El diálogo personal que el presidente Biden y el primer ministro Netanyahu conocieron en las últimas semanas en un hotel neoyorkino tendrá sustantivos resultados en los futuros del Medio Oriente.

El más importante de ellos alude, en mi opinión, al probable alcance de la capacidad atómica en Arabia Saudita con el consentimiento e incluso colaboración por parte de Israel.

Un escenario que obliga a recordar quiénes y cómo pusieron los fundamentos del recurso nuclear en nuestro país.

Juzgo que con desubicada velocidad Bibi se apresuró en ufanarse que él habría puesto las bases para alcanzar este importante recurso militar en el marco de sus casi tres décadas de gobierno. Un conveniente olvido de los personajes y logros que pusieron las bases de este recurso en la primera década del nacimiento del Estado.

Cabe recordar en este contexto que las páginas del libro de Avner Cohen, 500 de las cuales 100 señalan los personajes y las fuentes que apoyan sus afirmaciones, claramente indican que una trilogía compuesta por Ben Gurión, Shimón Peres y David Bergman estimó en los años cincuenta que sin la posesión de un arma nuclear las probabilidades de Israel de sobrevivir en un medio regional extenso, hostil y ampliamente poblado eran escasas cuando no nulas.

Peres tomó entonces la iniciativa. Francia, Noruega y Sudáfrica fueron los principales escenarios de sus gestiones.

Con la ayuda de un amplio y secreto equipo logró reunir y calificar la información indispensable. Bien sabía que ni en EE.UU. ni en la URSS obtendrá soporte alguno a pesar de que judíos americanos y rusos, como Oppenheimer y Landau, fueron en ambos países los impulsores más importantes del recurso atómico.

La crisis de Suez que se verificó hacia fines de los cincuenta convenció tanto a franceses como a israelíes que había necesidad de un nuevo y eficiente instrumento militar comparable al que EE.UU. y la URSS entonces poseían.

Un hecho que abrió el camino al centro nuclear Dimona en el Néguev sin que gobierno israelí alguno declarase sus verdaderas intenciones.

Ciertamente, los iniciales pasos de Israel encaminados a alcanzar el poder nuclear fueron resistidos desde el inicio por el presidente Kennedy. Pero su asesinato abrió lugar al ascenso de líderes como Johnson y Nixon que, en contraste, revelaron mesurada atención al tema.

En su libro, Cohen señala que hacia 1970, cuando Golda Meir asume el cargo de Primer Ministro, la Casa Blanca multiplicó las gestiones dirigidas a visitar e inspeccionar la actividad en Dimona.

Israel se opuso a ellas con diversos argumentos, un hecho que llevó a un áspero diálogo entre Nixon y Golda con la intermediación de Kissinger. Un encuentro que contrariamente a lo habitual no produjo ningún protocolo o resumen escritos. Se sabe, sin embargo, que estos dos personajes acordaron que Israel en ningún escenario o circunstancias habrá de emplear el recurso nuclear.

Debido a este compromiso, EE.UU. debió surtir armas a Israel cuando estalló la guerra de Yom Kipur.

Compromiso válido hasta hoy.

En el epílogo a su libro, Cohen indica que …”solo en recientes años EE.UU. percibe que cometió no pocos errores para mantener el secreto nuclear…de Israel” (p. 349 en la versión en inglés).

Un recurso que hasta aquí jamás ha sido utilizado por Jerusalén a pesar de la atención que desde el Caso Vaanuno el tema merece.

Se trata en suma de hechos y consideraciones que hoy adquieren filosa actualidad cuando Arabia Saudita anuncia la decisión de adquirir y usar el recurso atómico con diferentes propósitos, intención a la que el gobierno de Netanyahu brindará sustantivo apoyo conforme al reciente entendimiento con la Casa Blanca.

Guiones y escenarios que cambiarán, a mi ver, la fisonomía del Medio Oriente y, en particular, de nuestro país hoy abrumado por filosos antagonismos y por un heterogéneo liderazgo que sustancialmente lesiona la unidad nacional.

Nunca antes quise estar en el error.


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