FERNANDO WEISSMANN/COMUNIDAD JUDÍA DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS

En la época previa a la guerra se había había creado un partido nazi, pequeño, pero leal y fervoroso seguidor de Hitler. Se podía comprar un ejemplar del Mein Kampf en cualquier kiosco de periódicos en Hollywood. Walt Disney asistía casi siempre a las reuniones, junto con muchas otras personalidades prominentes de Hollywood, grandes admiradoras del nazismo, de sus ideas y proyectos. Disney asistía las reuniones del partido nazi continuamente. Esos encuentros tenían lugar en los hogares de varios actores y músicos famosos, quienes trabajaban activamente para el partido nazi americano.

A partir de 1934 desaparecieron de las pantallas los temas relacionados con judíos, los personajes judíos y aún el uso ocasional del idish. Cuando comenzó la Gran Depresión, se hizo cada vez más frecuente el latiguillo sobre la “inmoralidad” de Hollywood y que el decaimiento “moral” en que se había precipitado América era culpa de los judíos.

El derrumbamiento financiero de Wall Street provocó una intensa presión sobre el gobierno y su responsabilidad sobre el contenido moral del cine de Hollywood. Se atribuía a los judíos el descenso económico y moral de la Nación Con cada nuevo ataque,” las cabezas judeoamericanas de los estudios hollywoodenses sentían en la nuca el helado aliento del antisemitismo”. No era ningún secreto que el difundido odio a los judíos existente en los Estados Unidos antes de la guerra había aumentado a niveles nunca vistos. El historiador Leonard Dinnerstein demostró que luego de 1933, los Estados Unidos experimentaron “una explosión inusitada de fervor antisemita”. Los judíos fueron culpados por la crisis económica mundial y fueron acusados de ejercer una influencia indebida en la administración de Roosevelt. Había discriminación en el empleo para los judíos, lo mismo que “números clausus” en colegios y universidades.

Luego del ataque japonés a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, Estados Unidos entró en la guerra. Numerosos judíos se ofrecieron como voluntarios, también aquellos que habían luchado en la Guerra Civil Española, porque para ellos el enemigo más letal y peligroso era el nazifascismo, no los japoneses como lo eran para la mayoría de la población norteamericana. Con el alistamiento estos jóvenes descubrieron el antisemitismo existente en las fuerzas armadas norteamericanas.

Los graduados de las universidades como Yale, Columbia y otras, entraban directamente como oficiales, los judíos con las mismas condiciones eran rechazados en cuerpos de oficiales de la marina, así como en la Inteligencia de la Fuerza Aérea.

Donde los gentiles entraban sin problemas los judíos eran rechazados. A uno de los protagonistas de este problema le informaron con toda franqueza que la fuerza aérea no quería judíos. Para unirse a los marines una de las razones del rechazo hacia los judíos estaba relacionada con la respuesta a la pregunta de por qué se alistaban voluntariamente. La respuesta equivocada era “para combatir al nazismo”, la correcta era “para luchar contra los japoneses.” Era también muy visible la discriminación y racismo hacia los negros dentro de las fuerzas armadas. El sentimiento de ser también víctimas de la discriminación, impulsó a muchos judíos a unirse a la lucha por la defensa de los derechos civiles de los negros.

Durante la Segunda Guerra Mundial lucharon 550.000 judíos aproximadamente, entre hombres y mujeres. El equivalente a 37 divisiones. Algunos de estos soldados se enfrentaron al antisemitismo, o se encontraban con gente que nunca había visto un judío. Los informes al retorno de estos soldados judíos contaban sobre una difundida imagen de los judíos como cobardes y desganados a la hora de entrar en batalla. Otros relataron que se sintieron despreciados o burlados o en algunos casos apenas magnánimente soportados.

Cuando comenzaron a difundirse los informes sobre el genocidio el gobierno impidió que llegaran a ser del dominio público. El representante en Ginebra del Congreso Judío Mundial, Gerhart Riegner envió en agosto de 1942 una información al Departamento de Estado sobre los planes nazis para asesinar a los judíos europeos. Esta información no fue divulgada.

El rabino americano Stephen Wise, enterado del informe fue advertido por el Departamento de Estado de que no debía difundirlo. La prensa no hablaba mucho sobre las atrocidades nazis. En 1943, el mensajero polaco Jan Karski informó al presidente Franklin D. Roosevelt sobre las noticias de asesinatos masivos enviadas por líderes judíos en el Gueto de Varsovia. Ninguna acción inmediata fue tomada.

El 19 de abril de 1943, representantes de los Estados Unidos y Gran Bretaña se reunieron en Bermudas para resolver el problema de los refugiados. Ninguna propuesta significativa fue considerada en esa Conferencia.

En enero de 1944, Roosvelt estableció la Junta para los Refugiados de Guerra por parte del departamento del Tesoro para facilitar el rescate de los perseguidos en peligro Fort Ontario en Nueva York empezó a servir ostensiblemente como un puerto libre para los refugiados. Pero los que llegaron allí no eran de las áreas ocupadas por los nazis, provenían de las zonas liberadas y gran parte de ellos fue un aporte notable a la ciencia y a la cultura estadounidense, no eran inmigrantes comunes.

La prensa también manifestó desapego e indiferencia ante la matanza que tenía lugar en Europa. Uno de los diarios más importantes de Estados Unidos, el New York Times, cuyos dueños eran de origen judío, los Ochs y Sulzberger, mantuvo una valiente actitud, en plena época de aislacionismo antisemita, con una campaña preparando a la opinión pública para su entrada en la Guerra.

Sin embargo cuando hubo que tomar abierto partido por la defensa de la vida de los judíos europeos, declinó la obligación moral que tenía de informar sobre el trágico destino y el exterminio a que fueron sometidos.

Una historiadora, Débora Lipstad, demostró que el diario, cuando debió dar la noticia en la primera plana de una muy autorizada versión sobre que cuatrocientos mil judíos húngaros estaban siendo deportados para su eliminación, a los que se agregarían otros trescientos y cincuenta mil que serían asesinados en las próximas semanas, fue relegada a la página doce, donde solo le dieron cuatro columnas. No focalizó la atención sobre el tema de la eliminación de judíos, cuando contó sobre el Levantamiento del Gueto de Varsovia, nunca habló de los resistentes como judíos, siempre se refirieron a ellos como polacos y patriotas de Varsovia, nunca como judíos.
Si bien habían eliminado el correo de lectores para no tener que censurar la numerosa correspondencia antisemita que llegaba al diario, es evidente que no hicieron nada de lo que moralmente debían haber hecho por el problema de identidad de sus propietarios que se consideraban a sí mismos como ciudadanos norteamericanos de fe judía.

El New York Times no fue el único en adoptar esa actitud pero su responsabilidad frente al tema era mayor, era el diario más respetado en el país, con una gran capacidad informativa, especialmente sobre temas de política exterior por la cantidad de periodistas y medios que tenía para informar. Hay quienes prefieren creer que si hubiera utilizado su primera plana para contar las atrocidades del nazismo, los norteamericanos hubieran reaccionado antes.

También el resto de los medios de prensa, aquellos que no era considerados antisemitas, diarios tales como el New York Herald Tribune, el Washington Post, y Los Ángeles Times rehusaron a publicar las noticias sobre el genocidio judío en Europa porque no las creían, algunos esgrimieron la excusa de que en ese momento estaban convencidos de que esos informes eran exagerados y sobredimensionados para aumentar la recaudación de fondos para los refugiados.

Para la primavera de 1944, los Aliados sabían de los gaseamientos en Auschwitz-Birkenau. La dirigencia judía suplicó sin resultados al gobierno estadounidense que bombardeara las cámaras de gas y vías de tren que llegaban al campo. Desde el 20 de agosto al 13 de septiembre de 1944, la fuerza aérea de los Estados Unidos bombardeó el complejo industrial de Auschwitz-Monowitz, que se hallaba a menos de cinco millas de las cámaras de gas en Birkenau. No obstante, mantuvieron su política de no-participación en el rescate, y no bombardearon ni las cámaras de gas ni las vías de tren usadas para transportar prisioneros.

Algunos historiadores y personalidades relacionados con el mundo del cine contaron que la historia de genocidio judío tampoco fue tema del cine y la televisión norteamericana hasta muy avanzados los años setenta, se considera que la serie “Holocausto” fue el primer intento por parte de la industria cinematográfica y televisiva norteamericana de contar la historia de la Shoá y la masacre judía.

Sabemos que no se ha contado la historia completa acerca de las complicidades y asociaciones de sectores muy importantes norteamericano, entre ellas la industria estadounidense con el nazismo alemán.
Para quien crea que ya está todo dicho o no queda mucho por hablar sobre todo lo acontecido es importante afirmar que falta mucho por decir y contar. Es muy probable que esto se postergue para los años venideros, cuando ya haya desaparecido toda la generación próxima a los acontecimientos. A pesar de los millones de palabras vertidos en libros, novelas ensayos y poesías, de las miles de películas y series utilizadas para hablar sobre la Shoá o sobre el Holocausto, (palabra que también encubre el verdadero significado de lo sucedido), la verdad aun no ha aparecido, ni ha sido dicha en toda su plenitud.

Es muy reciente todo lo acontecido. La existencia del nazismo es una responsabilidad histórica que incumbe a numerosos protagonistas que aún permanecen en las sombras.

El costo que pagó Europa y los millones de muertos que produjo esa guerra impiden asumir en toda su magnitud la dolorosa certeza de que la ceguera y la indiferencia con que fue afrontado el problema judío produjo la debacle en la que se sumió el mundo.

Tal vez esa sea una de las razones por las cuales la ideología nazi y la crueldad que le es inherente, triunfaron cuando forman parte de los métodos habituales en los conflictos que fueron posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Nada indica que esa situación vaya a revertirse en el futuro, cuando no se ha hecho la verdadera y necesaria autocrítica por parte de quienes resultaron responsables de la guerra y a los que la posición de vencedores les ha permitido de alguna manera eludir el juicio de la historia.