IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

Allí viene otra vez.

Arrastrándose, claro, porque ya no tiene otro modo de desplazarse. Los movimientos son tan torpes y lentos, que apenas si merece el título de cuadrúpedo. Y, sin embargo, conserva esa simpatía de otras épocas que hace que el viejo Jack sea alguien entrañable.

Supongo que olió el aroma de las salchichas que asé hace unos minutos, y que ahora estoy degustando sentado en el porche de la casa, mientras contemplo las nubes vespertinas que anuncian que se aproxima una tormenta. Supongo también que eso debió provocar una buena batalla interna en el viejo Jack, porque la humedad de la lluvia le afecta mucho las articulaciones, y cuando un buen aguacero está tan próximo, tiene que haber una muy buena razón para que se anime a llegar hasta acá. Y las salchichas lo son, aunque no siempre lo convencen. Pero esta vez se ha empeñado en moverse, y lo justo es que le dé dos o tres.

Ya no come más. De hecho, apenas si las come, porque su movilidad casi nula me obliga a poner la comida entre sus dientes, para que allí, echado plácidamente, se dedique a masticar. ¿Platos u otro tipo de utensilios? Totalmente inútiles, desde hace años. Incluso, el agua hay que dosificarla con un biberón.

El viejo Jack llegó a la casa hace un par de años. Una mañana abrimos la puerta, y allí estaba echado. No tenía esa expresión de pedir comida, mucho menos aún misericordia. Simplemente, estaba echado. Como si de pronto hubiera descubierto un sitio cómodo para pasar la noche, y hubiera decidido unilateralmente ocuparlo.

Eso nos gustó: el viejo Jack conserva un sentido de la dignidad admirable. Por ejemplo, al rato que haya medio masticado y deglutido sus tres salchichas, no me va a dejar cargarlo hacia el interior de la casa. Aún con todo y la lluvia inminente, será él quien regrese por sus propios medios al interior, para ir a acomodarse en el mullido camastro que le hemos improvisado junto a la chimenea. Ya junto al fuego, nos dedicará una o dos horas de extraños gemidos donde se mezclará su dolor en las articulaciones con el placer del calor de la fogata, y luego se quedará dormido. Acaso, hará un lento y taciturno viaje a la cocina para que le demos un poco de agua.

Lo que más me impresionó de él, desde un principio, fueron sus ojos. No son particularmente bellos, pero sí muy expresivos. Es lógico: hace mucho que apenas puede gemir, así que ya no cuenta con la posibilidad de comunicarse mediante su aparato fonador. Sus expresiones son las mismas cuando tiene frío o cuando tiene calor, cuando tiene hambre o cuando está contento. Y su movilidad es casi nula, así que tampoco sirve para expresar ningún estado de ánimo.

Pero aprendió a decirlo todo con los ojos. De hecho, él fue quien me enseñó a mirar directamente a los ojos como parte fundamental de la comunicación. Parece mentira, pero gracias a eso mi entendimiento con la familia mejoró (y creo que todos podríamos decir lo mismo; el viejo Jack nos cambió la vida radicalmente).

Es difícil saber cuánto tiempo le queda de vida. Ha sido longevo, pero no es un secreto que se encuentra en el ocaso de su existencia, y los tratamientos médicos ya ni siquiera son recomendables. Lo mejor que podemos hacer es ofrecerle un espacio cálido y amable para que el tiempo que le queda sea lo más confortable posible.

Si acaso es posible encontrar algún tipo de confort en sus condiciones.

Helo allí, masticando la salchicha que he puesto en su boca. Algunos pedazos caen al piso, y como puede retuerce el cuello para colocarlos al alcance de su oscurecida lengua. Los recupera y los medio mastica lentamente, tan lentamente como llegó, tan lentamente como habrá de irse a la chimenea, tan lentamente como habra de irse de este mundo.

Los pocos que lo conocen dicen que alguna vez fue un exitoso ingeniero, y hay muchas versiones sobre la crisis que lo redujo a esta penosa condición. Que un amor frustrado, que un hijo asesinado, que una bancarrota total.

Imposible saber. Gente como el viejo Jack siempre serán un enigma, y mejor que así sea. Las razones por las cuales un ser humano puede, en su vejez, llegar a una condición apenas inferior a la de un viejo perro, deben permanecer en secreto. Tal vez muchos de nosotros estemos en ese camino y no valga la pena enterarnos. Prever un destino tan miserable podría ser, no sé, mortal.