Enlace Judío.- El Museo de la Historia del Holocausto Yad Vashem rinde homenaje a las valerosas mujeres reconocidas como Justas de las Naciones. Constituyen algo más de la mitad de la lista. Algunas actuaron en conjunto con otros miembros de sus familias; otras emprendieron la iniciativa y actuaron de forma independiente. Estan son algunas de ellas.

Anna Igumnova

Anna Igumnova

Anna Igumnova completó su doctorado en química en Berlín y luego se mudó con su familia a Eslovaquia, donde trabajó en un instituto de investigaciones. Una colega judía, Alice Winter, recibió “documentos de excepción” a pesar de ser judía, ya que compartía los secretos de una fórmula para el tratamiento de enfermedades reumáticas. Tras la ocupación alemana de Eslovaquia, cuando las tropas soviéticas se aproximaban a las fronteras del país, se reanudaron las deportaciones de judíos. Anna comenzó a proporcionar ayuda a su conocida judía.

Encontró un hotel abandonado y en una habitación con un baño hundido en el piso dejó a Alice y a su hija. Pasaban el día sentadas en el baño, de modo que nadie pudiera verlas a través de las ventanas rotas. Anna las visitaba cada noche, les  llevó comida caliente, libros y las noticias durante tres meses; luego las guió a las montañas, donde Alice se unió a los partisanos. Su hija fue acogida por una familia campesina a cambio de un pago. Cada dos semanas, Anna pagaba a los campesinos con dinero que recogía de amigos pudientes que la ayudaban a salvar judíos.

Cuando el Ejército Rojo liberó a los judíos, Alice emigró a Estados Unidos donde se reunió con sus hijas y esposo. Anna Igumnova mantuvo contacto con los sobrevivientes de la familia hasta su muerte a fines de los años 1980.

Antonina Gordey

Antonina Gordey era nodriza en casa de una familia judía de Minsk. Morduj Ledvich, ingeniero civil; su esposa Fanya, directora de un jardín de infantes y Rafail de seis años y Raya, de tres. Morduj fue reclutado para el Ejército Rojo y Fanya debió evacuar el jardín de infantes al Este. Los niños debían ser evacuados con su madre pero el bombardeo impidió que se reunieran. Los niños quedaron en Minsk, que fue ocupada por los alemanes dos días después.

El edificio en el que vivía la familia Ledvich fue destruido por completo. Antonina se mudó con los niños a casa de unos amigos. Luego los llevó a un orfanato, esperando que allí fueran por lo menos alimentados. Poco después, junto con otros niños judíos, fueron transferidos a un orfanato del gueto. Antonina siguió visitándolos, les llevaba comida y les prometió que los llevaría consigo apenas consiguiese trabajo y alojamiento.

Al cabo de unos meses, Antonina no pudo encontrar a uno de los niños. Los alemanes le habían estado extrayendo muestras de sangre, que le causaron la muerte. Decidió sacar a su hermana del gueto.

Antonina la llevó a casa de su hermana hasta que encontró un lugar para vivir y una fuente de ingreso. Contrajo matrimonio. Para su esposo, la niña era hija ilegítima de su mujer. Sin documentos que probasen la identidad de la niña siguió protegiéndola hasta que regresaron sus padres. Durante muchos años vivieron en la misma ciudad  y siguieron en contacto hasta la muerte de Antonina en 1978.

Bronislava Kristopaviciene

Tras quedar viuda con un hijo adolescente, Bronislava consiguió un puesto de enfermera en un hospital local en Lituania donde trabajó durante muchos años.

Una joven judía que había conocido antes de la guerra, confinada con su esposo en el gueto de Kovno, buscaba urgentemente alguien que diera refugio a su hija pequeña fuera del gueto, donde las condiciones de vida eran muy duras para criarla. Había conseguido esconderla durante la “Aktion de los niños”, ejecutada en el gueto el 27 y 28 de marzo de 1944.

Krištopavičienė aceptó de buena gana. Entró al gueto con una brigada de trabajo judía y salió con la pequeña en una bolsa de papas, le habían suministrado un somnífero. Pasaron un tiempo en casa de unos amigos, donde la niña se acostumbró a ella y aprendió lituano. Cuando regresaron al apartamento en la ciudad, presentó a la niña como una parienta que había quedado huérfana.

Krištopavičienė hizo saber a su amiga que habían regresado a Kovno. Durante la liquidación del gueto, su amiga judía escapó y juntas encontraron refugio en casa de una pareja. Todos sobrevivieron y fueron testigos de la liberación de la ciudad por el Ejército Rojo. El padre y el abuelo de la niña perecieron en el campo de concentración de Dachau, donde habían sido deportados. Su abuela murió en el campo de Salaspils, en Estonia.

La joven judía volvió a casarse después de la guerra y vivieron con la niña como hija propia. Se establecieron en Vilnius, pero siguieron en contacto con Bronislava, visitándola y brindándole ayuda, especialmente después de la trágica muerte de su único hijo. Bronislava Krištopavičienė falleció en Kovno a los 81 años. La niña y sus descendientes aun recuerdan a su salvadora.

Caecilia Loots

Cecilia Loots dirigía un colegio privado pequeño en Amersfoort, Utrecht, para niños con dificultades severas de aprendizaje.

Católica devota, aceptó algunos niños judíos en el colegio a pedido de una amiga. La escuela era un lugar de escondite excelente. Caecilia hizo todo lo posible para proporcionarles un ambiente natural para crecer. Asistían a clases, jugaban, ella misma les daba clases de música. Los niños la llamaban “Tante (tía) Ciel”.

Caecilia asumía enormes riesgos; la casa estaba cerca del campo de internamiento de Amersfoort y siempre había alemanes en las inmediaciones. Habilitaron un escondite en el ático para situaciones de emergencia, pero lo utilizaron pocas veces.

También brindó refugio temporal en su casa a algunos adultos durante la guerra. A veces eran hombres escapados del campo de internamiento de Amersfoort; una vez, fue la madre de uno de los niños que tuvo que abandonar un refugio anterior. También se involucró en la resistencia, prestando servicios de mensajera y distribuyendo periódicos ilegales. En su casa acogió reuniones del movimiento clandestino.

Irena Sendler

Aprovechó su puesto en el Departamento de Bienestar del municipio de Varsovia para ayudar a los judíos, pero en noviembre de 1940 sellaron el gueto. Con cerca de 400.000 personas hacinadas, pésimas condiciones higiénicas y falta de alimentos, estallaron epidemias y se disparó la mortandad. Asumiendo gran peligro personal, concibió métodos para entrar al gueto y prestar ayuda a los moribundos judíos. Un permiso de la municipalidad le facilitaba la entrada al gueto para inspeccionar las condiciones sanitarias. Dentro, contactó con activistas de organizaciones de bienestar judías y comenzó a brindarles asistencia. Ayudó a sacar a judíos del gueto clandestinamente a la parte “aria” de la ciudad y a establecer escondites para ellos.

Cuando se constituyó el Consejo de Ayuda a los Judíos (Zegota), tras la deportación de 280.000 judíos del gueto de Varsovia a Treblinka, Sendler fue una de las principales activistas. La mayoría de los judíos de Varsovia habían sido asesinados. Pero su papel fue crucial en el rescate de muchos que sobrevivieron a las deportaciones masivas. La organización se hizo cargo de miles de judíos que trataban de sobrevivir ocultos, buscándoles lugares para esconderse y pagando por su manutención y cuidados médicos.

Tras la destrucción completa del gueto de Varsovia, fue nombrada directora del departamento de Cuidado de Niños Judíos de Zegota. Bajo el nombre clandestino de Jolanta aprovechó sus contactos con orfanatos e instituciones para niños expósitos para enviarles chicos judíos. Muchos fueron al orfanato Rodzina Marii en Varsovia, a instituciones religiosas regentadas por monjas en la cercana Chotomów y a Turkowice, cerca de Lublin. Se desconoce el número exacto de niños salvados por Irena Sendler y sus asociados.

Antes de ser arrestada, logró ocultar evidencias incriminatorias, como las direcciones en código de los niños a cargo de Zegota y sumas importantes de dinero para pagar a los que ayudaban a los judíos. Fue condenada a muerte y enviada a la tristemente célebre prisión de Pawiak, pero activistas del movimiento clandestino consiguieron sobornar a algunos guardias y obtener su liberación. El encuentro cercano con la muerte no la disuadió. Tras ser liberada y a pesar de saber que seguían vigilándola, continuó con sus actividades clandestinas, pasando al anonimato. Por lo que no pudo asistir al funeral de su madre.

Elisabeta (Nicopoi) Strul

Un brutal ataque a los judíos de Iasi en Rumanía, dejó miles de ellos asesinados en sus casas, en las calles, y en el patio del cuartel de policía. 4.330 supervivientes fueron obligados a subir a vagones sellados de tren; 2.650 murieron por asfixia o de sed.

Elisabeta vivía en Iasi y a los 21 años trabajaba en una planta textil donde muchos eran judíos y vecinos suyos. Cuando supo del peligro inminente que corrían los judíos, corrió a avisar a su compañero Marcus Strul y le ofreció refugio a él y su familia. Gracias a ella, la familia Strul, incluidos su padre, madre y hermanos, se salvó del pogromo de tropas y gendarmes rumanos junto con efectivos alemanes en el que murieron miles de judíos. También previno a muchos otros judíos de las calles aledañas.

Elisabeta ocultó a alrededor de 20 personas, incluida la familia Strul, en un almacén durante dos semanas, suministrándoles comida y agua. Cuando los hombres a los que había protegido fueron reclutados para trabajos forzados, viajó para llevarles ropas y alimentos. En una ocasión fue arrestada por la gendarmerría, golpeada y detenida durante varios días.

Elisabeta contrajo matrimonio con Strul y al cabo de los años emigraron a Israel. Su familia permaneció en Rumania y de tanto en tanto la visitaban. Falleció en Haifa en 2013.

 Suzanne Spaak

Madre de dos hijos, y a pesar de su elevado nivel de vida, consideró intolerable la ocupación alemana de Francia y se unió a la resistencia.

En 1942 ofreció sus servicios al Movimiento Nacional Contra el Racismo (MNCR). “Díganme qué hacer… así sabré que estoy sirviendo en la lucha contra el nazismo”.

No se arredraba ante ninguna tarea. Recorría París buscando un hospital que aceptara judíos enfermos bajo nombres falsos. Aprovechando su estatus social, golpeó las puertas de clérigos, jueces y escritores recordándoles su deber de actuar contra la persecución de los judíos y opositores del régimen. O, como simple agente de la resistencia, mecanografiaba y distribuía panfletos.

También tuvo un cargo en la red de espionaje “La orquesta roja”, con una predisposición especial a salvar las vidas de niños judíos en riesgo de ser deportados.

A principios de 1943 participó activamente en una operación para evitar la deportación de 60 niños judíos. A algunos les brindó refugio en su propia casa hasta encontrarles hogares de personas dispuestas a ocultarlos. Asumiendo un gran riesgo personal les suministraba ropa y cartillas de racionamiento.

Antes de ser encarcelada en Fresnes en 1943, entregó las listas de los niños y sus direcciones a la resistencia, lo que permitió salvarlos. Fue ejecutada por los alemanes menos de una semana antes de la liberación de París en 1944.

Sofia Kritikou

Madre soltera, limpiaba casas en Atenas. En 1943 la ciudad fue ocupada por los alemanes y comenzó la persecución de los judíos.

Una madre judía desapareció con sus dos hermanas cuando iban  a la sinagoga central, donde repartían comida. Fueron deportadas a Auschwitz, donde perecieron. Su esposo hizo pasar a su familia, un hijo y dos hijas, a la clandestinidad. El comandante de policía del barrio en que residían les suministró documentos de identidad falsos con nombres griegos ortodoxos.

Amigos y conocidos les dieron refugio temporal, a los que pagaban por la manutención, pero buscaban una solución más estable. Les mencionaron a Sofia Kritikou, una mujer humilde, muy trabajadora que, a pesar de sus propias dificultades, no dudó en brindarles ayuda. No sabía que eran judíos, pero cuando se enteró nada cambió. Se arriesgaba a la pena de muerte por esconder judíos. En su casa permanecieron hasta el fin de la guerra. El hijo de la familia judía, Tsvi, se había incorporado a las fuerzas de resistencia y visitaba a la familia durante las vacaciones.

Después de la guerra, el padre y una de las hijas permanecieron en Grecia. Tsvi y su otra hermana emigraron a Israel. Él regresó a Atenas para visitar a su salvadora y se enamoró de la hija de Sofia, que se convirtió al judaísmo, se casaron y emigraron a Israel. Sofia Kritikou fue a vivir a Israel con su hija y yerno. Allí falleció a la edad de 100 años.

Sofka Skipwith

A principios de 1943 llegaron al campo de detención de Vittel desde Varsovia 280 judíos polacos con pasaportes o visados de países latinoamericanos. Algunos falsificados o a través de consulados, pero sin autorización de sus gobiernos. Sofka, una princesa rusa, se conmovió profundamente por las trágicas historias que escuchó de boca de los prisioneros judíos recién llegados.

Mediante contactos regulares con la resistencia francesa, recibía de ells documentos falsos que distribuía junto con Madeleine, otra detenida británica, entre los jóvenes judíos en Vittel.

El 3 de abril de 1943 Sofka insertó en un tubo de dentífrico una lista de nombres de judíos del campo con pasaportes sudamericanos. Lo enviaron a partisanos franceses con destino a Lisboa, para que llegara a manos de diplomáticos occidentales pero los alemanes comprobaron que los propios gobiernos no reconocieron su autenticidad. Los portadores estaban en peligro inmediato de deportación al campo de exterminio.

Intentaron obtener documentos válidos pero no lo lograron y en agosto de 1944 todos los judíos –salvo 60- fueron deportados de Vittel a Auschwitz-Birkenau.

“Los polacos sabían perfectamente qué significaba el tren. Para nosotros “deportación era simplemente una palabra… incapacidades de imaginar a los torturados esqueletos asociados más tarde con los campos… pero ellos habían visto”, escribió más tarde en su autobiografía.

Tras la primera deportación de judíos polacos, Sofka y Madeleine organizaron la salida de algunos niños del campo junto con contactos de la resistencia. Además, salvaron a un bebé judío cuya madre habían sacado del hospital.

Maria Agnese Tribbioli

Las leyes raciales de 1938 complicaron la vida familiar de Simone Sacerdoti, el cantor litúrgico de la comunidad judía en Florencia en Italia. Simone continuó con su trabajo pero con la ocupación de Florencia en 1943,  alemanes y fascistas italianos asaltaron las oficinas de la comunidad y la sinagoga; la familia Sacerdoti decidió escapar.

Simone ayudaba en tareas de rescate para salvar a otros judíos, con asistencia de muchos miembros del clero. El cardenal Dalla Costa lideraba una red de rescate de judíos de las persecuciones nazis más activas de Italia. Gracias al secretario del cardenal, la esposa e hijos del cantor encontraron cobijo con Maria Tribbioli, Madre Superiora de un convento en Florencia. Simone se refugió en otros lugares, incluso entre miembros del clero.

La decisión de la Madre Superiora era alojar y asistir a los judíos en peligro, aún a costa de su propia seguridad. Nunca informó a las otras monjas sobre la verdadera identidad de los huéspedes, a los que simplemente llamaba “refugiados sin techo”.

Los niños del cantor se incorporaron al jardín de infantes del convento, dirigido por la Madre Superiora. Los niños siempre estaban acompañados por monjas, mientras las madres permanecían escondidas en la sala.

Pasados los años, los hermanos Sacerdoti regresaron varias veces para visitar el convento, y saber más sobre los eventos de la época, confrontar los datos con los que recordaban, encontrarse con las monjas y recorrer los lugares de escondite.

Una de las monjas les contó que cuando soldados alemanes intentaron irrumpir en el convento buscando judíos, Maria se lo impidió diciendo que eso violaría la santidad de la institución.

También le contaron que a pesar de ser niños disciplinados, se habían negado a aprender a persignarse. La monja pidió consejo a la Madre Superiora, que le recomendó que les tuviera paciencia por el trauma de haber tenido que abandonar su hogar.

Una redada alemana en un convento cercano en la que arrestaron a muchas mujeres judías con sus hijos, le alertó que el convento ya no era un lugar seguro y debían encontrar un nuevo escondite.

La Madre Superiora ordenó a las monjas no salir de sus habitaciones hasta que todos los huéspedes abandonaron el lugar. Al comprobar que habían escapado, se percataron de su verdadera identidad.

Karolina Juszczykowska

La historia de Karolina Juszczykowska y su ocultamiento de judíos se encontró en documentos policiales y judiciales – nadie sobrevivió para testificar.

El 23 de julio de 1944 la policía realizó una redada en su casa y encontró a dos judíos escondidos en el sótano. Los fusilaron allí mismo y Karolina fue arrestada e interrogada.

Declaró que seis semanas antes de ser arrestada conoció a los dos jóvenes en la calle. Le pidieron que los escondiese y prometieron pagarle 300 zlotys por semana por los dos. Desesperadamente necesitada de dinero,  aceptó la oferta a pesar de darse cuenta de que eran judíos y que eso ponía en peligro su vida. Los llevó a su casa. Dormían en el suelo y los encerraba cuando se iba a trabajar. Como no sabía leer y escribir firmó su declaración con tres cruces.

Enfrentada a la grave acusación de ocultar judíos Karolina probablemente prefirió declarar que su motivación había sido pecuniaria y no un deseo de oponerse a la persecución de los judíos. Teniendo en cuenta la economía de guerra, que los alemanes habían congelado los salarios y el alza aguda de los precios, 300 zlotys por semana eran un pago sumamente modesto; además, dado que los dos judíos se habían dado a la fuga hacía un tiempo, probablemente no les quedaba mucho dinero.

Karolina fue trasladada a prisión en espera de juicio. Dos semanas más tarde la condenaron a muerte. Sin embargo, los tres jueces agregaron una petición especial solicitando su perdón alegando que no estuvo motivada por evitar la deportación de judíos o por obtener un beneficio. Todos los judíos de la región ya habían sido asesinados y los jueces no creían que hubiera judíos vivos escondidos, por lo que la sentencia no tendría el efecto de disuadir a otros.

Pero la solicitud fue denegada y Karolina Juszczykowska fue ejecutada el 9 de enero de 1945.

Ludviga Pukas

Ludviga era empleada doméstica en casa de Frima Sternik, una profesora de secundaria judía que vivía con sus dos hijos. Con el tiempo las dos mujeres se hicieron buenas amigas. Aun después de dar a luz a una hija, Ludviga Pukas Galya, siguió viviendo en la casa.

Durante la ocupación alemana, la casa de Sternik fue completamente quemada, junto con todas las posesiones familiares. Al renovar su documentación Frima registró a sus hijos como hijos de la Sra. Pukas. Como supuesta madre de tres hijos recibió un nuevo apartamento, al que se mudaron todos.

Poco después los vecinos se dieron cuenta de la presencia de Sternik y se vio obligada a trasladarse al gueto local. En vísperas de la liquidación de los judíos, Pukas envió a Sternik a casa de su hermano en una aldea vecina, pero fue capturada en el camino y asesinada.

Liquidado el gueto, la policía seguía buscando judíos escondidos y descubrieron a la mujer judía que había solicitado ayuda de Pukas. Sternik convenció a la policía de que su anfitriona no tenía idea de que era judía y los agentes no se percataron de que los niños lo eran.

Tras la liberación del Ejército Rojo, los niños cambiaron de nuevo su apellido por el de Sternik y comenzaron a estudiar en el colegio. Se negaron a abandonar a la Sra. Pukas hasta completar sus estudios, en la década de los 1950. Hasta su muerte en 1984, siempre consideraron a Ludviga Pukas como su madre.

Lois Gunden

Lois Gunden, una maestra franco-norteamericana de 26 años, llegó al sur de Francia para trabajar en el Comité Central Menonita. Lejos de su hogar se convertiría en salvadora de niños de una nacionalidad, religión y entorno diferentes al suyo.

Gunden se sumó a la organización Secours Mennonite aux Enfants en Lyon y le encargaron establecer un hogar infantil en la costa mediterránea. El centro fue un refugio seguro para niños españoles y judíos sacados clandestinamente del campo de internamiento en las cercanías. El padre de una de las niñas fue deportado a Auschwitz, pero ella y su madre consiguieron escapar, sin embargo fueron capturadas en el tren y fueron devueltas al campo de internamiento. Allí Lois Gunden estableció contacto con la madre y la convenció de que le permitiese sacar a la niña, la persuadió de que la niña estaría más segura bajo su cuidado. “Tenía entonces 12 años y estaba asustada”, relató la niña a Yad Vashem, “pero Lois Gunden era amable y estaba apasionadamente decidida a sacar a los niños del campo de internamiento para protegernos… la recuerdo por su amabilidad y generosidad, y el esfuerzo que hizo para integrarnos junto con los otros niños. No dijo a nadie que éramos judíos”.

Gunden describía en su diario sus actividades, en las que demostró valentía, inventiva e intuición. Una mañana, cuando los niños habían salido para hacer una caminata, un policía se apersonó en el centro para arrestar a tres niños judíos. Lois le informó que no volverían hasta el mediodía. El policía regresó y le ordenó  empacar sus pertenencias y prepararlos para la partida. Lois  contestó que estaban lavando su ropa y no estaría seca hasta el atardecer. Durante todo el día, Lois rezó por la salvación de los tres niños; el oficial nunca regresó y los niños se salvaron.

A pesar de haberse convertido en una extranjera enemiga, Gunden continuó regentando el centro infantil tras la ocupación alemana del sur de Francia. Fue detenida por los alemanes y liberada al año siguiente en el marco de un canje de prisioneros. Regresó a su hogar en Indiana y en 1958 se casó.

Klara Baic

En 1044 Alemania ocupó Hungría y los territorios ocupados por esta. Los alemanes, asistidos por húngaros, comenzaron a reunir a los judíos y a deportarlos a campos de concentración. El Dr. Stevan Deneberg, dentista de profesión, fue enviado a un campo de trabajo del que nunca regresó. Su esposa, médica, y dos hijos fueron confinados en el gueto de Subotica en Serbia. Desde allí partieron transportes a Auschwitz, desde mayo hasta el 16 de junio de 1944; para entonces el gueto había sido liquidado.

El hermano de la Sra. Deneberg, eximido de las deportaciones por estar casado con una mujer serbia y poseer un certificado de bautismo falso, se infiltró en el gueto y ayudado por la mucama de su madre, sacó a sus sobrinos. Les encontró un refugio temporal en casas de amigos de su esposa, pero necesitaba algo más estable

Recurrió a un sacerdote conocido por tener vínculos con los partisanos, que le recomendó a Klara Baić, una cristiana piadosa, madre de una hija de 12 años. Klara aceptó albergar a los muchachos a cambio de una pequeña suma destinada a sufragar los gastos de su mantenimiento. “Klara compartía todo con nosotros e hizo todo lo posible para salvarnos”, dijo. Y lo hizo a pesar de la advertencia de un severo castigo para los que eran arrestados por esconder judíos.

Klara preparó un escondite en el patio de sus vecinos en caso de un chequeo imprevisto de la casa o de una redada. A principios de septiembre se mudó, junto con su hija y los dos muchachos, a casa de un pariente, donde permanecieron hasta que la zona fue liberada.

Jeanne Daman

Daman era católica y no había conocido a ningún judío, pero tenía una fuerte conciencia del bien y del mal. Testigo del arresto masivo y brutal de judíos, la experiencia le cambió la vida.

Trabajó de forma clandestina. Acompañaba a los escondites a niños judíos que quedaban huérfanos y mantenía contacto continuo con ellos, viajando a lo largo y ancho de Bélgica.

Cuando las redadas se volvieron frecuentes, comenzó a ocuparse de adultos necesitados de refugio. Con una red de mujeres judías Daman colocaba a las mujeres como criadas en casas de belgas. Les proveía documentos y cartillas de racionamiento falsos. También les pasaba información sobre sus hijos escondidos.

La resistencia judía le pidió ayuda para liquidar colaboracionistas. Rastreaba su paradero y coordinaba el momento oportuno. Bajo una nueva identidad, se hizo trabajadora social del Secours d’Hiver (una organización de bienestar establecida por los alemanes). Sus nuevas conexiones y su uniforme le abrían puertas.

Hacia finales de la guerra, Daman transportó armas en su bicicleta para el Movimiento Real Belga. Fue agente de inteligencia en el Ejército Belga de Partisanos.

Acabada la guerra, ayudó a reunir a los huérfanos judíos con sus parientes y proporcionó cuidado especial a quienes regresaron de los campos. En Estados Unidos ayudó a recolectar donaciones para una organización judía. El 12 de octubre de 1980 recibió la medalla a la solidaridad ‘Entr’aide’ del Comité Judío Belga, bajo el patrocinio del rey de Bélgica.

Johanna Eck

Viuda de guerra, dio refugio a cuatro víctimas de la persecución nazi. Dos eran judías. El hijo de un camarada de armas de su esposo durante la Primera Guerra Mundial  fue el primero.

El joven logró evitar la deportación a la que sometieron a su familia. Lo acogió en su hogar y compartió con él su escasa ración de alimento. Un bombardeo destruyó su casa, y buscó un lugar para esconder al joven. Mantuvo contacto con él aun desde lejos,  le suministraba cartillas de racionamiento y, cuando se hacía necesario, contactos vitales.

Una joven judía que estuvo a punto de caer en una redada de la Gestapo, fue la segunda. La refugió de inmediato en su apartamento de una sola habitación que recibió tras el bombardeo.

Un día la joven se encontró con una antigua compañera de clases que, conmovida por su suerte, le entregó algunos de sus documentos arios, incluido uno que confirmaba que había hecho tareas para el servicio de trabajo. Resultó muy valioso. En una noche de caos en Berlín, Eck aprovechó la confusión para registrarla bajo el nombre de su amiga de escuela legalizando así su existencia y registrándola oficialmente como inquilina.

Habiendo sobrevivido ilesa a los horrores de la guerra, sucumbió sin embargo a una imprevista constricción estomacal poco después de la liberación. Falleció en la víspera de emigrar a Estados Unidos. Eck, enfermera diplomada, permaneció a su lado hasta que falleció. Luego solicitó a la comunidad judía los nombres de sus padres y hermano, ya perecidos, y los inscribió en la lápida de su protegida que erigió de su peculio en el cementerio Berlín-Weissensee.

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