Enlace Judío México e Israel- Justo cuando estábamos comenzando el segundo día de Rosh Hashaná, un fuerte temblor sacudió la Ciudad de México. Las mediciones lo ubican entre 7.1 y 7.4 en la escala de Richter, y tuvo su epicentro cerca del célebre puerto en Acapulco.

Aunque la intensidad del sismo va descendiendo conforme el movimiento se aleja del epicentro, en la Ciudad de México vuelve a intensificarse debido al subsuelo acuoso, y por ello es frecuente escuchar en las noticias que hubo un temblor fuerte en la zona urbana de la capital de México. A veces, incluso se mencionan como terremotos.

Y es que para mucha gente en el mundo, un temblor de 7.1 Richter ya es un terremoto. Para la Ciudad de México es, en realidad, relativamente rutinario.

Por supuesto, la gente se pone nerviosa. Máxime con el temblor de antier, que incluyó un fenómeno poco frecuente: las llamadas chispas o fuegos basálticos, un fenómeno de luces en el cielo que se da por la fricción en el subsuelo de rocas basálticas, que entonces producen chispas bastante visibles, pero que son proyectadas hacia las nubes.

Con todo y eso, lo que más nos llamó la atención a la comunidad judía fue que dicho evento -siempre llamativo- ocurriese durante Rosh Hashaná, justo cuando, según la tradición judía, D-os está juzgando al mundo entero y decidiendo su destino para este año que empieza (5782 conforme al Calendario Hebreo).

En la Biblia se mencionan muchos temblores. Por ejemplo, Amós 1:1 refiere que el profeta comenzó su actividad dos años antes de un terremoto, del cual ya se ha encontrado evidencia arqueológica consistente.

Salmo 29

Pero acaso en este momento nos resulta más interesante lo que nos dice el Salmo 29, que es una lectura rutinaria para nosotros los judíos, ya que es uno de los Salmos que leemos cada Kabalat Shabat: “Voz del Señor sobre las aguas; truena el D-os de gloria, el Señor sobre las muchas aguas. Voz del Señor con potencia; voz del Señor con gloria. Voz del Señor que quebranta los cedros; quebrantó el Señor los cedros del Líbano. Los hizo saltar como becerros; al Líbano y a Siria como hijos de búfalos. Voz del Señor que derrama llamas de fuego; voz del Señor que hace temblar el desierto; hace temblar el Señor el desierto de Kadesh; voz del Señor que desgaja las encinas, y desnuda los bosques; en su templo todo proclama su gloria. El Señor preside en el diluvio, y se sienta el Señor como rey para siempre. El Señor dará poder a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz” (Salmo 29:3-11).

Resulta muy interesante que este Salmo relacione un fenómeno natural imponente como los temblores con la idea del juicio de D-os. Más aún: toma como parámetro el diluvio.

Y lo paradójico es que, al final del Salmo, se hable de que D-os dará poder a su pueblo, y lo bendecirá con paz.

¿Qué tienen que ver unas cosas con otras?

En la Biblia es muy frecuente la imagen de D-os manifestándose en medio de portentos de la naturaleza. No olvidemos, por ejemplo, que en Éxodo 19 y 20 la revelación en Sinai sea descrita con rasgos de un evento volcánico: la nube sobre el monte, el fuego, el ruido. Y sin duda uno de los pasajes más emotivos es el diálogo que tienen D-os y Job al final del libro dedicado a este personaje, y que comienza con estas palabras: “Entonces respondió el Señor a Job desde un torbellino…” (Job 38:1).

¿De qué nos habla este pasaje? ¿Realmente hubo un diálogo formal entre D-os y Job, o Job simplemente fue testigo de un evento climatológico, y al estar frente al poder de la naturaleza entendió todo lo que D-os le quería decir?

Es una idea sugerente: nos confronta con el reto de orientar del mejor modo posible nuestra sensibilidad justo en esos momentos en los que más miedo podemos tener.

Porque, seamos honestos, ¿qué puede darnos más miedo que la furia de la naturaleza? Cualquier miedo provocado por el ser humano mismo tiene, al final de todo, la expectativa de que se puede negociar. No importa cuán terrible sea el enemigo. Mientras sea otro ser humano, cabe una última posibilidad de diálogo.

¿Pero qué hacemos ante un tornado, un terremoto, una inundación?

Callar, porque no hay modo de dialogar con la naturaleza. Cuando hablamos de “aprender a convivir con ella”, significa simplemente que aprendamos a vivir atenidos a sus propios ritmos, sus propios procesos.

Pero lo hermoso es que en medio de ese poder que nos desborda, podemos escuchar la voz de D-os.

Y a eso se refiere el Salmo 29: “Voz del Señor sobre las aguas… Voz del Señor con potencia; voz del Señor con gloria. Voz del Señor que quebranta los cedros… Voz del Señor que derrama llamas de fuego; voz del Señor que hace temblar el desierto… voz del Señor que desgaja las encinas, y desnuda los bosques…”.

¿Y qué más significativo que, además de todo, la Voz del Señor se manifieste en Rosh Hashaná? Justo cuando comienza la fase más intensa de nuestro esfuerzo por reconciliarnos con Él, pero también con todos nuestros semejantes.

¿Y qué nos quiere decir D-os en este momento?

Esa es la ventaja de que la Biblia nos hable de la Voz de D-os como un lenguaje estrambótico, pero no expresado en palabras, sino en fenómenos naturales.

¿Por qué? Porque entonces cada uno escuchará lo que su propio corazón necesita escuchar.

Cada alma tiene su propio dilema en este momento. Cada corazón tiene su propia plegaria. Cada ser humano tiene sus propias necesidades. Y esa voz portentosa nos habla a todos al mismo tiempo. Y lo hace de tal modo que cada uno escucha lo que necesita escuchar.

Y justo el ejemplo es Job. Después de haber sufrido incomprensiblemente, y de haber soportado las diatribas en su contra, proferidas por sus amigos, Job se enfrenta a un torbellino, y entiende lo que debe entender. En su caso, se queda pasmado ante el poder de D-os y se da cuenta que siempre habrá cosas que desbordarán toda posibilidad humana por entender por qué las cosas suceden como suceden.

Y vaya curiosidad: toda la historia de Job comienza un Rosh Hashaná, porque —según las antiguas tradiciones mespotámicas y cananeas, que también fueron compartidas por los israelitas— la reunión de D-os con sus hijos se celebra justo en el aniversario de la Creación. Es decir, en Rosh Hashaná. Por eso fue que así se selló la suerte de Job, tanto sus desgracias iniciales, como sus ulteriores bendiciones.

Así que todo coincide: Rosh Hashaná, el juicio divino, el temblor (o cualquier otro fenómeno natural), y nuestra propia necesidad de callar, guardar silencio, para estar atentos a lo que D-os quiere decirnos.

Él ya ha hablado.

Ahora, la siguiente parte nos toca a nosotros. Escuchar, y obedecer.

 


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