Venerar y recordar a un hermano o a un hijo que abandonaron la vida para defender al país es un acto personal y sagrado. Politizarlo es un pecado irreparable.

Un principio que el actual gobierno jefaturado por Benjamín Netanyahu ignora.

Netanyahu tiene sin reparos amplio y justificado derecho para recordar a su hermano muerto cuando llegó a un país africano para salvar a prisioneros judíos.

No así componentes de su gabinete que no dedicaron hora alguna a la defensa del país.

Si estos se presentan en los cementerios conforme a las instrucciones de su gobierno que pierde legitimidad con acelerado ritmo serán repudiados por padres y hermanos que perdieron seres irreemplazables y queridos.

En estas difíciles circunstancias, personales y nacionales, las públicas reclamaciones tomarán vuelo en los próximos días y cambiarán el carácter del 75 aniversario del surgimiento de Israel.

El anuncio por parte de Miri Reguev, ministra de Transporte en el actual gobierno, de cambiar o silenciar las ceremonias si el público se permite protestar contra sus torcidas directrices y composición es un duro golpe a la democracia por la cual luchamos desde el nacimiento de Israel, más allá de las guerras y crisis que lo han conmovido.

En estas circunstancias es obligación de Netanyahu y de las autoridades militares permitir a las familias enlutadas proceder con amplia libertad sin escuchar banales discursos por parte de ministros que apenas se solidarizan o entienden las lágrimas que las familias dedican a los que se fueron de esta vida para asegurar la vida de los que aquí todavía estamos.

¿Tendrá el valor de cambiar el rumbo?

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