Se me hace difícil celebrar. El espíritu festivo me elude por completo. Nada me resulta más ajeno y absurdo que levantar las copas en un brindis, manifestar alegría, expresar jolgorio… Me invaden la angustia y la tristeza. Desde el 7/10 el mundo se ha vuelto sombrío.

Cada mañana me encuentro con las más penosas noticias: las caras y los nombres de soldados muertos el día anterior. Esas sonrisas luminosas apagadas para siempre, esas vidas-promesa ya sin futuro, esos pibes y pibas que podrían ser mis hijos o mis nietos caídos en combate… El dolor es infinito. No solo luchaban para defender a Israel del terror y la locura, no solo peleaban por la vida de los judíos del mundo, sino que lo hacían por mí, por vos, por todos los humanos dignos de llamarse así. Su batalla era, es, mucho más que una reivindicación del derecho de Israel a existir y de los judíos a vivir como tales. Su lucha era, es, por un mundo que cada día corre el riesgo de sucumbir ante el fanatismo más salvaje, de perder la cabeza (literal y metafóricamente) bajo la más perversa ideología, de dejarse destruir por delirios totalitarios revestidos de causas justas… También, digo, esos chicos y chicas luchan para salvaguardar la vida de la cultura, de los derechos, de la justicia y de las más elementales libertades que Occidente tanto tardó en construir.

A no confundirse: esta no es una guerra entre dos países, ni siquiera entre dos pueblos. No es un “conflicto palestino-israelí”, como suelen titular los medios, donde “palestino” queda como el término débil e “israelí” como el fuerte y, por ende, el malo de la película. No: es una guerra entre la democracia y el fundamentalismo, entre la razón y el fanatismo.

Pero, como si fuera poco, a esas terribles noticias (soldados muertos día a día, civiles aún secuestrados, testimonios de mujeres violadas, pruebas demoledoras de la crueldad más infame) se suma el dolor de otras pérdidas. Los “amigos” -los que yo creía que lo eran- que, mediante perversas maniobras racionalizadoras, encuentran la manera de culpar a Israel del espanto. Sí, claro, condenan a los terroristas, pero las acciones de Hamás quedan equiparadas o justificadas por las de Israel y su gobierno. Fabrican así una simetría, una lógica especular que lastima el pensamiento y destroza el alma. El viejo “algo habrán hecho”, que los argentinos conocemos y hemos padecido… La misma “economía del mal”, típico argumento del violador: la ataqué porque usaba minifalda y me provocaba. Me pregunto, azorada, cómo puede ser que personas de alto nivel intelectual -escritores, educadores, pensadores-, esgriman, tan sueltos de cuerpo, semejantes ideas sin que se les revuelva el estómago y sin que se les mueva un pelo de su corrección política.

De chica mis padres me enseñaron que hay cosas que están mal, y punto. Sin atenuantes y sin justificativos. Los Diez Mandamientos, Spinoza, Kant y muchos otros coinciden en eso: en algunas cuestiones que hacen a lo más esencial de la condición humana no aplica la “teoría de la relatividad”.

La izquierda canalla (que ya de izquierda no tiene nada), la progresía vergonzosa (al estilo de las rectoras de las universidades yankis) y tantos personajes deleznables encuentran la manera de poner en un mismo plano a agredidos y agresores, a violadores con violados, a asesinos con asesinados. No logro entender, no llego a captar qué grado de podredumbre debe tener un pensamiento para expresarse así. Claro, ellos creen que defienden causas justas. “Almas bellas” que miran la realidad con un solo ojo, mentes tuertas y deformes… Uno de esos ex-amigos llega a decir: “¿Qué hacer cuando los que dirigen ambos bandos enfrentados son perversos? De un lado Likud, del otro Hamás…” ¿Es posible semejante perversión? La conclusión va de suyo: sí, lo que hizo Hamás es horrible, pero…
Ya no me quedan fuerzas ni palabras para refutar tanto odio disfrazado de “razón política”. Quien no es capaz de condenar directa, abierta y absolutamente el accionar del terrorismo, quien ostenta una supuesta superioridad moral al evitar tal condena por proclamarse “pacifista”, no solo reduplica, en términos simbólicos, el crimen, sino que comete el más vergonzoso suicidio. A esos individuos les digo que la locura y la muerte de los terroristas va también contra ellos. Aunque se crean inmunes y protegidos por su inmaculada corrección, si cae Israel, si el antisemitismo que creíamos derrotado resurge de sus cenizas y vuelve a campear en el mundo, ellos, los puros y pacifistas, ya no tendrán quién los defienda. Y cuando quieran darse cuenta será tarde…

¿Mi único deseo en este fin de año? Que Israel triunfe y derrote al terror y que caiga por fin la venda de los ojos de los imbéciles y canallas para que adviertan cuál es el verdadero peligro. Salud!

Diana Sperling
diciembre 2023

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