ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

Como se esperaba, el último reporte de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) sobre el caso iraní reveló que en el curso de sus investigaciones encontró información suficiente como para presumir que Teherán desarrolla un programa nuclear clandestino paralelo al oficial. Como en un “dèjá vu” las reacciones se repitieron: Occidente e Israel advierten que no están dispuestos a tolerar con los brazos cruzados el avance de dicho programa nuclear bélico, Irán se queja de ser víctima de conspiraciones, niega indignadamente las acusaciones y amenaza con aniquilar sin miramientos a quien se atreva a atacarlo, mientras que Rusia y China asumen el papel de defensores tácitos del régimen de los ayatolas con el que sostienen jugosos negocios e inversiones.

Como se sabe, se trata de una vieja historia. Irán, firmó en 1970 el Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares (TNP) pero ya desde aquellos tiempos en los que el Sha aún gobernaba, la carrera para hacerse de este tipo de armas dio inicio. Es más, hace una década, Teherán admitió que engañó durante 18 años ya que de manera clandestina había estado construyendo instalaciones destinadas a enriquecer uranio. En aquel entonces el director de la AIEA, el egipcio Mohamed El-Baradei no se atrevió a exigir la imposición de las sanciones correspondientes a la violación del TNP. Con esa tímida reacción se abrió la puerta al gobierno iraní para seguir ignorando y engañando a la AIEA y al mundo respecto a sus verdaderas intenciones en este tema. La bien aprendida lección por parte del régimen iraní es que puede darse el lujo de seguir jugando el mismo juego indefinidamente y mientras tanto gana un precioso tiempo que precisamente le sirve para acercarse más y más a su objetivo final que es convertirse en el indiscutible líder regional máximo gracias a su potencial nuclear.

Este último informe de la AIEA muestra que al parecer, de nada han servido las cuatro rondas de sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU contra Irán a causa de sus violaciones a los compromisos suscritos en el TNP. Nuevas sanciones muy probablemente tampoco funcionarán, por más duras que sean, además de que de por sí existen serios obstáculos para que una iniciativa tal fructifique dada la renuencia de Rusia y China al respecto. Así las cosas, la opción de atacar militarmente a Irán ha estado mencionándose cada vez con más insistencia en los últimos días.

Y sin embargo, las probabilidades de que eso ocurra son bastante modestas. Una importante firma israelí que investiga la viabilidad de operativos como ésos –Clal Finance- acaba de publicar un documento en el que señala que cualquier ataque a las instalaciones nucleares iraníes significaría para el mundo un costo económico demasiado alto que pagar, más allá de las preocupantes consecuencias políticas que acarrearía. Las agudas crisis económicas que aquejan a Europa y a Estados Unidos, los irresueltos conflictos en Irak, Afganistán e Israel vs. Palestina, más los impredecibles resultados finales de la llamada “Primavera árabe”, hacen que la decisión de atacar a Irán sea especialmente arriesgada y con altas probabilidades de resultar catastrófica en muchos sentidos. Clal Finance señala que de sentirse Irán acorralado, bien podría decidir cerrar el Estrecho de Ormuz con lo cual el precio del barril de petróleo podría alcanzar los 250 dólares.

Así las cosas, el alto riesgo de que Irán, regido por un gobierno fundamentalista, autócrata y fanatizado, logre tener en sus manos armamento nuclear, sigue pendiendo como espada de Damocles sin que existan por el momento soluciones viables capaces de detener esta peligrosa carrera.