.00