Responder o no responder, that’s the question. Después de que Irán recibió un golpe durísimo con el bombardeo israelí a un edificio anexo a la embajada iraní en Damasco, en el que murieron 13 personas y entre ellas varios militares iraníes del máximo rango, los ayatolas se debaten en qué hacer para no dar muestras de debilidad, sin que eso se pueda convertir en su propio suicidio.

Los ayatolas iraníes no han parado de amenazar a Israel desde hace dos días. Están furiosos por el ataque que no sólo eliminó a uno de sus más importantes militares, sino que demostró que están indefensos ante la eficiencia de los servicios de inteligencia israelíes. Se supone que la reunión en Damasco era secretísima, y aun así, los misiles israelíes dejaron completamente destruido el edificio justo después de que destacados militares ingresaran a él.

Es el enésimo golpe que Israel le da a Irán en Siria. Desde el inicio de la guerra civil en ese país, hace ya casi trece años, las FDI han atacado cualquier cantidad de veces a cualquier cantidad de objetivos de Irán, de Siria o de Hezbolá. Han eliminado a militares de alto rango, terroristas o soldados, han destruido depósitos o envíos de armas, y han dañado severamente infraestructura que los ayatolas han tardado décadas en construir y financiar.

El régimen de Teherán nunca se ha atrevido a contestar esos ataques. Más allá de las consabidas amenazas, siempre ha tenido que tragarse el orgullo y quedar exhibidos ante la opinión internacional como incapaces para enfrentarse a Israel.

¿El ataque de hace dos días en la embajada iraní de Damasco cruzó una línea roja? No lo sabemos. En teoría, sí. Pero la teoría es poco eficiente a la hora de tratar de entender cómo razona un gobierno dirigido por un combo de clérigos extremistas.

A inicios de 2020, un poco antes de concluir su gestión como presidente de los Estados Unidos, Donald Trump autorizó el operativo militar en el que murió Qassem Soleimani, el segundo hombre más poderoso de Irán. La única autoridad que estaba por encima de él era el ayatola Alí Jamenei, líder máximo de la Revolución Islámica.

Irán no contestó. No se arriesgó a intentar una represalia que, por lo menos, fuera del mismo nivel. Amenazó, claro. Le advirtió al mundo que Estados Unidos o Israel “volvían a realizar un ataque similar”, las puertas del infierno se abrirían.

¿Qué es un “ataque similar” cuando han eliminado al militar de más alto rango de un país militarizado? Lo único que cabría en esa definición sería un ataque directo contra los ayatolas.

Durante varios años, por esta y otras reacciones del régimen iraní, nos acostumbramos a que son un perro que ladra y no muerde.

Por supuesto, hay que aclarar que eso no es porque sean inofensivos. El asunto va por otro lado.

Irán es un país que, hasta donde se ha podido corroborar por varios ataques llevados a cabo por drones, no tiene una capacidad importante para defenderse de ataques aéreos. La única ventaja que tiene en su conflicto con Israel es que está muy lejos. Pero si Israel decidiera lanzar a su aviación para bombardear objetivos militares y políticos iraníes en sus propios patios, el “gigante” persa difícilmente tendría la capacidad de defenderse.

Por eso es que Irán siempre ha preferido no meter las manos al fuego, y dejar que los ataques los realicen sus cómplices en el Medio Oriente. El más peligroso de todos, Hezbolá; pero ahí están también las milicias chiítas en Irak y Siria, el régimen de Bashar el-Assad en Damasco, y los hutíes en Yemen.

Correcto, pero ¿qué pueden hacer ellos que no hayan hecho ya? Mal que bien, se han vuelto totalmente predecibles. Si Hezbolá no intervino en la guerra en Gaza para tratar de salvar a Hamás, ¿intervendrá ahora que sus jefes de Teherán han sufrido un golpe durísimo? Se exponen a lo mismo de siempre: una represalia brutal por parte de Israel, quien ya advirtió que regresaría al Líbano a la edad de piedra.

La situación es impredecible en este momento. Más allá de las amenazas iraníes, está el hecho de que nunca ha intentado llegar a una guerra particularmente grave, para no exponerse. Pero también está la afrenta de haber recibido un golpe severo de parte del peor enemigo, y otra vez el riesgo de volver a quedar como tontos incapaces de reaccionar, de responder.

Lo cierto es que si Irán decide tomar una represalia dura contra Israel (directa o indirectamente), sabe que el Estado judío contestará con más fuerza todavía. Dadas las limitaciones en las defensas aéreas en Irán, la propia continuidad del régimen está en riesgo.

Israel, por su parte, ha tomado sus precauciones. Acaso esa ha sido la mayor diferencia entre Israel y sus enemigos durante los últimos seis meses.

Al realizar el ataque terrorista del 7 de octubre pasado, Hamás no tenía un Plan B preparado. Su idea era “conquistar” territorio israelí, obligar a Israel a trasladar a la mayoría de sus tropas al sur, debilitar la defensa de la frontera norte, y así permitir una invasión terrestre por parte de Hezbolá.

Nada de eso sucedió. En realidad, los terroristas que iban a conquistar el territorio aledaño a Gaza fueron eliminados en menos de 24 horas. En cambio, Israel implementó una brillante estrategia que no requirió de movilizar al grueso del ejército, la defensa del norte no sólo no se debilitó sino que se reforzó, y Hezbolá tuvo que quedarse guardado en Líbano limitándose al disparo de cohetes o misiles. El saldo por las respuestas israelíes se claro: Hezbolá pierde.

Ahora con Irán es lo mismo: los ayatolas, evidentemente, no tenían un Plan A, o B, o C o D, para reaccionar ante una acción israelí de gran calado. Como de costumbre, están improvisando. Israel, por su parte, ya tiene preparado todo un esquema defensivo a la espera de cualquier tipo de ataque (por aire, por tierra, por mar). Y, sin duda, también tiene lista su respuesta, que será más dura que cualquier cosa que intenten los ayatolas.

Por eso es que hay mucha tensión en los pasillos de las oficinas de gobierno de Teherán. La tan ansiada guerra contra Israel está a punto de llegar, y ahora resulta que los iraníes no estaban preparados.

Como si eso no fuera suficiente, ayer hubo una sublevación en la región de Raish, al este de Irán. Una guerrilla baluchi con planes separatistas atacó varias comandancias y depósitos de la policía local, y para el momento que escribo estas líneas, los enfrentamientos continúan. Así que los ayatolas ni siquiera se pueden concentrar nada más en Israel.

¿Así es como empieza la guerra del fin del mundo?

Ya veremos. Una cosa es segura: Irán puede arrastrar a toda la región a un conflicto gravísimo, pero no puede ganar.

Y los ayatolas lo saben.


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