JACKSON DIEHL/ WASHINGTON POST/ TRADUCCIÓN MAY SAMRA

Mitt Romney y los republicanos del Congreso están haciendo todo lo posible para retratar el asalto a la misión de EE.UU. en Libia y sus consecuencias como una señal de desastre de la política exterior de Barack Obama. Pero mi apuesta es que cuando los historiadores miren atrás a los errores de Obama en los últimos cuatro años, se centrarán en algo completamente diferente: su catastrófico mal manejo de la revolución en Siria.

Las muertes de Embajador Chris Stevens y otros tres estadounidenses en Bengasi fueron un desastre – pero esas pérdidas fueron principalmente el resultado de las pobres decisiones de seguridad de funcionarios de nivel medio del Departamento de Estado, no opciones políticas de Obama. El manejo del presidente de Siria, por otra parte, ejemplifica todas las debilidades en su política exterior: desde su fe excesiva en “comprometer” problemáticos líderes extranjeros a su insistencia en el multilateralismo como un fin en sí mismo, hasta su cautela autodestructiva en afirmar el poderío americano .

El resultado no es un revés doloroso, pero aislado, sino un desastre estratégico emergente: una guerra en el corazón de Oriente Medio que está en crecimiento y se extiende a aliados vitales de Estados Unidos, como Turquía y Jordania, y a vecinos volátiles, tales como Irak y Líbano. Al-Qaeda es mucho más activo en Siria que en Libia – mientras que las fuerzas más liberales y seculares se están volviendo en contra de los Estados Unidos debido a su fracaso para ayudarlos. Más de 30.000 personas – la mayoría de ellos civiles – han sido asesinados, y la cifra sube por cientos cada día.

Por supuesto, Obama no es el único responsable de este lío. Pero sus errores de cálculo en serie han tenido un efecto no deseado de permitir a Bashar al-Assad – en primer lugar de evitar el aislamiento internacional, y luego de poder matar a su propio pueblo con impunidad.

La política siria de Obama comenzó en 2009 con la idea equivocada de acercarse al dictador. Un mes después de su toma de posesión, Obama cambió el enfoque de la administración Bush de aislar a Al Assad. Más tarde se reabrió la Embajada de los EE.UU. en Siria y envió emisarios de alto nivel, tales como George Mitchell.

El problema de esta política no era sólo el mal gusto al cortejar a un régimen canalla, pero el desconocimiento deliberado de las lecciones absorbidas por George W. Bush, quien también trató de acercarse a Assad, sólo para aprender de la manera difícil que éste último era un matón irremediable. Sin embargo, Obama insistió en revertir la política de Bush de distanciar a los Estados Unidos de caudillos como Assad y Hosni Mubarak – un error de cálculo monumental.

Cuando el levantamiento contra Assad comenzó en marzo del año pasado, la primera reacción del gobierno fue predecir que podría ser inducido a negociar. “Muchos … creen que es un reformador”, dijo la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Esa ilusión hizo que el gobierno hiciera una pausa durante meses mientras que la seguridad de Assad asesinaba a quienes entonces eran pacíficos manifestantes pro-democracia. Esto duró hasta agosto de 2011 cuando Obama dijo que Assad debía “hacerse a un lado”.

Para entonces Siria ya estaba en el punto de inflexión en la guerra civil. Los expertos acerca de Siria del Departamento de Estado entendieron el peligro: si Assad no era rápidamente derotado, advirtieron en declaraciones ante el Congreso, el país podría caer en una devastadora guerra sectaria que facultaría la acción de los yihadistas y se extendería a los países vecinos. Sin embargo, Obama rechazó las sugerencias de varios senadores de conducir una intervención. En vez de eso, cometió un segundo error importante, mediante la adopción de una política de tratar de negociar una solución siria a través de las Naciones Unidas. “Lo mejor que podemos hacer”, dijo en marzo pasado, “es unificar a la comunidad internacional”.

Como innumerables observadores predijeron correctamente, la misión de la ONU después de Kofi Annan estaba condenada desde el principio. Cuando la Casa Blanca ya no podía negar esa realidad, recurrió a una táctica igualmente fantástico: Vladimir Putin, argumentó, podría ser persuadido para abandonar su apoyo a Assad y obligarlo a renunciar. El punto más bajo de esta diplomacia se alcanzó el 30 de junio, cuando Clinton alegremente predijo que el Kremlin había “decidido a subirse a un caballo, y era el caballo que respaldaría un plan de transición”: eliminar a Al Assad.

Obviamente, Putin no hizo tal cosa. La guerra continuó, miles más murieron. Durante los últimos tres meses, la política de Obama se ha convertido en negativa: él simplemente se opone a cualquier uso de poder de EE.UU.. Fijo en su lema de campaña que “la marea de la guerra está retrocediendo” en Oriente Medio, Obama afirma que la intervención sólo haría que el conflicto empeore – y luego observa cómo dicho conflicto se propaga a aliados de la OTAN como Turquía y atrae a cientos de combatientes de Al Qaeda.

Sin duda es más fácil para Romney y los republicanos hablar de la muerte de un embajador en un ataque terrorista que pedir a los estadounidenses cansados de la guerra que piensen en ella. Lo cierto es que Siria es el mayor fracaso de Obama, y perseguirá a quien ocupe la Casa Blanca el próximo año.