Apenas en diciembre pasado, en el marco de los festejos de Januká, no faltó quien comparara a Volodimir Zelensky con Yehudá Hamakabi, y a las tropas ucranianas con los combatientes judíos que liberaron Jerusalén en el año 164 AEC. Tal vez dicha comparación sea exagerada, pero de que Putin se parece a Antiojus, eso no hay que dudarlo.

En teoría, Ucrania y los guerrilleros judíos que se enfrentaron a las tropas de Antiojus tenían en común que eran los débiles enfrentando a los fuertes, los pocos confronatándose con los muchos.

Pero la comparación es imprecisa. Y no porque los ucranianos no se hayan batido con el mismo valor que los macabeos, sino porque Rusia ha resultado una grandísima decepción militar en el campo de batalla, acaso la más grande desde la Segunda Guerra Mundial.

Lo advertimos hace casi un año y medio: la economía rusa no daba para sostener una guerra larga, y mientras más se extendiera el conflicto, pero iba a resultar la situación para los planes de Putin, e incluso para la integridad del Estado ruso. Ahora nos queda claro que ese cálculo fue correcto.

Si bien en un principio Moscú tuvo con qué paliar la crisis provocada por las sanciones internacionales, los efectos ya se resienten de manera severa en la economía rusa. En lo militar, Putin ya no tiene modo de renovar el armamento que pierde en batalla. Y sus soldados resultaron un absoluto fiasco. Lo mejor que ha tenido Rusia han sido las milicias Wagner, tropas de mercenarios que no pertenecen al ejército en forma.

En contraste, Ucrania ha tenido el apoyo seguro de occidente —ventaja que, en su momento, no tuvieron los judíos que luchaban codo a codo con los hermanos macabeos—, y eso prácticamente garantizó que la victoria, aunque tardara en llegar, sería para los muchachos de Zelensky.

Dejemos de lado, entonces, la comparación del presidente judío de Ucrania con Yehudá Hamakabí. Cosa que no le resta méritos a Zelensky, que ya se ha ganado un lugar brillante en la historia de su país.

Lo interesante es otra cosa: las similitudes entre Putin y Antiojus IV Epífanes, el despiadado monarca que provocó la Guerra Macabea en su afán por destruir la identidad judía. Putin, del mismo modo, también lanzó esta guerra para destruir la identidad ucraniana bajo el pretexto de que todo ese territorio es parte de Rusia.

Las semejanzas siguen: Antiojus y Putin se lanzaron a sendas camapañas militares sin tener el soporte económico necesario para lograr sus propósitos.

¿Y por qué lo hicieron? Ah, cosa curiosa: por la misma razón. Los dos estaban-están obsesionados con restaurar la gloria imperial de sus naciones.

La obsesión de Putin es restaurar el esplendor de los tiempos zaristas; la obsesión de Antiojus era restaurar el esplendor que el Imperio Seléucida había tenido hasta unas pocas décadas antes.

Para los tiempos de Antiojus, el reino Seléucida había perdido más de dos terceras partes de su territorio, especialmente la codiciada provincia de Babilonia. Antiojus quería recuperar todo eso. Por su parte, uno de los traumas más severos de Putin evidentemente ha sido ver que el sistema soviético no pudo conservar los dominios del Imperio Ruso, y muchas provincias —como Ucrania— se separaron para iniciar una vida independiente. Así que por eso también se lanzó a tratar de reconquistar una enorme porción de territorio.

Pero repito: los dos monarcas y tiranos se aventuraron a sus guerras de reconquista sin estar listos económicamente para ello. 

Otra similitud sorprendente es que ambos se toparon con potencias extranjeras que, de uno u otro modo, frustraron sus planes. La situación de Putin la conocemos: occidenta ha dado un apoyo enorme a Ucrania. Antiojus se enfrentó a una situación un tanto distinta, pero similar en lo esencia.

No fue en el marco de sus campañas militares contra Judea, sino contra Egipto, cuando chocó de frente con la todavía República de Roma, que estaba empezando a extender sus dominios e influencias en la zona oriental del Mediterráneo. Antiojus tuvo que recular de su propósito de anexar Egipto a su imperio porque no se quiso arriesgar a enfrentarse con los romanos. Putin no ha sido tan prudente, y justo por eso está enfrentando la derrota inminente.

Y es que aquí viene la que acaso es la similitud más notable de todas: los datos sobre Antiojus no terminan de estar claros, pero se sabe que mientras su tropas se encontraban tratando de controlar la revuelta en Judea, él tuvo una muerte repentina. Los soldados seléucidas cayeron en el desconcierto total, y fue la coyuntura que aprovecharon los macabeos para imponerse con una contundente victoria.

La campaña militar rusa en Ucrania ya era un desastre, pero el extraño episodio del domingo pasado, en el que se puso en marcha un intento de golpe de estado que luego se detuvo, puso en jaque a Putin. Tuvo más suerte que Antiojus —no murió repentinamente—, pero sí hubo una situación imprevista que provocó un desconcierto absoluto en las tropas rusas que combaten en el frente ucraniano, y lo que hemos visto en estos cuatro días siguientes anuncia que la victoria ucraniana va a ser total.

Rusia se ha derrumbado, exactamente igual que el Imperio Seléucida en su momento.

Y todo, por la insensatez criminal de un líder político obsesionado con una ficción, incapaz de aceptar la realidad tal cual es, y dispuesto a sacrificar a miles de sus jóvenes con tal de satisfacer sus delirios.

Así pues, podemos decir que Ucrania no es Judea, ni Zelensky es Yehudá Hamakabí. Pero de que Putin y Antiojus se parecen, se parecen.

Algún día, supongo que en las escuelas primarias de Ucrania se cantarán canciones en las que se recordara al pérfido sátrapa ruso que quiso cerrar su vida y su reinado rodeado de gloria y esplendor, y terminó humillado delante de todo el mundo.

Al tiempo.

 


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