LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

El Trabajo: Parte significativa de la vida

La creación de mi fábrica de trajes en 1962, representó un laboratorio de experiencias humanas y una escuela de Alta Gerencia, donde en la práctica aprendí cosas que no enseñan en la Universidad, que se centra en la parte conceptual, muchas veces desligada de la realidad de los negocios. Recurrí al apoyo técnico de mi padre, que era de oficio sastre, quien se sentaba en la máquina de coser para enseñar a los obreros los errores que frecuentemente cometían; el área gerencial y administrativa, la manejaba yo. Me auxiliaba de despachos de contadores y abogados externos para que me apoyaran en materia contable, fiscal y legal.

Tomó muchos meses completar la planta de personal; contraté anuncios en los periódicos solicitando operarios con experiencia para labores especificas de costura; sin embargo, frecuentemente llegaban albañiles o gente de otros oficios a preguntar por las plazas solicitadas. Era sorprendente de que a pesar de que en los anuncios en el periódico se especificaba las tareas a realizar, concurría a la fábrica gente quizá solo por curiosidad, otros decían que se presentarían al día siguiente, no obstante, no lo hacían, ya sea porque vivían a grandes distancias de la fábrica o simplemente “les daba flojera trabajar´´. El personal contratado muchas veces llegaba tarde a las labores, justificando con innumerables pretextos sus retrasos. Costó mucho esfuerzo disciplinar a la gente a los horarios normales, mi padre no me ayudó en este proceso, en virtud de que para él era más importante que llegaran a trabajar, en un ámbito de escases de personal, a que se plegaran a los horarios establecidos.

En general, el personal era joven, aunque también había gente de edad media (40 años o más); no recuerdo la proporción de los trabajadores que eran del sexo masculino y la del femenino, empero, la mezcla de ambos creó fuertes vínculos afectivos entre ellos, que inclusive en algunos casos desembocaron en la formación de nuevas familias, a pesar de que varios de ellos ya estaban casados. La relación “amorosa” entre hombres y mujeres afectaba la productividad porque dedicaban mucho tiempo a flirtear y a resolver conflictos personales; recuerdo que en una ocasión dos trabajadoras de mediana edad se disputaron el amor de un joven; una de ellas le marcó la cara de por vida a la otra con unas tijeras; esto sucedió durante las labores cotidianas.

La baja productividad que aún persiste en muchas empresas de México, sobre todo en las de menor tamaño, no es producto del azar, responde a múltiples causas de orden tecnológico de la organización del trabajo, de la limitada capacitación al personal, de insuficiencia de estímulos a la gente, de escases de crédito y alto costo del mismo, pobre espíritu empresarial para correr riesgos y para innovar, sobrerregulación del gobierno, costos elevados de los energéticos y un sinnúmero adicional de razones; no obstante, poco se habla de elementos subyacentes que influyen en la productividad del trabajo, como es el tipo de alimentación predominante, fundamentado en un alto consumo de productos irritantes (chiles y salsas), frijoles y otros granos, bebidas con gas y frituras, por mencionar algunos de ellos, y que propician que el trabajador tenga necesidad de apartarse varias veces al día de sus actividades rutinarias para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Estas interrupciones constantes, sobretodo en los procesos de manufactura interconectados entre sí, representan un costo muy alto para la empresa al acumular los tiempos “muertos´´ que constantemente se observan en el trabajo.

Otro ejemplo de los factores subyacentes en el trabajo se refiere al nivel fluctuante de la producción; en este sentido, los trabajadores se desempeñaban en mi fábrica a un ritmo lento en sus funciones de lunes a miércoles; sin embargo, el jueves, viernes y sábado, lo incrementaban sensiblemente, en la medida en que se tenía que hacer un recuento el sábado del total de las piezas que habían hecho, es decir, se “apuraban” los dos últimos días de la semana para compensar “ la flojera´´ de los días previos. Con este tipo de actitudes, no era fácil que la empresa pudiera cumplir a tiempo con los compromisos de entrega de la mercancía a los clientes.

Como mencioné en la pasada Crónica, los pantalones los daba a maquilar; una buena parte de la maquila se realizaba en el poblado de Almoloya del Río, en el Estado de México. En esa localidad de campesinos se inició un proceso industrial y en el presente existen grandes plantas de maquila, incluso esta actividad se ha extendido a varios pueblos cercanos. En aquel entonces, tuve que financiar la transición de los campesinos (básicamente cultivaban maíz) hacia la estructuración de pequeños talleres; no sólo los ayudé a organizar sus establecimientos y a crear instalaciones adecuadas para el trabajo, también los “empujé” a que mejoraran las condiciones de vida de sus familias.

En este marco, recuerdo a Agustín que empezó su taller con unas cuantas máquinas de coser en su casa; con el tiempo tuvo un ingreso sensiblemente mayor al que percibía como campesino y que pensaba destinarlo a comprar una televisión y otros aparatos eléctricos, relegando el hecho que él y su familia dormían en el suelo y tenían una dieta muy raquítica. Le aconsejé que primero comprara una recámara y diversos muebles y utensilios de cocina, me hizo caso.

Agustín era una buena persona y me trataba con mucho respeto; con el tiempo elevó su nivel de vida y me pidió que fuera el padrino de su hija a la que pomposamente llamó Jessica. En los pueblos de México es común que la gente tome bebidas alcohólicas en exceso, ya sea para celebrar un acontecimiento o por hábito; en este sentido, la prosperidad de Agustín lo llevó a la tumba porque se volvió un alcohólico. Años después de su muerte, me enteré por terceras personas, que en su lecho de enfermo me mandó llamar, presentía su muerte y quería despedirse de mí. No acudí a su llamado porque no tenía noticia del mismo.

Agustín es un ejemplo del carácter afectivo y de agradecimiento que tienen muchos mexicanos hacia sus semejantes.

¡Descanse en paz mi buen amigo Agustín!