Lo primero es lo primero: muchas gracias a nuestro querido y respetado Luis Maizel y a todo el equipo de LMAdvisors, por permitirme contribuir con una colaboración mensual sobre la relación entre Estados Unidos y México.

En esta primera entrega, les quiero compartir las dimensiones principales sobre las cuáles mis próximos análisis se sostienen y desarrollan: la jurídica, la diplomática y la idiosincrasia de nuestras poblaciones.

La jurídica

A lo largo de mi carrera, mi mantra ha sido que “es mejor tener reglas a no tenerlas”. Basta que recordemos cuando el entonces presidente Trump amenazó con dar por terminado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hoy T-MEC, lo cual hubiera tenido importantes consecuencias para Canadá y Estados Unidos y devastadoras para México.

Afortunadamente, existía un marco legal que los tres países habían acordado y consensuado con reglas que pudieran responder al cambio de circunstancias. Es así como en el marco de un andamiaje institucional construido a partir de ese tratado, se llevaron a cabo -y con éxito- las negociaciones políticas, diplomáticas y técnicas para evitar que su intención se hiciera una realidad.

Tengo confianza en apostarle a un Estado de Derecho que garantice la convivencia pacífica y el desarrollo individual y colectivo. Tanto Estados Unidos como México se precian de ser dos países con un sistema integrado por instituciones y leyes diseñadas para impartir justicia, garantizar la seguridad jurídica en nuestros intercambios, defender y proteger los derechos humanos, buscar la igualdad, crecer económicamente y desarrollarse social y culturalmente.

Sin embargo, el Estado de Derecho se ha debilitado ante amenazas como la corrupción, el abuso de autoridad, la impunidad, el crimen organizado transnacional, el abuso y violación de los derechos humanos, la falta de transparencia, la inseguridad, entre otros. Dichas amenazas atentan contra las instituciones y pervierten las leyes, lo cual contribuye a la incertidumbre, la pobreza, la desigualdad, la falta de desarrollo económico, social y cultural, y como consecuencia, se dificulta alcanzar los grandes objetivos de progreso y bienestar.

Es así como en cualquier análisis que haga de las diferentes esferas que integran la relación Estados UnidosMéxico, es esencial para mí considerar y evaluar el impacto que tiene el Estado de Derecho en estos dos países.

La diplomática

Tras 30 años de trabajo diplomático, he aprendido una que otra cosa. Mi experiencia y exposición multicultural en distintos continentes y ciudades, principalmente, en Estados Unidos, incluida la capital política, Washington DC y una estancia de 7 años en California -el estado con la mayor población mexicana en Estados Unidos-, me brindó un aprendizaje y experiencias únicas para entender la relación entre México y Estados Unidos.

En mis interacciones con diferentes interlocutores es preciso hacer la distinción entre ser diplomático de carrera y político. Muchos nos clasifican como políticos y la realidad es que no es así. Por ejemplo, actualmente hay una serie palomera titulada “La Diplomática”, para los que la hayan visto o la vayan a ver, les aseguro que la trama dista mucho de la realidad estadounidense y muchísimo más de la mexicana.

La distinción es tan profunda que radica en que los diplomáticos de carrera trabajamos para el Estado mexicano, no para el gobierno en turno. Esto implica tener una visión de largo alcance, que trasciende los gobiernos sexenales y cuatrienales, ya sea en México o en Estados Unidos. Los acontecimientos son analizados anteponiendo el interés de una Nación y no de un individuo o grupo de individuos.

El cargo de los diplomáticos trasciende administraciones y no depende de una elección popular, por lo que no tendríamos que participar en campañas políticas y aún y cuando en el fuero interno apoyemos a un determinado partido, no podemos destinar capacidades ni recursos para apoyarlos. Junto con las Fuerzas Armadas y los miembros del Poder Judicial, son los únicos cuerpos al servicio del Estado Mexicano de carrera. Esta situación, les da a los diplomáticos un grado de independencia para analizar de manera más objetiva los acontecimientos y mayor margen de maniobra al representar a su país en el exterior.

Por supuesto que la administración en turno hace demandas y exige ciertas conductas, a las que algunos capitularán, pero un verdadero diplomático de carrera está muy consciente de las líneas rojas que no debe cruzar, aún y cuando el costo sea ser trasladado a un país de vida difícil o permanecer en la congeladora durante todo un sexenio. Como es el caso de mi buen amigo, el embajador John Feeley, quien siendo embajador en Panamá, optó por renunciar a la Administración Trump.

La idiosincrasia

Para compartirles mi punto de vista sobre el alcance tan poderoso de este tema en la relación bilateral, recurro al embajador Jeffrey Davidow, quien ha sido un gran mentor y guía en mi carrera diplomática. Tras su experiencia como embajador en México, describió la relación bilateral entre Estados Unidos y México y creó una parábola que tiene lugar en Aztlán entre el oso (Estados Unidos) y el puercoespín (México).

El relato, palabras más, palabras menos hace alusión a un ficticio encuentro entre un puercoespín que si bien reconocía que era uno de los más pequeños animales del bosque, también se jactaba de que aun así era temido por los más grandes, ya que sus púas lo protegían. Y cuenta que un día en que el puercoespín y el oso se encontraron, el oso se burló de él porque había erizado sus púas como si le fueran a hacerle daño alguno. Ante su burla, el puercoespín simplemente le respondió que quizá no podría matarlo con sus pequeñas flechas, pero si le causaría dolor si lo llegaba a pisar.

Y Davidow elabora y comenta que el puercoespín no se imagina a sí mismo como un roedor muy desagradable. Y el oso no piensa en sí mismo como un patán que se conduce torpemente. En la mente de ambos son águilas los símbolos nacionales. La percepción errónea es común en los asuntos humanos e internacionales. ¿Pero realmente importa? En muchos casos, no. Sin embargo, la falta de entendimiento entre Estados Unidos y México es importante. Da como resultado errores de juicio en ambos lados y promueve un ambiente en el que se pierden las oportunidades importantes para edificar un mejor futuro.

Y continúa al mencionar que, con frecuencia, tampoco México es el más atractivo de los vecinos. Su hipersensibilidad hacia el oso del norte significa que sus púas de puercoespín están siempre preparadas y que puede volver complicada la cooperación más sencilla. Y su pobreza y sus débiles instituciones generan o agravan los problemas, los cuales se trasladan a los estadounidenses, de modo que hay que lidiar con ellos (la migración y las drogas, por mencionar sólo dos).

Asimismo, para los políticos mexicanos ha sido tradicionalmente benéfico que los vean infligir cierto daño sobre Estados Unidos. Por lo general, la agresión -que suele ser muy retórica y rara vez real- se controla; hay un puñetazo contundente en el ojo, más que un golpe en el cuerpo.  Es cierto que, en algunas ocasiones, los golpes a México han sido una artimaña política útil, aunque de provecho limitado. Por otra parte, los golpes a Estados Unidos por parte de México son un elemento importante de la vida política del país.

Para concluir estos comentarios, destaco que Davidow es categórico al decir que el entendimiento entre ambos países no puede ignorar el hecho de que la relación Estados UnidosMéxico es compleja y a menudo difícil.

Lo más sorprendente de la clase de relación que nos describe Davidow, es que lo hizo hace 20 años en su libro El Oso y el Puercoespín. En el 2003 quizá pensamos que, dada la coyuntura, solo fue una acertada manera de describir la relación bilateral entre Estados Unidos y México, sin embargo, lo que resulta verdaderamente sorprendente, es que, en el siglo XXI, tanto el oso como el puercoespín sigan entre nosotros. Será esta dinámica relacional, ¿eterna?

Lo que es un hecho incontrovertible es -y aquí sigo el estilo del cuento de Monterroso-“Cuando despertamos, el oso y el puercoespín todavía estaban allí”  y su idiosincrasia determina la manera en que se relacionan Estados Unidos y México.

Nos vemos en la próxima entrega de “El oso y el puercoespín”, cuyo título utilizo con el consentimiento del Embajador Davidow. Por último, estimado lector, me encantaría recibir tus sugerencias sobre temas de la relación Estados Unidos y México en los que tengas particular interés.

Saludos.


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