Sarah Sasoon – Hago chocolate; derrito trozos de chocolate negro y olvido cuántos gramos he añadido. Continúo incluso cuando el agua del baño maría se seca y el chocolate se quema en el fondo. Saco con una cuchara lo que aún queda y mezclo la mantequilla de galleta Lotus para untar. Saldrá bien. Es chocolate, estamos en guerra, ¿acaso importa todavía el chocolate?

Ojalá el chocolate importara. Al menos este chocolate importa. Lo estoy haciendo para mi hijo, que es soldado y le encanta mi chocolate Lotus. Se lo entregaré a él y a su unidad, junto con un lote de brownies y un strudel de manzana. Hubieramos llevado más, pero mi hijo me dijo por teléfono que tienen demasiada comida. No quiere engordar, aun así le preparo el chocolate, porque soy su madre.

He pasado a la fase de la anestesia. Esto no es un ensayo sobre lo que hizo Hamás, lo que pasó aquí en Israel. Todo está registrado en Internet. Quiero contarles algunas cosas que no están registradas. De las que no se habla lo suficiente.

De como esta mañana conocí a un hombre cuyo nombre es Doron en la panadería de Russel en el Shuk Majane Yehuda. Me contó que su madre tiene 97 años. Es sobreviviviente del Holocausto y ayer, mientras la llevaban en silla de ruedas a una consulta médica, rompió a llorar. Su nuera le preguntó qué le pasaba, y ella dijo: “No puedo creer que haya sobrevivido para ver lo que ha pasado aquí”.

Por eso tenemos Israel, para evitar que estas cosas vuelvan a ocurrir.

Por eso mis abuelos vinieron a Israel en 1951, porque las condiciones para los judíos en Iraq se volvieron insoportablemente antisemitas, demasiado peligrosas. Mis padres y otros 120,000 judíos iraquíes recordaban la masacre de Farhud de 1941. Tuvieron que marcharse. Fueron trasladados en avión a campos de refugiados en Israel, a pesar de que no había trabajo, ni comida, ni casas para ellos. Como dijo Ben Gurion a Shlomo Hillel -el judío iraquí que les ayudó a huir-, no quería otro Holocausto en Iraq.

Se evitó un holocausto. Hoy, hay tres judíos viviendo en Irak.

Por eso estamos aquí, en Israel. En sus primeros días, el país recibió a más de 850,000 judíos desplazados de tierras árabes, además de a todos los judíos europeos sobrevivientes del Holocausto que buscaron consuelo y seguridad en un Estado judío. Por eso tenemos un ejército y por eso nuestros hijos tienen que luchar. Por eso nos afecta tanto cuando se produce una masacre aquí.

El número de víctimas sigue aumentando.

La gente que apoya a Hamás nos ha condicionado para que veamos a las FDI no como personas, sino como nazis. Quiero decirles que nuestros soldados no son nazis. Son soldados de muchas culturas y religiones diferentes que darían de comer chocolate a tus hijos y los protegerían con su vida.

Cuando pienso en los soldados israelíes y el chocolate, pienso en cómo describen los sobrevivientes a los soldados estadounidenses que los emanciparon de los campos de concentración. El acto de darles chocolate.

Cuando 300,000 reservistas israelíes fueron llamados a filas, 420,000 se movilizaron. El ejército no estaba preparado para ello. Así que Israel se convirtió en un kibutz gigante y dadivoso. Organizamos y repartimos comidas a las bases. Compramos papel higiénico, jabón, champú, baterías para teléfonos móviles, linternas frontales, chalecos, cepillos de dientes, toallas, café, azúcar, siguiendo la larga lista de WhatsApp de lo que necesitan nuestros soldados. Añado chicles de menta Orbit, aunque no están en la lista, porque pienso en mi hijo.

Hasta ahora no se nos permitía visitar a nuestro hijo. Hago cualquier cosa para no pensar en que le echo de menos. Conducimos hacia el sur para entregar sacos de dormir y una caja personal con el nombre de un soldado. El soldado que nos recibe nos da las gracias. Está muy agradecido por los sacos de dormir. Le pregunto de dónde es originario. Nos dice que sus abuelos son de Yemen. ¿Qué pensarían sus abuelos de lo que ha pasado aquí? no puedo evitar preguntármelo. Hoy sólo queda un judío en Yemen. Antes había más de 50,000.

Hay un mensaje de WhatsApp solicitando postre para una unidad del ejército. Preparo dos bandejas de chocolate Lotus. Escribo una nota. Todo el mundo ha estado escribiendo notas y deslizándolas con los artículos, entre panecillos de jala y hummus. Gracias por protegernos. Que Dios os guarde y os proteja.

Pienso en nuestro amigo Ivan, que es sudafricano y vive en la frontera norte. Tiene dos preciosas hijas adolescentes a las que les encanta el chocolate Lotus casero que preparo. Nos cuenta que son como presas fáciles para Hezbolá. Intentan impedir que los terroristas se infiltren en Israel. Lleva dos semanas sin cambiarse de ropa. El otro día les explotó un misil antitanque. Es un milagro que estén vivos, dice. Su comandante se rompió el tobillo saltando. Iván lucha por el futuro de sus hijas. No quiere que las violen ni las masacren. Cuando me visita hago chocolate para llevar a su unidad. Hago chocolate para sus hijas en Shabat.

Pienso en la unidad de tanques de mujeres soldado (el equipo Peled), una unidad antiterrorista que luchó en el sur como leonas contra los terroristas invasores. Salvaron muchas vidas. Agradezco que no fueran capturadas. Agradezco que Israel tenga mujeres guerreras.

Pienso en el hijo de mi amigo italiano que también está en el norte. Escribe un mensaje porque su madre le compra un bolígrafo y un cuaderno y le dice que escriba en la oscuridad: con sentido, sin sentido, sólo escribe. Así que escribe. Escribe sobre su viaje al norte con otros ocho soldados en un camión de hojalata hirviendo. La gente salió en su apoyo lanzando dulces, galletas, notas, juegos y un paquete de trigo sarraceno que le golpeó en la cabeza. ¿Quién tira trigo sarraceno?”, escribe. En el paquete hay un mensaje: “Sí, trigo sarraceno, lo sabemos… pero qué le vamos a hacer, somos de Pardes Chana, esperamos que lo disfrutes, y te pedimos disculpas”.

Cuando llegan al norte, describe cómo empiezan a cavar trincheras. Parece una película de la Primera Guerra Mundial. Escribe con humor negro, diciendo que están cavando sus tumbas. Bromean con que deberían rezar el kaddish, la oración por los muertos. Bromean diciendo que vienen del polvo y vuelven al polvo. Sabiduría judía. Lo que la guerra nos recuerda.

Se pregunta: “¿Cómo me mantengo cuerdo?”. Escribe que necesita encontrar los puntos de luz en esta oscuridad.

Todos buscamos la luz. Él es un rayo de luz. Todos nuestros soldados son chispas. Chispas de tantas madres y padres que los han alimentado. Que no los quieren en el frente, pero que saben que no tenemos elección.

Mi propio hijo no quiere que se escriba sobre él. Lo respeto. Pienso en la canción que, según me cuenta una terapeuta, cantaban cuando ella era pequeña en la guerra de Yom Kippur. Es de Uzi Fux y su título en hebreo traducido al español es: “No tienes nada de qué preocuparte”. Suena alegre y esperanzadora, y en ella Fux canta un mensaje de los soldados, en el que dicen que viven como animales pero luchan como leones. Canta sobre lo que los soldados dicen necesitar: “Envíenme ropa interior y chalecos”. Cuando le pregunto a mi hijo qué necesita, responde: “Calzoncillos”.

Hemos vivido muchas guerras. Los israelíes recuerdan lo que fue ser niño en la Guerra de los Seis Días, en la Guerra de Yom Kippur. Esconderse en refugios. Decir adiós a padres, hermanos y hermanas.

Ahora los soldados se dejan crecer el bigote como en la guerra de Yom Kippur.

Recibimos un permiso especial para visitar a mi hijo. Llevo ropa interior junto con el chocolate. Lo visitamos y nos sentamos juntos en sillas de plástico, mirando a los jóvenes de las FDI y a un par de chicas que juegan a la pelota en la cancha de baloncesto. Vemos pasar camiones con soldados de camuflaje completamente equipados, haciendo ejercicios. Mi hijo nos cuenta que el viernes antes de Shabat las familias de los soldados combatientes visitaron la base. Madres, padres, esposas e hijos. “Todos lloraban cuando tuvieron que despedirse”, nos dice y repite: “Todos lloraban”.

Escribir esto me hace llorar.

El nieto de mi amigo marroquí está en el frente de Gaza y ha estado sacando cadáveres de soldados. Otros soldados tienen que visitar a las familias y darles la noticia.

Cada soldado que muere duele. Duele a muchos.

Este es un ejército de nuestros hijos e hijas, padres, hermanos, hermanas que luchan por todos nosotros. Estoy en el grupo de WhatsApp de los padres de la unidad de mi hijo. Madres y padres se mensajean, preguntándose cuándo podrán visitar a sus hijos. Me siento demasiado culpable para admitir que teníamos un permiso especial para visitar al nuestro.

Hay un aluvión de mensajes de WhatsApp: ¿a qué base se trasladan ahora los chicos? ¿Tienen suficiente comida? Alguien comparte fotos de nuestros hijos disfrutando de hamburguesas cocinadas por un famoso chef israelí. Las hamburguesas famosas les hacen sentirse especiales y vistos.

Sonreímos cuando vemos las fotos. Es un alivio sonreír entre el llanto y los aullidos por lo que ha ocurrido aquí.

A muchos soldados les han dado veinticuatro horas de permiso esta semana. Camino por las calles de Jerusalén y veo a soldados en uniforme de faena abrazando con fuerza a sus esposas mientras sostienen las manos de sus hijos pequeños. Los niños se parecen a las fotos de los niños que han sido asesinados, que han sido secuestrados. No puedo dejar de pensar en esos niños asesinados y secuestrados cada vez que veo a un niño. Podría haber sido cualquiera de ellos.

Uno de los soldados tiene los ojos pesados y amoratados por la falta de sueño. Parece salido de una película de guerra. Ojalá hubiera sido así. Ojalá esto fuera una película, pero no lo es.

Pienso en lo que Dios quiere de nosotros. Pienso en las palabras que aprendí de niña y que siempre se me han quedado grabadas: “¿Y qué pide el Señor de ti? Que actúes con justicia, que ames la bondad y que camines humildemente con tu Dios” (Miqueas 6:8).

Leí sobre un niño beduino de cinco años, Attallah Abu Madigam, que sobrevivió a la masacre gracias al comandante de la fuerza Magen de la Policía del Desierto del Néguev, el comisario jefe Ronen Halfon. Attallah dice desde la cama del hospital, según informa Y-Net news, que quiere ser policía cuando sea mayor.

Quiero que conozcas algunas de las historias de los soldados que componen el ejército israelí.

Llamo a mi hijo para preguntarle si a los soldados les ha gustado el chocolate. Espero que no diga que sabía ligeramente a quemado. Me dice que les ha encantado y me alegro.

Nos estamos volviendo locos. No puedo dejar de hacer chocolate.

Los padres del grupo de WhatsApp anuncian que tenemos permiso para visitarnos todos una noche. Compartimos una lista de platos caseros que llevaremos para la cena de los chicos. Cocinamos para todos ellos. Al estilo kibutz, se monta un festín en mesas plegables en el aparcamiento de la base. Alguien sabe traer luces, otro trae sillas y café turco en un hornillo de gas de camping. La mesa está repleta de brochetas de pollo, carne en una gran olla negra, arroz, ensalada, burrecas de carne, verduras asadas, una bolsa de paletas heladas. Ninguno de los padres come tanto. Nos gustaría que los chicos comieran más. Nos preocupan los soldados solitarios sin sus padres aquí.

¿Qué es esta necesidad de alimentar a nuestros hijos? ¿Qué es esta obsesión por la comida?

“Come”, me suplicaba siempre mi abuela judía iraquí. “Come”. Ella sabía lo que era pasar hambre en un campo de refugiados. El amor judío es decirles a nuestros hijos que coman. El amor judío es decirles a nuestros hijos que vivan.

Para esta comida hice otro lote de chocolate Lotus. He hecho este chocolate tantas veces y esta vez se siente diferente, más cuidado. No sólo porque la última vez se me quemó, sino porque siento que tal vez esto es lo que mueve a nuestro ejército: el amor.

Fuente: Jewish Book Council