Sr. Director:

En los términos de la Ley Reglamentaria del Artículo 6º de nuestra Constitución, solicito que me conceda el derecho de réplica por falsedades e inexactitudes contenidas en el artículo titulado “La soledad de Israel”, bajo las firmas de Rogelio Villarreal y Berele Borowsky, publicado el 5 de abril de este año.

En el texto, se me cita tres veces a partir de mi reportaje “Israel experimenta en Gaza con las nuevas armas que venderá al mundo”. Se me acusa de lo siguiente: “no distinguir entre los terroristas y los civiles”; “antisemitismo” por “discriminación, el prejuicio, la hostilidad o la violencia contra las personas judías por el hecho de serlo”; “no mencionar que todo ese armamento ha sido desarrollado por la necesidad que Israel tiene de defenderse” ni “lo que Israel hace para reducir los daños colaterales”; “contribuir a la demonización y prolongación del mito de que Israel mata civiles de manera intencional”; “desparrama falsedades, prejuicios y odio”; “incapacidad de reconocer y declarar que Hamás es un grupo terrorista”.

Al respecto, hace falta aclarar y precisar:

El argumento de que se denuncia la violencia de Israel pero no de la de Hamás es tercamente repetido por quienes denuncian la violencia de Hamás y ocultan y justifican la de Israel -como es el caso-.

Y es mentira: el mismísimo 7 de Octubre, horrorizado por el ataque de Hamás, publiqué en Milenio el primero de una serie de textos y participaciones en televisión denunciando a la milicia islamista.

No solo eso: al iniciar mi cobertura en el terreno de este conflicto, mis primeros movimientos fueron ir a conocer a los familiares de las víctimas de Hamás y visitar los escenarios de aquella ofensiva, y contarlo a la audiencia. La postura que he sostenido, desde siempre, es la de la reconciliación. Esta vez a partir, precisamente, de judíos de Israel que, a pesar de haber sufrido la agresión de Hamás en carne propia o en la de sus padres y personas queridas, no renuncian a la demanda de una solución política al largo conflicto.

Eso de ninguna manera puede ser malinterpretado como antisemitismo, al que he combatido desde que empecé a cubrir este tema hace 15 años, destacando, por ejemplo, el compromiso de judíos israelíes con la defensa de los derechos de las comunidades palestinas bajo ocupación militar.

¿Pueden decir algo parecido los autores que me denuncian? ¿Afirmar que han ido a hablar con las víctimas palestinas para preocuparse por ellas como se preocupan por las israelíes? ¿Que fueron, si no a Gaza, por lo menos a Cisjordania a constatar con sus propios ojos las violencias de los colonos extremistas?

¿O seguirán acusándome de no hacer lo que sí hago y ellos no?

En otra parte, preguntan “qué piensan Grecko y (el escritor Naief) Yehya de las declaraciones del comentarista inglés Sami Handi (…): “¡Alá nos ha dado una victoria a celebrar!”, “¡No debe mostrarse compasión alguna!”

Respondo con gusto: me parecen bárbaras, brutales y sangrientas. Como las del primer ministro Netanyahu citando el versículo en el que dio ordena exterminar al pueblo de Amalek, las del ministro de Defensa llamando a los palestinos “animales humanos”, las del vicepresidente del Knesset de “borrar a Gaza de la faz de la Tierra” y tantas otras.

He publicado muchísimos artículos sobre estos asuntos. El que escogieron destacar no es uno sobre víctimas sino el que trata concretamente sobre las industrias militar y tecnológica israelí, y cómo utilizan cada guerra en Gaza para demostrar la eficacia de sus nuevos productos bélicos. Pone como ejemplo videos que el ejército y las mismas compañías israelíes grabaron para utilizarlos después como promoción comercial de su armamento, que no solo es para defensa, pues constituye uno de los sectores de exportación más importantes para Israel. Es negocio.

Es en esos videos en donde no se hace distinción: tratan a todos como “terroristas”. No admiten que puede haber bajas civiles.

Los autores copian y pegan acríticamente todo el argumentario de la propaganda israelí para justificar lo que en la Corte Internacional de Justicia de La Haya se investiga como plausible genocidio.

Lo hacen desde el epígrafe de la exprimera ministra israelí Golda Meir, profundamente racista: culpa de todo a “los árabes” (negando así la existencia de los palestinos), hasta de obligar a los israelíes a matarles a sus hijos, atribuyéndoles la característica racial de no amar a sus hijos, por contraste con los judíos que sí los aman. Este prejuicio racista es uno de los que repiten los promotores de la limpieza étnica de Gaza.

En Letras Libres deberían preguntarse si es propio de una revista liberal publicar justificaciones del genocidio basadas en argumentos racistas.

La búsqueda de una paz aceptable y digna para todas las partes necesita de una honestidad intelectual inexistente en el texto de Villarreal y Borowsky (abundante, además, en errores como el de la fecha de instalación de la Cúpula de Hierro o que Yahya Sinwar y Mohamed Deif no viven en Gaza sino en un “exilio dorado”). Denunciar los abusos y defender a las víctimas requiere denunciar los de ambos lados y defender a las de ambos lados. No una visión selectiva e hipócrita. Si alguien desparrama falsedades, prejuicios y odio son precisamente los que acusan.

Ante la transmisión en tiempo real y en directo de la ejecución del peor de los crímenes contra la humanidad, muchos demandamos la liberación de los rehenes tomados por uno y otro bando al tiempo en que escuchamos el llamado de los expertos de la ONU a impedir el genocidio. No nos hacemos cómplices.

Los que sí lo hacen están pasando como tales a la historia.

Agradezco el espacio. Atentamente,

Témoris Grecko


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