Desde hace 28 semanas, cientos de miles de israelíes se manifiestan contra la hasta ahora imparable reforma judicial o revolución judicial, según sus autores, y está claro que es así, una revolución que quiere cambiar el sistema democrático de Israel por una dictadura gubernamental o parlamentaria, donde se desdibuja el control que sobre el gobierno y gobernantes puede y debe hacer un Poder Judicial independiente, además de otros “regalitos” a la mafia política, como permitir que exconvictos y condenados por corrupción y otros crímenes del poder, como abuso de autoridad, puedan reincorporarse a la vida política.

La consigna de estos cientos de miles de israelíes ante el ascenso gradual de la represión policial por pedido explícito del poder político es “¡¡bushá, bushá, bushá !!“, que quiere decir vergüenza.

Esta parte del pueblo, víctima de la represión hoy experimenta por primera vez en carne propia la experiencia que pasaron en los 60’s los judíos sefardíes y etíopes, beduinos, árabes en distintos momentos históricos del Estado de Israel.

La defensa de la democracia ahora une a quienes vivían una democracia real, pero con un poco de amnesia colectiva, que olvidaba a algunas minorías en el reparto de la dulce torta de la vida democrática.

Los pilotos devuelven las llaves de sus aviones de combate.

La negación de los reservistas pilotos de la Fuerza Aérea a volar sus aviones de combate para servir a una dictadura, sigue firme también en otras unidades de élite del ejército y de las fuerzas de seguridad. Esta firmeza de la mayoría democrática de los militares, sin duda es el hecho político militar más importante en la historia de Israel.

Las cartas de los reservistas, informando que no se presentarán a sus distintas bases, siguen llegando, y el estado de debate e insubordinación es general en las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel ).“Somos un ejército del pueblo, no de una dictadura”, es el encabezamiento (o final) de las cartas que envían.

También está el descontento dentro del Mossad, que en sus principios de fundación está claramente señalada la lucha contra los enemigos de la democracia y el pueblo de Israel.

La presión internacional de nuestro aliado, EE.UU., que califica al gobierno de Israel como el más extremista de la historia, es otro factor importante, ya que es también nuestro más importante proveedor de armas y dinero para la defensa, entre ellas los misiles “Kipat Barzel” (Cúpula de Hierro), y los aviones F35, aunque por ahora no haya pilotos dispuestos a volarlos.

Todos estos datos apuntan a que no basta tener un parlamento con cuatro diputados más que la oposición para intentar un cambio de sistema. Incluso hoy, según las encuestas, la mayoría del pueblo repudia esta reforma.

Netanyahu se desmayó el fin de semana, no solo por un golpe de calor. Tiene al país paralizado por la movilización y el repudio social a esta reforma, que incluye a prácticamente todos los actores del sector de inversiones y “high tech”, activando públicamente contra la reforma judicial.

Pero así mismo, se siguen votando las leyes anti democráticas en un parlamento que perdió legitimidad ética y moral.

Desgraciadamente, la historia nos enseña que si Netanyahu no frena este delirio y la oposición política no encuentra la fórmula para desactivar este autogolpe de Estado, el pueblo deberá por todas las vías que tenga a su alcance enfrentarse, incluyendo la violencia, que esperemos no sea necesaria, y que la razón vuelva al cerebro de Netanyahu y abandone el extremismo anti democrático y a los extremistas de su gobierno.

La violencia popular, cuando empieza, es muy difícil de controlar y saber cuándo y cómo termina. Pero algo está claro, el reloj ya empezó su conteo. La democracia del Señor Primer Ministro no se negocia e Israel necesita volver a funcionar.

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