Una de las acusaciones más frecuentes contra Israel es que es un Estado de apartheid. En nombre de esta acusación se exigen bloqueos y sanciones —que, vale decirlo, nunca se implementan—. Pero las últimas mediciones en diferentes rubros nos ponen frente a una realidad muy distinta a la que platica la propaganda palestina.

Lo primero que hay que tener bien claro es qué es un apartheid.

Vamos por orden: un apartheid sólo puede ocurrir en un país. Es decir, no es algo que el gobierno de un país le aplique a los ciudadanos de otro país. Es algo que existe de las fronteras nacionales hacia adentro. ¿Por qué? Porque el apartheid es una situación legal, y un gobierno sólo tiene jurisdicción legal en su propio territorio.

El modelo clásico del apartheid sigue siendo el que se mantuvo vigente en Sudáfrica entre 1948 y 1992. Durante ese período, el gobierno construyó dos diferentes sistemas legales. Uno que podría definirse como “normal”, pero que sólo aplicaba a la gente blanca de origen europeo, y otro que podría definirse como discriminatorio, diseñado especialmente para la gente negra.

De eso se trata un apartheid: de llevar la institucionalización de la discriminación hasta sus extremos legales más radicales, obligando al sector discriminado de la población a vivir bajo un régimen distinto al del resto de la población.

Ahí es donde revientan las acusaciones contra Israel. La idea es muy simple —tan simple como ingenua—: Israel impone un apartheid a los palestinos.

Hace unas pocas semanas se acaba de publicar el Índice de Felicidad 2023, una valuación que hace la ONU en la que se mide qué tan feliz es la población de cada país. Es una medición compleja, porque la felicidad es algo subjetivo. Pero se basa en el análisis de situaciones concretas que sí pueden ser cuantificadas, como la sensación de bienestar personal, el Producto Interno Bruto, los apoyos sociales, el índice de libertad individual, o los niveles de corrupción. Para dicha evaluación, los datos se obtienen de las encuestas levantadas por el pretigioso grupo Gallup.

En 2022, Israel ocupó el 9o lugar a nivel mundial; para este 2023, ascendió al 4o, el mejor lugar alcanzado en toda su historia. El país más desdichado del mundo fue Afganistán; el mejor calificado, Finlandia.

Los propalestinos de inmediato respingaron, y fue común ver en las redes sociales reclamos basados en un cuestionamiento aparentemente lógico: ¿Cómo que Israel es el 4o país más feliz del mundo? ¿Qué no tomaron en cuenta la opinión de 4 millones de palestinos?

Y la respuesta es no. Y si seguimos la añeja tradición judía de contestar una pregunta con otra pregunta, habría que decir: ¿Y como que por qué habrían de pedir la opinión de esos 4 millones de palestinos?

Ahí está el detalle crítico: ellos no viven en Israel. Tomar en cuenta su opinión sería tan razonable como tomar en cuenta la opinión de los mexicanos para evaluar la felicidad de los estadounidenses.

Ahora se acaba de publicar la última medición del Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia Económica (EIU, por sus siglas en inglés), y de 167 países estudiados Israel aparece en el lugar 23. En una escala del 1 al 10, obtuvo 7.97 puntos, quedando ubicado justo detrás de Francia (7.99) e Inglaterra (8.1).

Lo que llamó la atención fue que no sólo se consolidó como el mejor país del Medio Oriente, sino que quedó mejor calificado que España, Portugal, Italia y los Estados Unidos. China, por ejemplo, quedó en un lejanísimo lugar 148 apenas con 2.21 puntos de calificación, y en el fondo de la tabla están Corea del Norte, Myanmar y Afganistán. En el Medio Oriente, el mejor país después de Israel es Túnez, ubicado en el lugar 75 con 5.99 puntos. Irán obtuvo 1.95 puntos, y Siria 1.43.

¿Cómo es posible que Israel esté tan bien calificado como democracia, si Amnistía Internacional no se cansa de publicar que es un estado de apartheid?

Te contesto fácil: Amnistía Internacional está diciendo puras tonterías.

Israel no es responsable de la población palestina que vive fuera de sus fronteras y bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina (Fatah) o de Hamás. Por lo tanto, lo que los palestinos opinen en este tipo de encuestas no puede afectar la calificación de Israel. Y eso significa que es imposible que se dé una condición de apartheid. Los palestinos que viven bajo la autoridad de Hamás en Gaza, o de Fatah en Cisjordania, están totalmente fuera de la jurisdicción israelí, así que la posibilidad de un apartheid ni siquiera existe.

Los únicos árabes que podrían ser sujetos de esta condición son los árabes israelíes que viven, de manera permanente, en Israel. O los que, por supuesto, tienen la ciudadanía israelí. Sin embargo, las encuestas que miden los niveles de satisfacción o de democracia confirman que estos árabes viven en condiciones simple y sencillamente normales. Y no es un misterio: todos saben que las comunidades árabes en Israel viven exactamente bajo las mismas leyes que las comunidades judías.

No hay ningún apartheid.

Aminstía Internacional, como de costumbre, miente.

Aprovecho entonces este espacio para volver a denunciar a Amnistía Internacional como una organización sesgada, judeófoba, antisemita y mentirosa.

Conste en actas, por favor.


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