Por desiguales circunstancias este será probablemente uno de mis últimos aportes a estas páginas.

Mi actitud personal y, en particular, los errados giros del presente gobierno israelí no me ofrecen lugar a un generoso optimismo.

Inquietante constelación que me conduce a apuntar que nunca antes en mis tránsitos personales y profesionales en organismos internacionales y en marcos universitarios, desde México a Chile, y desde Texas a Puerto Rico, mi condición de judío e israelí conoció ofensa o detrimento algunos.

Actitudes y experiencias que no habría acumulado si los hechos e inclinaciones que hoy y aquí vislumbro en mi país hubieran tomado cuerpo en aquellos contextos y circunstancias.

En otros términos, la acelerada libanización de Israel con el liderazgo de Netanyahu-Ben Gvir y Smotrich y el ascenso del liderazgo nacional-religioso trastornan sustancialmente el escenario colectivo del país y su lugar en el entorno internacional.

Dan lugar a tendencias y circunstancias que perturban el presente y los futuros de la ciudadanía israelí, incluyendo a los medios informáticos que hoy para superar estas amenazas favorecen la unión y el olvido de tradicionales rivalidades.

La responsabilidad corresponde a una torcida coalición gubernamental que favorece acciones que implican, entre otros resultados, el debilitamiento de las fuerzas militares, la ilegal ocupación de tierras que pertenecen a países vecinos, la acelerada y pecaminosa politización de Jehová, y la reiterada ofensa a la igualdad de ciudadanos y géneros.

En suma: una torcida mezcolanza de acciones, narrativas y valores susceptible de conducir a un suicidio colectivo.

Oscuro cuadro en verdad que se complica con el creciente éxodo de israelíes a otras tierras, la caprichosa y costosa conducta de la familia Netanyahu, las limitaciones en el transporte público debido a la politización del Shabat, y el debilitamiento de la autoridad del presidente Herzog y de la Knéset, hoy presidida por una figura que apoya estas torcidas acciones más allá de sus preferencias sexuales apenas respetadas por influyentes miembros de la coalición gubernamental.

Oscuro y complejo escenario que me conduce a recordar los diálogos en S. Freud (1856-1939) y M. Eittingon (1881-1943) en la Alemania hitlerista.

En aquellas difíciles circunstancias, Eittingon resolvió emigrar a Palestina donde fundó la Asociación Psicoanalítica en Jerusalén en tanto que Freud conocerá en Viena la brutalidad nazi. Y merced a la generosa intervención de un oficial alemán llegará por fin a Londres y fallecerá allí el siguiente año (1939).

Sin duda, Israel presenta hoy un trágico escenario que amplía la posibilidad de una ofensiva militar desde todas las fronteras del país como se conoció en 1973 cuando el gobierno de Golda Meir y de Moshé Dayán se empecinara en ampliar la presencia y la explotación de los recursos en el Sinaí egipcio.

Y es lamentable que en estas circunstancias setenta y ocho manifestaciones masivas de protesta no han logrado hasta aquí alterar y corregir estos torcidos rumbos gubernamentales que acentúan la escisión nacional y debilitan la
seguridad del país.

En estos desafortunados momentos los próximos días serán decisivos. Solo si la Corte Suprema y sus 15 miembros fallan en contra de las decisiones arbitrarias de la mayoría parlamentaria Israel recuperará terreno.

Es hoy la Corte, un ilustrado cuerpo compuesto de 15 miembros jefaturados por una mujer, Esther Hayut, quien merece alto lugar y franca responsabilidad en la preservación del juego democrático.

Si la Corte cede a las presiones de la coalición gubernamental que mal representa los valores del país, la fragmentación y debilitamiento de Israel serán irreparables.

Cabe agregar que en un acto de flaca cortesía, el presidente Biden aceptó por fin dialogar con Netanyahu en los marcos de las Naciones Unidas. Su ingreso a la Casa Blanca de momento le está vedado.

Un hecho que tiene implicaciones no solo personales. Debilita y tuerce las importantes relaciones que los gobiernos norteamericanos han revelado desde antes de la gestación del Estado de Israel.

Circunstancias y escenarios que obligan, a mi ver, la activa intervención no solo de la ciudadanía israelí.

Juzgo que también las diásporas perderán la legitimidad y la tolerancia que hoy merecen en múltiples rincones del mundo como resultado de la torpe conducta del presente gobierno israelí.

Y en este contexto cabe señalar que los medios cibernéticos ofrecen hoy a las comunidades judías la posibilidad de manifestar su inquietud a las embajadas israelíes que de momento revelan lealtad formal al gobierno que representan.

Opino que protestas concertadas tanto en Israel como en las diásporas pueden moderar las torcidas inclinaciones que hoy amenazan a nuestro país.

Y confieso: nunca antes habría querido estar en el error y pecar de desvarío. Pero las realidades abruman mis deseos personales.


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