Hemos celebrado Purim, y nos preparamos para celebrar Pesaj. Las notables diferencias entre estas dos celebraciones nos ofrecen un hermoso mensaje de cómo un pueblo entero se libera, se desarrolla, madura, y se convierte en todo aquello que alguna vez sólo parecía una ilusión.

En el éxodo todo fue hecho por D-os; el pueblo de Israel simplemente fue testigo de los portentos que doblegaron al faraón. En Purim, todo fue hecho por el pueblo de Israel y D-os ni siquiera es mencionado de manera directa.

En el éxodo, Moisés vivía en un marasmo total, reducido a pastor de ovejas en Madián, y D-os tuvo que ir a sacarlo de allí para que asumiera su misión libertadora. En Purim, Mordejai desde un inicio es quien toma las decisiones y las iniciativas.

En el éxodo, las tropas del faraón son derrotadas por D-os mismo en el Yam Suf (Mar de los Juncos, normalmente conocido como Mar Rojo) mientras el pueblo de Israel sólo es testigo del milagro. En Purim, es el pueblo judío junto con sus aliados quien se confronta con sus enemigos, los combate y los derrota.

En el éxodo, el faraón sólo quiere mantener cautivo a los israelitas para seguir explotándolos como obreros en sus grandes obras de construcción. En Purim, Haman quiere exterminar al pueblo judío sin que quede un solo sobreviviente.

En el éxodo, el pueblo israelita es liberado para emprender la búsqueda de la Tierra Prometida. En Purim, el pueblo judío es liberado para seguir su vida normal en Judea, pero también en la diáspora.

Finalmente, el éxodo es la primera festividad institucionalizada por la Torá, por orden de D-os. Purim, en cambio, es la última fiesta decretada en la cronología bíblica, a iniciativa de Mordejai.

La lógica, entonces, es que Pesaj es el inicio del proceso, y Purim es su culminación. Por eso Nissán es declarado por D-os “el primero de los meses”, y Adar queda ubicado como el último.

¿Qué nos enseñan esta serie de contrastes y divergencias?

Que los procesos evolutivos —ya sean sociales, individuales, políticos, económicos, emocionales, psicológicos— nos llevan de una condición que podría ser definida como infantil, a una de plena madurez que puede compararse como una vida adulta plena.

Por ejemplo, si en Pesaj D-os hace todo, es porque el pueblo israelita es un como un niño incapaz de tomar iniciativas o realizar acciones por sí mismo. A eso nos reduce la esclavitud: a una incapacidad natural de construir nuestra vida por nosotros mismos. Es la condición del niño mientras es totalmente dependiente de sus papás.

Por eso, en el éxodo es D-os quien toma las iniciativas y realiza las acciones decisivas. Al pueblo de Israel sólo le corresponde confiar y dejarse guiar. En cambio, en Purim no hay referencias directas a Dos, y es Mordejai, Ester y el pueblo judío quienes toman el destino en sus manos. Ellos deciden, ellos actúan, ellos transforman. Es el pueblo adulto que ayuna, pone su confianza en D-os, pero luego sale a construir la historia y el destino con sus propias manos y con sus propias armas. Confía, pero no pide; tiene fe, pero no suplica. Hace por sí mismo, y lo hace bien.

Eso se manifiesta a nivel individual en el caso del líder: en la condición de esclavitud, el pueblo depende de un líder inspirado que asume su rol gracias a una revelación. En la condición de madurez, el pueblo sigue a un líder con convicciones, un burócrata eficiente que sabe lo que tiene que hacer por sí mismo, y no depende de ninguna revelación. Moisés tuvo que descubrir la Torá en el desierto; Mordejai, en cambio, la había estudiado. Moisés depende, por lo tanto, de lo que D-os le indique; Mordejai, de sus valores y convicciones.

Un pueblo esclavizado siempre se decantará por los líderes carismáticos. Un pueblo libre y estudiado siempre tendrá preferencia por los profesionales eficientes.

La contraparte del líder, el pueblo, también cambia. Un pueblo esclavo y reducido a una condición infantil no está listo para luchar. No hay manera de que se le imponga esa responsabilidad, y por eso su libertad depende de que el sistema político y económico explotador colapse por sí mismo. Los israelitas en Egipto nunca confrontaron al faraón (eso se lo dejaron al líder inspirado y carismático), y sólo se beneficiaron porque este construyó su propia ruina. En cambio, los judíos en Persia tuvieron que enfrentar a un rey apático e inconsciente, a un ministro perverso y criminal, y a un ejército que quería aniquilarlos. Pero lo hicieron con sus propias manos, sus propias armas. El llamado de Mordejai no fue a esperar milagros divinos, sino a tomar acción.

Un pueblo esclavo depende de lo que ocurre afuera. Un pueblo libre lucha por sí mismo. El pueblo esclavo seguirá incondicionalmente al líder que prometa milagros. El pueblo libre acompañará al líder que los conduzca en el trabajo.

Las exigencias de los enemigos también cambian. Cuando un pueblo es esclavo, sus enemigos sólo quieren que se mantenga así. Cuando ese esclavo se libera y construye su propia identidad, sus enemigos quieren destruirlo. Si reflexionas en eso, podrás comprender cómo el antisemitismo es la evidencia histórica del crecimiento y desarrollo espiritual e intelectual —y ahora, político— del pueblo judío. Nos quieren destruir porque somos más fuertes que nunca.

El pueblo esclavo o infantil busca una Tierra Prometida. Intuye que no debe quedarse en donde está, porque —antes que nada— está a la búsqueda de un sentido de identidad. Por eso tiene que abandonar Egipto, cruzar el desierto, y descubrir la Ley. El pueblo maduro, en cambio, es lo que es sin que importe el lugar en donde esté. Purim es una historia de diáspora, protagonizada por un pueblo judío disperso en los territorios del Imperio Aqueménida. Curiosamente, nunca se plantean el dilema de regresar a Judea, de buscar una Tierra Prometida, o de construir una identidad. Todo eso ya existe, ya se da por sentado. El adulto maduro —o la sociedad madura— lleva su propia identidad consigo mismo sin importar el lugar o la época.

De eso se tratan las fiestas judías. No es celebrar por celebrar (o comer por comer). Se trata de tomar conciencia de lo que hemos vivido y nos ha convertido en seres adultos o sociedades adultas, obligadas pero también capaces de tomar el control de sus vidas por sí mismas.

Por eso la importancia también de las fiestas intermedias entre Pesaj y Purim —es decir, todas— y el orden en el que se dan: primero la liberación (Pesaj), luego el descubrimiento de la Ley o normatividad (Shavuot), la toma de conciencia de lo que es el mundo físico (Rosh Hashaná) y el mundo espiritual (Yom Kipur), el descubrimiento del valor de la historia de nuestra condición infantil (Sukot), y luego el de nuestra condición adulta (Janucá), y finalmente la plena conciencia del reto que tenemos ante el mundo y nuestra ineludible responsabilidad de hacerlo por nosotros mismos (Purim).

Culminado el proceso, hemos acabado un ciclo y ¿qué pasa entonces? Comienza otro. Celebramos Purim sólo para tomarnos un mes de descanso y volver a celebrar Pesaj, porque mientras sigamos siendo seres humanos con todo lo que eso implica, culminar una fase de crecimiento sólo nos depositará ante las puertas del siguiente reto, el siguiente nivel en el que otra vez somos niños o aprendices, y tenemos que empezar a buscar nuestra identidad, nuestras normas, nuestro entorno, nuestra psique, la historia de nuestro origen y la historia de nuestras luchas.

Así nos diseñó el Creador, el Arquitecto que con su ejemplo nos ha enseñado cómo construirnos a nosotros mismos.


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