POR CLARA SCHERER.

Intentar narrar lo que no se ha dicho, lo que se ha ocultado sistemáticamente a lo largo y ancho del mundo, requiere un poco de paciencia, un mucho de síntesis y una pizca de humor.

La paciencia, porque es bien sabido que en cuestiones de historiar, la pluma la han tenido los otros, por lo que intentar descubrir lo que callaron, ha requerido un gran esfuerzo. Las mujeres que se han dado a la tarea de rescatar del olvido a quienes protagonizaron eventos trascendentales, tuvieron que hacer un trabajo fino de investigación. Sacaron a la luz los afanes de Cristina de Pizan, primera persona en la historia que vive de la narrativa. A Hildegarda de Bingen, a quien emperadores y pontífices solicitaban consejo; a Hermila Galindo, mexicana luchadora por los derechos políticos de las mujeres.

Nos mostraron también, con toda pulcritud, las “costumbres” que diferentes sociedades tuvieron (y algunas aún conservan) con sus niñas y mujeres: los “lindos” piececitos de las niñas chinas, logrados a base de tortura; la cliterodoctomia, practicada contra millones de pequeñitas, para que “sean fieles” a sus maridos; la forma de tratar a las viudas, en muchos pueblos de la India. Y las nuevas maneras de seguir con la trata de personas, actualizada y fortalecida con la globalización.

Muchas investigadoras han logrado una visión sintética de lo que el mundo ha permitido en contra de los derechos de las mujeres. También, han mencionado cómo han ido abriendo camino a la esperanza, al conseguir cambios y promover la protección a los derechos humanos de más de la mitad de la población que habita el planeta.

Conservar el sentido del humor ha sido una de las estrategias usadas por muchas de ellas. Saber que el enojo y la ira, sólo alejan a los espíritus críticos, las ha hecho mirar con ironía, los discursos sobre el papel que deben jugar las mujeres en una sociedad. Dan risa aquellos que, con motivo de la Revolución, nos endilgaron algunos despistados: “Queremos que las mujeres mexicanas sigan el ejemplo de “las adelitas”. ¿Se refieren acaso, a “las adelitas” de Andrés Manuel López Obrador?

¿Por qué ellos se adjudican el derecho de decirnos cómo debemos actuar? Interesante abundar en “lo aberrante del feminismo”. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, aberrante es “desviación de lo que se considera normal o lícito”. ¿Será normal o lícito que las mujeres permitan la violación a sus derechos humanos? Por mencionar sólo una “costumbre”: violencia familiar. A todas luces, eso, aguantar golpes y humillaciones NO es ni normal ni lícito.

El feminismo, según el mismo diccionario, es: “Doctrina social favorable a la condición de la mujer, a quien concede capacidad y derechos, reservados hasta ahora, a los hombres”.

Rosario Castellanos, maestra en eso de contar historias con dosis suficientes de ironía, dice: “No, no temí la pira que me consumiría sino el cerillo mal prendido y esta ampolla que entorpece la mano con que escribo”.

A pesar de todo, ¡hemos avanzado!