Enlace Judío – En el artículo pasado Formas de entender el amor al prójimo en la Torá hablamos sobre el amor al prójimo como la capacidad que tenemos los seres humanos de reconocer y respetar la semejanza que existe entre nosotros. Hablamos de ello como el respeto mínimo que le debemos a la otra persona pro el simple hecho de su humanidad.

Límites al mandato de “amarás al prójimo como a ti mismo”

Otro aspecto de la discusión que no hemos mencionado y que es retomado por talmudistas, tosafistas y jasídicos es la imposibilidad natural del hombre para amar a un desconocido y la injusticia incluso para los seres cercanos con los que esa persona comparte cierta cercanía. La realidad es que amamos de forma exclusiva y en la intimidad por que el amor se construye en el tiempo y el trabajo mutuo. Nadie ama a un desconocido al mismo nivel que ama a su madre, a su hijo, a su hermana. Por ende tampoco ama a un desconocido al mismo nivel que se ama a sí mismo. Luego entonces ¿a qué se refiere el mandato de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”?

La tradición judía ofrece una respuesta muy interesante. Dentro de la halajá (ley judía) todo mandato es pensado para ser cumplido, por ende en el Talmud, los comentarios y los textos medievales se discuten y delimitan las situaciones bajo las cuales se lleva a cabo el cumplimiento del mandato. Por ende también se discute cómo debe cumplirse éste mandato particular. El Talmud señala que el inicio del amor al prójimo es “no hacer al prójimo lo que te es odioso” los tosafistas aclaran que este es el inicio de la mitzvá (mandato). Es más fácil controlar acciones que emociones y por ende uno inicia por no hacer daño “lo que te es odioso”. Los límites son la obligación de salvar la vida y el mandato de asistir a tu enemigo. Salvar la vida pone un límite al amor que le debemos al prójimo, uno no debe dar su propia vida por salvar la de alguien más, uno tiene la obligación de atender sus necesidades primero. En cuanto la asistencia al enemigo (esto claro es un enemigo que no atenta contra la propia vida) pone un límite al amor y a las necesidades propias. El desabasto de comida, de agua, de recursos vitales está por encima de otras necesidades. Uno tiene la obligación de asistir a su enemigo cuando éste se encuentra en una situación de dicha índole. De esta forma se remarca que así como hay un límite al amor hay un límite al odio y ambos mutuamente se complementan.

El amor como aceptación

Los jasídicos además hablan de la habilidad de amar al prójimo como espejo de la habilidad de amarse a uno mismo. Dentro del Talmud el limite al odio también incluye no odiar a la persona sino a sus acciones cuando estas son negativas. Los jasídicos ven en este mandato la necesidad de ver la bondad intrínseca de cada individuo y aceptar que esta misma viene acompañada de maldad; hablan de aceptar ambas y hablan de aceptar la maldad propia. El amor en esta forma se expresa a través de la aceptación.

Pero además hay algo hermoso en su postura y es que ven esta capacidad de amar como un proceso el cual el hombre puede llevar a cabo paulatinamente, algo a lo cual uno se puede entrenar a hacer. En cierta forma el amor y la espiritualidad aquí se definen desde la disposición que el individuo toma frente al prójimo. Esto tiene resonancias en algunos pasajes toraicos y en filosofías generadas por pensadores judíos.

El amor como una presencia

Por ejemplo, Martín Buber habla de la espiritualidad como la apertura a establecer relaciones desde directrices no utilitarias. Habla del individuo que es capaz de estar presente y encuentra la Presencia que lo rodea en el mundo, tanto dentro de uno mismo, como en los otros seres humanos al igual que en la naturaleza. Es una comunicación entre dos partes. Dentro de la Torá hay una palabra que filosóficamente se acerca a este pensamiento es “Hineni”, la dice Abraham cuando D-os lo llama, se vuelve a repetir en la Akeda con Isaac y más adelante con Jacobo. La palabra quiere decir “Aquí estoy” sin embargo, no implica un lugar geográfico sino la disposición de la persona que la enuncia frente a quien se enuncia. Es moral y existencial.

En el contexto de Abraham y D-os es muestra de un reconocimiento de la Presencia Divina y la disposición de Abraham a la obediencia. En ese momento existen ambos Abraham desde sí mismo voluntariamente respondiendo y D-os al hacerse presente; en ese momento hay una relación. La forma en que nos presentamos frente al mundo es la base de la relación que establecemos con nuestra realidad. Como remarca Buber todo hombre se enuncia frente al mundo simplemente desde su existencia y se puede presentar frente a sí mismo, frente a al projimo y frente a la realidad desde la disposición a recibir una presencia – desde la voluntad de relacionarse con un Tú – o desde el uso. En el uso no hay presencia, no hay relación.

La disposición que uno muestra frente a las personas es la base de la espiritualidad. No podemos separar el amor al prójimo del amor a uno mismo y el amor a D-os. Las tres requieren de que aprendamos a estar presentes y aprendamos a ver a quien está frente a nosotros.