ENRIQUE RIVERA

Prisas, colas para comprar boletos, difícil acceso a la prensa, luces, música y de pronto el escenario en completa oscuridad y en un momento la luz que enceguece y la emoción que se sube a la garganta y que amenaza con llegar hasta los ojos. Y, un instante después, se inaugura el Festival Aviv 2012.

Cada baile, coreografía y grupo ejecutan con precisión y coordinación los movimientos ensayados por meses. De hecho, esa es una de las dimensiones que quedan ocultas a los ojos de los espectadores, que disfrutan grandemente de cada baile: el trabajo que hay detrás de cada corografía, los interminables ensayos, las repeticiones hasta el cansancio y las horas de sacrificio para llegar perfectamente afinados y coordinados. Y cuando por fin se llega a ese estadio, entonces, salir al escenario y mostrar una enorme sonrisa y trasmitir el gusto por la danza, por la música y por compartir todo ello con un público ávido de emociones.

Así viví yo este domingo El Festival Aviv. Estar ahí, al lado del escenario, le hace a uno consciente, de pronto, de la juventud, la magia y el deseo de bailar, elementos que se conjugan y que permiten transformar todo ello en Poesía en Movimiento. Quien presencia este espectáculo, créanme, es muy afortunado: le permite imaginar, sentir y alejarse, por unos momentos, de la rutina y la realidad circundante.