No hay ningún versículo en el libro de Job que nos diga que este es un relato de Rosh Hashaná (Año Nuevo). Pero es un relato de Rosh Hashaná, que incluso extiende su alcance hasta Yom Kippur. Si conocemos el contexto cultural del antiguo Medio Oriente, podemos disfrutar de este formidable texto de un modo particularmente especial, sobre todo en estos diez días, los llamados Yamim Noraim.

En las antiguas culturas mesopotámicas y cananeas existió la creencia en que había un padre de los dioses, llamado El, el cual tuvo 70 hijos que fueron conocidos como los Elohim. El era un dios distante que sólo visitaba su creación una vez al año, justo en la festividad de Año Nuevo. Para ello, organizaba una reunión en lo alto de un monte sagrado (algunas fuentes lo ubican en la zona donde confluyen hoy Turquía, Siria e Irak; otras, en Líbano), donde se daban cita todos sus hijos. Ahí, el dios El decidía el destino de toda su creación, desde la suerte de las creaturas más sencillas, hasta la de los mismos dioses.

Como es evidente, el judaísmo preserva esta noción básica: en Rosh Hashaná, D-os el Creador decreta lo que ha de acontecer con su Creación, desde la creatura más sencilla hasta la más grande. Por supuesto, hay diferencias. La primera es que el D-os de Israel no es como el El de los mesopotámicos o cananeos; no es un D-os distante, sino profundamente preocupado por lo que sucede con todas sus creaturas. Además, sus decisiones no son arbitrarias, sino resultado de una relación eminentemente moral con cada uno de sus hijos. Por ello, sus decretos no son un fin absoluto; pueden ser modelados o cambiados por la conducta piadosa y generosa.

Partiendo de este dato, llama mucho la atención la forma en la que inicia el libro de Job. Después de una introducción (1:1-5) en la que se nos narra quién es el protagonista, el versículo 6 nos dice: “Un día vinieron a presentarse delante del Señor los Hijos de D-os (Vayehi hayom vayabó Benei Haelohim lehityatzev al Ad-nai), y Satán también vino con ellos (vayabó gam Hasatán vetojam)”.

Si nos ubicamos en el contexto del antiguo mundo mesopotámico-cananeo-israelita de donde surgió este relato, es claro que este versículo se refiere a un Rosh Hashaná, el único momento del año en el que D-os se reunía con sus Hijos. Por supuesto, en la narrativa israelita no es una reunión de “el padre de los dioses” con “sus hijos los dioses”, sino de D-os, el Único y Verdadero, con sus hijos los ángeles, entre los cuales está incluido el propio Satán.

La historia la conocemos: D-os y Satán se enfrascan en una discusión sobre la fidelidad de Job, y para que se demuestre que es un hombre de corazón puro y no solamente alguien convenenciero, D-os autoriza a Satán a despojar a Job de todo lo que tiene (familia y propiedades), salvo su vida. Sin embargo, Job permanece fiel a su fe.

El capítulo 2 nos devuelve a una escena similar a la ya descrita: “Aconteció que otro día vinieron los Hijos de D-os para presentarse delante del Señor, y Satán vino también entre ellos…” (2:1). Es decir, esto ocurre un año después, en el siguiente Rosh Hashaná. Job vuelve a ser el tema de discusión, y para demostrar que su fidelidad a D-os es genuina, se autoriza a Satán a quebrantar su salud. Ahora es cuando las desgracias de Job tocan fondo, y empieza la parte medular del libro, que gira alrededor de las discusiones que mantuvo con sus amigos Elifaz Hateimaní, Bildad Hasují, y Tzofar Hanaamatí.

Según el texto, los cuatro amigos se quedaron sentados en silencio durante siete días antes de comenzar una larga discusión (2:13), en la que abordaron desde todos los puntos de vista posibles el dilema de porqué los hombres justos sufren. El debate se extiende desde el capítulo 3 hasta el 31. Luego viene una especie de apéndice: un quinto personaje, Elihú ben Barajel Habuzí, molesto por el rumbo que tomó la discusión entre Job y sus tres amigos, lanza una larga perorata que abarca los capítulos 32 al 37.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Job fue quebrantado en su salud? El texto no nos ofrece un dato claro, salvo el de que la discusión entre Job y sus tres amigos se dio después de siete días de silencio. A eso hay que agregar, entonces, el lapso en el que Job cayó enfermó, y lo que tardaron sus amigos en llegar con él. El debate, incluyendo la participación final de Elihú ben Barajel, parecen haber ocurrido en el mismo día.

Si entendemos todo el relato en su contexto cultural original, podemos deducir que toda la acción toma diez días, desde la enfermedad de Job hasta el final de la disertación de Elihú. Es lo más lógico: el capítulo 38 presenta a D-os mismo, revelándose a Job desde un torbellino, listo para confrontarlo con su propia ignorancia. Y no porque le tenga mala voluntad. Al contrario: después de hacer entender a Job la pequeñez del razonamiento humano, D-os se manifiesta con Elifaz Hateimaní, y le dice “Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros, porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job” (42:7), y todavía repite más adelante “…por cuanto no habéis hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job” (42:8).

Así que, pese a todas las venturas y desventuras en el texto, D-os mismo reconoce la justicia de Job. Por supuesto, una justicia que se ha transformado, porque el propio Job admite que ahora tiene un mayor nivel de conciencia de las cosas: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven” (42:2-5).

Es evidente que el encuentro entre D-os y Job ocurre diez días después de que se decretara la enfermedad de Job. Es decir, en Yom Kippur, el momento más sagrado posible, el instante en el que el ser humano está frente a su Creador, cargando tanto sus cosas buenas como sus cosas malas.

Y eso es lo maravilloso del texto: Job se nos presenta como alguien que no entendía muchas cosas, pero que de todos modos tuvo el valor de cuestionar primero a D-os, y luego a sí mismo. Lo que hace valiosa la experiencia de Job no es que sus amigos no tuvieran argumentos para acusarlo de nada, sino que siempre está dispuesto a aprender, a mejorar, a profundizar su conocimiento de D-os.

Más aún: D-os se manifiesta a Elifaz y le señala que él y sus dos amigos se han comportado mal, y les ordena presentar sacrificios, pero también que le pidan a Job que ore por ellos.

Esa es la máxima acción de justicia hecha por Job: todavía en medio de su necesidad, ora por sus amigos. Siendo él quien más ha sido afectado, pide misericordia para tres personas que no han sufrido igual que él.

Por ello, el decreto de restauración se emite de inmediato (es decir, al cierre de Yom Kippur), y la suerte de Job cambia por completo (42:10-17).

Ahora, con el inicio de las Fiestas Mayores del año 5784, los judíos sabemos que es el momento de presentarnos ante D-os de una manera especial, sobre todo porque es el momento en el que serán juzgados nuestros actos, y serán emitidos los decretos para el año que comienza.

Qué mejor que apoyarnos en el libro de Job para tomar nota de todo aquello en lo que debemos pensar, y a lo que debemos ponerle atención.

Job, en medio de sus problemas, de su sufrimiento, e incluso de su ignorancia, nunca estuvo dispuesto a negociar su fe ni su integridad. Del difícil trance que enfrentó, salió ganando conciencia, conocimiento, virtud.

Un ejemplo a seguir en todas las épocas.

 


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