Todavía falta un tiempo, pero habiendo ido esta semana a ver la película de Golda, encontré su imagen estampada en un viejo billete de 10 shekels. Y no sé qué extraño impulso me hizo pensar en el lugar que la historia les tiene reservada a los viejos líderes nacionales de Israel.

No sería de extrañar, por ejemplo, que los festejos del primer centenario encuentren a Smotrich transformado en un billete de 10 mil shekels devaluados.

En homenaje al anterior gobierno, no habrá otro remedio que emitir una moneda por el mismo valor con la imagen de Lapid.

Otros homenajes probables: rebautizar al Teatro Nacional Habima como Teatro Etnico Miki Zohar y cambiar el nombre de El Al por el de Miri Regev Airlines.

Una estampilla de 1,000 shekels llevará la imagen de Moshé Arbel, del partido Shas de los sefardíes ultraortodoxos, en memoria del ministro de la época en que todavía había salud en Israel y era pública.

Y una estatua ecuestre en el centro de Jerusalén honrará la memoria de Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, “Libertador del Líbano, Siria, Jordania, Palestina y los alrededores”.

Golda tenía sentido del humor

Una de las cosas que más caracterizaban a la exprimer ministro Golda Meir, era su agudo sentido del humor. Desempeñándose como embajadora de Israel en Moscú, un alto funcionario soviético se dirigió a ella en ruso:

-“No hablo ruso por razones de principio”, se disculpó Golda.

-“Por razones de principio?”, preguntó su interlocutor entre sorprendido y ofendido.

-“Efectivamente”, respondió Golda.

-“Mi principio es no hablar en un idioma que desconozco”.

Cuando Beguin era joven y feliz

La historia nos depara extrañas simetrías.

Pienso en el desparecido Menachem Beguin, el primer ministro, el orador por excelencia, el político sagaz (no como el de ahora), el hombre que amaba la luz de los reflectores (si, al igual que el de ahora), los aplausos y los vítores de las masas.

El mismo Menachem Beguin, como muchos recuerdan, decidió terminar su carrera política en la auto reclusión (como debiera hacerlo el de ahora), el silencio y el olvido, hasta el punto de negarse a sí mismo la luz del día.

Hubo una época en la que Beguin debió haber sentido una sensación parecida a la que vivió en sus últimos años desde que renunciara al poder y al contacto con los hombres en 1983. Fue cuando la policía británica puso precio a su cabeza y se vio obligado a esconderse dentro de un armario. Pero entonces la soledad si que tenía un sentido y su corazón cultivaba un sueño, el mismo que le permitía ver en esa soledad de perseguido un signo de grandeza. En los últimos años de su vida y antes de su muerte, ya no hubo sueños posibles.

Hoy, los ocupantes británicos ya no están. Se fueron hace tiempo, y Beguin debió haber sentido una sensación parecida a la que sentimos muchos hoy en día: el país es crudamente lo que es y al igual que Beguin, dan ganas de meterse a un armario, ya no para escaparnos de alguien, sino para olvidarnos de todo y de todos.

Sin ánimo de polemizar con las doctas y festivas notas de Enlace Judío cada año cuando conmemoran el aniversario de la independencia de Israel y sin olvidar a la “alía” latinoamericana en todos estos años, me permito la siguiente reflexión a la hora de hacer un balance de nuestro aporte a la cultura israelí: ¿por qué será que las únicas palabras castellanas que han tomado parte integral del idioma hebreo en estos 100 años son, según orden de importancia: mañana, momento y siesta?

Por estos 100 años de vida y por los que el optimismo de cada uno de nosotros pueda agregar a la cuenta: ¡¡¡Lejayim!!!


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