Enlace Judío México e Israel – Adriana Lerman tuvo que recurrir a más de 100 documentos y a un antiguo libro para descubrir quién había sido su abuelo antes de llegar a Argentina, qué y a quiénes había dejado detrás y cuál había sido el destino de todos ellos. Conversamos con ella, en exclusiva, para hablar sobre su libro El dolor de estar vivo. 

Sobrevivir duele. Más cuando, para lograrlo, hubo que dejar atrás a todos. Duele ser el que vivió para contarlo pero no lo contó: lo enterró tras los muros que él mismo erigió para poder seguir viviendo, a sabiendas de que aquellos otros no corrieron con la misma suerte. Esa pareciera la premisa de El dolor de estar vivo (Ateneo, 2023), primer libro de Adriana Lerman, maestra de hebreo en una escuela en Argentina, que comparte con nosotros, en exclusiva, el proceso mental y afectivo que la llevó a brincar sobre esos muros para descubrir a la persona que fue se abuelo.

Porque aunque tuvo la suerte de vivir 30 años con él, Adriana Lerman sabía muy poco sobre Shlomo. Sí, estaba al tanto de que su abuelo había llegado de Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial, y probablemente intuyera o hubiera escuchado alguna vez que la familia de aquel se había quedado y sucumbido, pero nada más.

Por eso, la tarde en que su hija volvió de la secundaria y le preguntó por él, no supo qué responder. “No sé, tienes que preguntarle a tu zeyde”, le propuso. A la chica le habían dejado de tarea escribir un ensayo sobre el primer miembro de su familia en emigrar a Argentina desde Europa. Rastrear los orígenes para fortalecer la memoria, una visión pedagógica que, en tiempos de Adriana, no era común.

 

Menos aún en tiempos de su padre, el hijo de aquel sobreviviente que había decidido callar su vida o, si se quiere, lo que había sido su vida hasta que, a los 30 años, logró escapar de una Polonia antisemita que ya se preparaba para la invasión nazi y el genocidio que le siguió. Aun así, el padre de Adriana le contó a su nieta lo poco que sabía. Las tres o cuatro páginas que la chica escribió al respecto hicieron llorar a su madre: “estaba escrito de una manera tan sentimental…”.

 

 

Esa fue probablemente la semilla del libro que hoy llena de orgullo a Adriana Lerman. También de honor, porque al escribirlo pretendía “honrar la memoria de mi familia, sacarlos del olvido y decir ‘acá están’.” Había crecido sin saber nada de aquella gente. Su padre tenía una familia extensa del lado materno, pero Shlomo parecía haber llegado solo al mundo. ¿Quiénes habían sido sus padres y hermanos? ¿Había tenido primos o tíos? ¿Qué había pasado con ellos? Esas preguntas no se hacían en la mesa familiar.

Una carpeta misteriosa

En 2002, Shlomo Lerman murió. Entre sus pertenencias, su hijo, el padre de Adriana, encontró una carpeta llena de documentos. Había cartas, formatos burocráticos, identificaciones, papeles diversos cuyo contenido estaba escrito en ídish, en hebreo, en francés, en polaco… Había también fotografías. En una de ellas, el hombre reconoció a su padre. Aparecía con una joven y, aunque la forma en que se tocaban era discreta, parecía obvio que se trataba de su novia.

Años después de ese hallazgo, Adriana Lerman entraría en contacto con la bisnieta del único otro sobreviviente de aquella familia, el hermano de Shlomo, quien tenía en su poder una foto idéntica, solo que la suya llevaba escrito en la parte de atrás un mensaje en ídish: “mi hermano Shlomo con su novia”. Fue la confirmación de lo que Adriana y su padre habían supuesto un par de décadas atrás, cuando este había encontrado la carpeta misteriosa.

Al comienzo de la pandemia, confinados como casi todo el mundo, Adriana y su padre comenzaron a realizar la magnífica tarea de reconstruir, a partir de los 120 documentos y el libro hallado entre sus pertenencias, la vida de Shlomo, el padre y el abuelo, el bisabuelo de aquella chica curiosa que había destapado, sin querer, una vocación hasta ahora desconocida en su mamá: la escritura creativa.

Obsesivamente, Adriana se había puesto a traducir y descifrar cada documento. Conforme avanzaba en su investigación, los datos reunidos se habían vuelto tantos que, de alguna forma, supo que tenía que hacer un libro. Entre esos papeles había evidencia de cada momento de la vida de Shlomo en aquellos años que antecedieron al Holocausto, así como de su partida hacia América desde Marsella. También salieron a la luz las identidades de los parientes que, por sus circunstancias, no habían podido dejar Polonia.

Entre los papeles había cartas y en ellas, los remitentes dejaban escuchar sus voces. Para Adriana, aquel concierto fue nutriendo la fuente de la que brotaría El dolor de estar vivo. La familia de su abuelo, su propia familia, escapaba transitoriamente de su destino. Aquellos que, por dolor, Shlomo había sepultado por partida doble, podían ahora contar su historia. Para eso la necesitaban a ella.

Pero faltaba una voz: la más importante. Adriana supo entonces que le tocaba a ella la difícil tarea de permitir que aquella voz la poseyera; que fuera su propio abuelo quien, al fin, contara su historia.  “Cuando yo me pongo a escribir, me puse en la piel de mi abuelo y lo escribí en primera persona, y yo me convertí en mi abuelo. Empiezo a contar todo lo que le pasa pero habla él (…) a modo de un diario íntimo, porque están todas las fechas, está todo y creo que eso es lo interesante del tema.”

Detrás del silencio

De los más de 12o documentos en que se basó Adriana Lerman para reconstruir la historia de su abuelo y escribir sobre ella un libro, 90 están incluidos en la edición. Su trabajo de investigación está ahí, con todo y fuentes, y es uno de los componentes fundamentales del volumen. El otro, inevitablemente, es el uso de la imaginación, que le permitió a la autora llenar ciertos huecos: esas ideas, sensaciones, matices que no caben en los formatos migratorios ni en los pasaportes antiguos.

El libro que acompañaba a aquellos viejos documentos daba cuenta del intenso activismo sionista de Shlomo Lerman, autor de uno de los capítulos. “Quiso hacer aliyá”, dice ella, pero no entra en demasiados detalles porque no quiere contar su propio libro. Quiere, en cambio, que la gente lo lea y descubra la historia, esa historia largamente custodiada por su abuelo en un pozo que apenas ahora se ha abierto.

“Es un libro que no es que se concentre en el Holocausto. Se concentra en la preguerra y el antisemitismo y las circunstancias que lo llevaron a mi abuelo a escapar de Polonia, y los problemas, obstáculos, las vicisitudes y las trabas que le pusieron para poder llegar a los distintos lados y poder escapar, ya sea Israel, París, Paraguay…”

En esa medida, es un libro político, pues evidencia la atroz indiferencia del mundo que vio venir la tormenta y prefirió mirara hacia otro lado. “El que mira hacia otro lado es cómplice”, arroja Lerman, la autora, la morá de hebreo que descubrió que podía escribir. La madre repleta de preguntas que supo encontrar respuestas. Pero también es un libro sobre la familia que murió:

“Con este libro yo descubrí todo un mundo familiar. Yo descubro no solo a mi abuelo (…), primos, tíos… porque está todo documentado.” Es un libro sobre el dolor de la familia perdida, pero también “hay mucho de esperanza, mucho de encuentro (porque hay un encuentro muy importante); tiene mucho de amor.”

Así se lo hacen saber sus lectores, que le envían mensajes por mail o a través de las redes sociales, para decirle que la historia de Shlomo es la misma, a grandes rasgos, que la de sus propios abuelos. Como bien dice ella, en Argentina casi todos son descendientes de migrantes. Algunos pertenecen también a la tercera generación de sobrevivientes del Holocausto. Una que, como la propia autora explica, está llena de preguntas:

“Yo digo que la primera generación, la generación de mi abuelo, es la generación del silencio, porque no solamente no pudo hablar, no pudieron hablar muchísimos otros… Es esta generación  que viene con esta carga de dolor, de sufrimiento (…). Después está la segunda generación, que es la generación de mi papá. Y ahí pasa también algo muy interesante, que es:  la segunda generación no pudo preguntar.

“Recién en la tercera generación, que es la mía, hay un acercamiento. Somos más curiosos, queremos conocer más de nuestros orígenes y también parte es porque viene de la educación, en el colegio también te preguntan de dónde vienen tus abuelos, uno se empieza a cuestionar más y uno quiere saber de dónde viene.”

El Holocausto “supera los límites de lo que uno puede llegar a admitir” como posible. Se trata, dice Lerman, de “una barbarie, una bestialidad, una brutalidad” de la que espera que la humanidad haya aprendido. En la víspera del Día Internacional de Recordación en Honor a las Víctimas del Holocausto, ella nos confía:

“Mi esperanza es que esto realmente se conmemore y que no sean solo palabras (…), que sean hechos concretos para no olvidar, no repetir y que el mundo haya aprendido su lección de que hay que actuar, no hay que ser indiferente, hay que ser parte, porque el que no actúa es cómplice.”

 

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