Años antes de que los Acuerdos de Abraham se materializaran, Israel y los Emiratos Árabes mantuvieron una relación diplomática secreta. Esta es una pequeña postal de aquellos tiempos. 

Una tortuga de papel decora una residencia diplomática en Emiratos Árabes. Sus ojos ciegos miran en silencio a una animada concurrencia, mayoritariamente femenina, que ha asistido a un encuentro diplomático. 

Es el 26 de junio de 2023 y estamos en el Consulado de Israel en Dubai. La cónsul general de Estados Unidos departe con sus colegas de Alemania, Rumania e Israel, y con periodistas y mujeres influyentes de la sociedad local. 

Quizá ninguna de ellas repara en la artesanía, que vigila mustia en la repisa conforme la noche transcurre y el ambiente comienza a volverse más festivo que solemne. Solo la anfitriona, Liron Zaslansky, cónsul general de Israel en Dubai, sabe que la tortuga está preñada de secretos. 

Durante más de una década, los gobiernos de Emiratos Árabes e Israel han mantenido una cálida relación subrepticia que, finalmente, rematará en la firma de los Acuerdos de Abraham, que restituirán las relaciones diplomáticas formales entre ambas naciones. 

Los tiempos de la discreción han quedado atrás para el actual embajador adjunto de Israel en Abu Dhabi, quien resulta ser el esposo de Zaslansky, Ohad Khorsandi, y que ha aparecido en la reunión, justo a tiempo para contar su historia. 

Su interlocutora es la periodista israelí Sivan Rahav Meir, una de las invitadas a la reunión.

La tortuga

“¿Ves esa tortuga?”, le dice el diplomático de pronto, y es entonces que ella depara en el objeto, una colorida artesanía que vigila a las asistentes con taimada actitud. 

La periodista asiente. Sabe que una historia está por revelarse. Una historia breve, una anécdota, pero una cargada de un poderoso simbolismo. La tortuga de papel, mientras tanto, observa el escrutinio que se ha vertido sobre ella y se sabe de pronto descubierta. 

El embajador sigue con su historia. Él y su esposa “estuvimos aquí hace más de una década, en cargos que eran secretos. No se nos permitía hablar sobre el hecho de que existía una representación Israelí en el área, que fuera del radar se formaban relaciones diplomáticas cálidas” entre ambos países. 

“Desaparecimos para nuestros amigos, incluso nuestras familias no sabían qué estaba pasando aquí exactamente”. Hasta hace tres años, ninguno de los diplomáticos israelíes podía exponer su identidad ni su origen. 

Ni siquiera en su casa podían tener símbolos judíos o israelíes, porque si algún extranjero entraba en la casa y descubría, por ejemplo, una mezuzá, la misión podría verse comprometida. Pero ¡quién iba a desconfiar de una inocente tortuga! 

Fue así que una amiga de la pareja, afecta a realizar artesanías en papel, dio forma al animal inerte que, este 26 de junio, será fotografiado en la mano de Rahav Meir, quien correrá a contar su historia para que todo el mundo judío la conozca. 

Antes de que Israel y los Emiratos firmaran el acuerdo que devolvería a la diplomacia entre ambos su estatus oficial, mucha gente pasó por la sala del matrimonio conformado por Zaslansky o Ohad. Quizás alguno habrá advertido la presencia de la tortuga vigilante, pero no tendría forma de saber que, dentro, las manos que le dieron vida habían colocado un pergamino de mezuzá. 

“Era nuestra mezuzá secreta”, dice el embajador mientras intercambia una mirada cómplice con la tortuga. “Todavía está adentro el pergamino”, agrega para sellar una complicidad, ahora compartida con la periodista israelí. 

Ahora, en estos tiempos que parecen propicios para la paz entre Israel y varias de las potencias árabes de la región, el consulado del Estado judío ostenta una mezuzá de plata en la puerta. 

Pero la tortuga preñada de secretos sigue custodiando las palabras sagradas: “Escucha, Israel…” 

(En la imagen: la “mezuzá” secreta)

 

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