EL MUNDO.ES

El ‘best seller’ de Dan Senior y Saúl Singer, ‘Starup nation’, está contribuyendo a mejorar la imagen de permanente trinchera que se tiene de Israel en Europa. El libro cuenta cómo un país de siete millones de habitantes, sin apenas recursos económicos y acosado por la guerra, se ha erigido en el segundo del mundo que mas inversiones atrae hacia las numerosas empresas tecnológicas concentradas en lo que ya se conoce como el Valle del Silicio de Tel Aviv. Pero hay otro fenómeno no tan divulgado que también lo hace singular y que revela que la vida en Israel continúa con más normalidad de lo que parece: el país tiene la mayor concentración de compañías de danza, unas 35, en un territorio tan pequeño como el suyo. Y todas, excepto una, son de danza contemporánea.

El domingo se clausuró en Tel Aviv, en el centro Susanne Dellal, el festival Exposure, por el que han pasado una treintena compañías, las más importantes del país (Vértigo, Kibbutz Contemporary Dance, Bastheva, Inbal Pinto, Fresco…) y otras independientes que han mostrado sus últimos trabajos. La audiencia estaba compuesta por programadores de festivales y de teatros y agentes de todo el mundo, y también por público en general, ávidos todos de encontrar buenos espectáculos y/o cerrar tratos interesantes. El hall del amable espacio Suzanne Dellal, concebido al estilo de los palacios árabes, facilitaba el encuentro directo con los coreógrafos y artistas y con otros creadores no programados que se aproximaban hasta allí para darse a conocer.

¿Por qué hay tanto interés por el baile en Israel y por que precisamente por la danza contemporánea? Rami Be’er dirige Kibbutz Contemporary Dance Company, una de las grandes formaciones de Israel afincada en Galilea. A Tel Aviv acudió con una coreografía ya vista en España de muy buena factura: ‘If it all’. Be’er opina que la juventud de su país, sólo 64 años de existencia, es la causa del protagonismo de la danza contemporánea: “No contamos con una tradición de ballet a la que agarrarnos, unas raíces que mantener, no tenemos referentes. Los jóvenes encuentran en la danza contemporánea un medio muy flexible y libre para expresarse, está claro que se identifican con ella”.

Be’er añade que esa necesidad de expresión, de imaginar un espacio mas amable al de la realidad que viven, es otra razón poderosa: “Vivimos en un área muy conflictiva, muy compleja, con unas relaciones muy difíciles con nuestros vecinos. Necesitamos experimentar una metamorfosis. Y aunque yo no me propongo hablar en mis trabajos de la realidad inmediata, de forma indirecta ésta se cuela en mis producciones, fluye de forma subterránea”.

Fueron los judíos procedentes de Alemania y Centroeuropa los que iniciaron la historia de la danza en este país. Yehudit Arnon, fundadora de la compañía que hoy dirige Be’er, había sido discípula en Alemania de Kurt Joos y, una vez asentada en Israel, fue la pionera en desarrollar programas educativos en el kibbutz donde se instaló. En estas colectividades de inspiración marxista surgió otro fenómeno curioso: ‘la hora’, un baile que une a sus ejecutantes en círculo y que tanto niños, grandes como viejos danzan en espacios al aire libre. De origen yemenita, hoy está considerado el baile popular de Israel en singular y es una muestra mas de cómo la danza ha contribuido a formar la identidad cultural de un país integrado por inmigrantes de todo el mundo con tradiciones culturales distintas.

Las primeras formaciones profesionales de danza que se crearon fueron Inbal y Batsheva,, en la década de los 60, con sede en Tel Aviv. Precisamente, la más internacional de todas, Bastheva, clausuró Exposure con ‘Déca’, un brillante programa que su director, Ohad Naharin, ideó para celebrar sus 20 años al frente de la formación. Se trata de una antología de piezas muy bien ejecutadas por un energético y joven elenco, y en las que con humor, ternura e ironía aborda el tema de la identidad judía. Por Batsheva han pasado algunos de los más célebres coreógrafos del país, como Itzik Galili, o la última revelación, Sharon Eyal, que la abandonó hace seis meses para fundar la suya propia. Eyal ha estrenado en el Festival ‘Lev’, uno de los espectáculos más ambiciosos técnicamente de los que se han visto, con su punto provocador, ya que uno de sus bailarines se masturba de forma explícita.

Pocos discuten la contribución de Naharin a la danza contemporánea de Israel. Él es el coreógrafo israelí de referencia. La influencia de su estilo es patente en el trabajo de las compañías mas jóvenes y, además, ha desarrollado ‘Gaga’, un método de entrenamiento para profesionales y público en general. En los trabajos que se han visto en Tel Aviv, la diversidad ha sido la tónica, pero sí puede observarse un rasgo común en el baile de los intérpretes. Claudio Kogon, subdirector del centro Susanne Dellal, lo explica: “Si hay una caracteristica que define la danza contemporánea israelí es su fuerza, nuestros bailarines son muy energéticos, en ocasiones en detrimento de ofrecer espectáculos con una factura depurada. Eso es reflejo de nuestra forma de ser. Vivimos en un país sin fronteras definidas, pero con una clara vocación de existir. Así es nuestro espíritu, estamos acostumbrados a hacer las cosas sorteando obstáculos, lo importante es seguir adelante, hacerlo”.

La marca Israel para la danza contemporánea es una apuesta de su Gobierno para dar a conocer la cultura israelí dentro y fuera de sus fronteras. Por eso lleva años apoyandola bien con subvenciones directas a todas las compañías (dedica seis millones de euros al año) y con programas escolares intensos que las llevan de gira por colegios y centros culturales de todo el país.