Enlace Judío –  Con más del 90% de los votos contados, Meretz queda fuera de la Knésset; Avodá, el histórico partido de David Ben-Gurión y todos los grandes líderes sionistas que dirigieron a Israel durante sus primeros 29 años de existencia, apenas obtendría 4 escaños. El mínimo para tener representación parlamentaria. Es la debacle total, pero no me parece que los israelíes de izquierda estén reflexionando en ello.

La debacle de la izquierda israelí no es nueva. Meretz tuvo su primera participación en unas elecciones en 1992, y ganaron 12 escaños (de un total de 120). Un inicio prometedor, según muchos analistas en ese momento. Esta situación se mantuvo más o menos constante en las elecciones de 1996 y 1999, en las que ganaron 9 y 10 escaños, respectivamente.

Pero a partir de 2003 las cosas empezaron a cambiar. En esa elección sólo ganaron 6 escaños, y en las elecciones de 2006 y 2009 sólo ganaron 5 y 3, respectivamente. Se recuperaron en 2013, ganando otra vez 6, pero ahí comenzó un lento declive que se prolongó durante los procesos electorales de 2015, 2019, nuevamente 2019 y 2020. En cada uno de ellos ganaron, respectivamente, 5, 4, 3 y 3 escaños (hay que agregar que en la segunda elección de 2019 y la de 2020, Meretz se presentó como parte de una coalición). Apenas en 2021 volvieron a tener un repunte con 6 escaños.

La historia de Avodá es más larga, pero en sus últimos años no es distinta. Su origen se remonta al partido Mapai, fundado en 1930. Una vez constituido el Estado de Israel, este partido se convirtió en el líder natural —junto con David Ben-Gurión— de la izquierda israelí. De orientación social-demócrata, en 1968 pasó a llamarse Avodá (Partido Laborista) tras fusionarse con otros grupos menores.

La primera elección en la que participaron con ese nombre fue la de 1969 bajo el liderazgo de Golda Meir, obteniendo 49 de los 120 escaños de la Knéset. Luego, en las elecciones 1973, bajaron a 44 escaños aunque se mantuvieron al frente del gobierno. Fue hasta 1977 que sufrieron su primera derrota ante el Likud (partido de derecha moderada) logrando sólo 28 escaños; luego, en la elección de 1981 se recuperaron a 40, pero se mantuvieron como oposición. En ambas elecciones, el líder laborista fue Shimón Peres, que logró ganar la siguiente elección 1984, aunque sólo obtuvo 37 escaños.

En 1988 se dio una suerte de empate, y Avodá y Likud se alternaron el poder bajo los liderazgos de Shimón Peres e Yitzhak Shamir. En esa elección, los laboristas conquistaron 39 escaños, y en 1992 ganaron la elección bajo el liderazgo de Yitzhak Rabin al conseguir 44 escaños. La elección de 1994 la perdieron al obtener sólo 34 asientos, y en 1999 recuperaron el poder con Ehud Barak al conseguir 23 asientos, pero como parte de la coalición Un Israel. Podría decirse que ahí comenzó el declive. En las siguientes elecciones obtuvo 18 escaños (2003), 13 (2009), 15 (2013), y apenas en 2015 se recuperó con 19. Muy lejos de las épocas en las que conquistaba más de 30 o hasta más de 40.

Los proceso electorales de 2019 marcaron el inicio de la crisis definitiva. En el primero, el histórico Avodá apenas logró 6 escaños, y en el segundo sólo 5. En 2020 compitió en una coalición con Gesher y Meretz, y del escuálido resultado en el reparto sólo le tocaron 3 escaños. Tuvo una discreta recuperación en 2021, con 7.

Así que a esta elección, la izquierda histórica israelí representada por Avodá y Meretz llegó con 13 escaños en total. Sin embargo, el conteo de más del 90% de los votos emitidos este martes le conceden a Avodá apenas 4 escaños, y Meretz queda fuera por no conseguir el mínimo de 3.25% de la votación del padrón electoral.

La pregunta obligada es por qué, si la debacle viene dándose desde hace varios años, ambos partidos no han sido capaces de corregir el rumbo.

Y es que no hay vuelta de hoja: se pueden decir miles de cosas sobre Israel, su sociedad en general y su electorado en particular, pero no se puede negar que si un partido político pierde cada vez más adeptos, es porque su oferta política no está convenciendo al público en general.

De hecho, el rango de votación en el que se encuentran ambos partidos hace pensar que ya sólo los están apoyando los que serían su “voto duro”, es decir, los que de todos modos los van a apoyar pase lo que pase, o hagan lo que hagan. Pero el resto del electorado, el que hay que convencer con argumentos, simplemente les ha dado la espalda.

¿Por qué? Una respuesta obligada es que la culpa la tiene el dogmatismo de la izquierda, un fenómeno que no sólo afecta a Israel sino, en general, a todo el mundo.

La época en la que ser de izquierda era casi sinónimo de ser alguien culto, de amplias lecturas y mucha capacidad crítica, parece que quedó enterrada con el siglo XX. El relevo generacional llegado después de la caída del mundo soviético nos ha traído una izquierda cada vez más irracional y sesgada, apegada a dogmas doctrinales desconectados de la realidad, cuyas propuestas simplemente no funcionan.

La izquierda israelí no ha sido la excepción. Se obstina en interpretar la realidad a partir de obsesiones ideológicas, no de la realidad misma y sus hechos.

Los últimos ejemplos llegaron de una izquierda todavía más radical, la del ala abiertamente comunista que forma parte de la alianza árabe-israelí Jadash-Ta’al. Hace apenas unos días, un terrorista palestino asesinó al israelí Ronen Hanania, e hirió al hijo de este último y a un paramédico. Al respecto, Ofer Cassif —el único diputado judío de Jadash-Ta’al— señaló que él no podía considerar “terrorista” al palestino, porque “los colonos no son inocentes”. Su compañera árabe Aida Touma-Sliman elogió a cinco terroristas del grupo Guarida de Leones, eliminados por las tropas israelíes en un operativo, y los describió como mártires.

Si bien este tipo de radicalismo no lo han protagonizado miembros de Avodá o Meretz, parece claro que estos dos partidos no han sido capaces de distanciarse de una postura que el grueso de la sociedad israelí considera absolutamente delirante. Y es que, en su afán de mantener una postura antagónica a Benjamín Netanyahu, tanto Avodá como Meretz no han tenido inconveniente en aliarse con los partidos árabes, incluyendo a Jadash-Ta’al.

Ahí es donde se resuelve todo: la abierta exigencia de muchos diputados árabes de que Israel desaparezca para refundarlo como un Estado palestino, la abierta complicidad de los diputados de la izquierda comunista más radical —como Cassif—, y la disposición de Avodá y Meretz para aliarse con este tipo de partidos.

Es obvio que a la gran mayoría de los electores israelíes jamás los van a convencer de apoyar eso. Menos en un momento en el que Irán, desesperado por la debacle que está sufriendo en todos sentidos, ha intensificado su radicalismo y sus amenazas contra Israel. Ni qué decir sobre la amenaza permanente que representa Hezbolá en Líbano. Hay más: todo mundo sabe que de allí viene el apoyo sustancial de los palestinos, y el detalle es que los izquierdistas como Cassif apoyan abiertamente la postura palestina, y Meretz —con su discurso “anti-ocupación” — se ha convertido en un apoyo tácito a una ideología que muchos judíos ven como un riesgo verdadero, un peligro para la existencia misma de Israel.

El resultado es evidente: la gente está dejando de votar por ellos. Avodá podría apelar —y con justa razón— a que ellos nunca han mantenido semejante tipo de posturas, pero el hecho objetivo es que en las últimas elecciones se ha aliado con quienes sí las defienden. Así que no hay manera de ayudar al actual laborismo.

Esta situación se traduce en dos cosas bastante desagradables. Una, que la reacción natural de una sociedad que convive con una izquierda delirante y dogmática siempre va a ser, nos guste o no, el empoderamiento de la derecha más dura, incluso de la radical (y eso lo acabamos de ver en estas elecciones). Y dos, que al perder sus espacios en la Knéset, la voz de la izquierda —necesaria en toda democracia verdaderamente plural— se está apagando.

Una lástima, pero la culpa —a todas luces— ha sido de la propia izquierda, que se ha metido en un laberinto del que no sabe cómo salir.

 


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