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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Catarsis

El concepto de Catarsis está descrito en la tragedia de la Poética de Aristóteles (384-322 A.C.) como purificación emocional, corporal, mental y espiritual.

José F. Bremer, médico fisiólogo y sicólogo austriaco (1842-1945) y Sigmund Freud (1856-1939), neurólogo y fundador del psicoanálisis, también austriaco, retomaron el concepto de Aristóteles en sus primeros trabajos de psicoanálisis y dominaron el método catártico a la expresión o remembranza de una emoción o recuerdo reprimido durante el tratamiento en un estado hipnótico, lo que genera un desbloqueo súbito de dicha emoción o recuerdo, empero, con un impacto duradero. En la actualidad, la catarsis se emplea para designar el cambio que experimenta una persona después de vivir un hecho traumático o que le provoca una exaltación muy grande.

Todo lo anterior viene a colación en virtud de que en la etapa de la vejez que vivo en el presente, en diferentes circunstancias de mi pasado no tuve una respuesta adecuada con ciertas personas, y que, sin causarme propiamente un trauma, me inquietan porque considero que fue injusto mi proceder y siento inquietud de reparar mi falta.

En este contexto, durante los 25 años que trabajé en uno de los bancos más importantes de México, 1970-1995, 14 años lo hice en el Departamento de Estudios Económicos en donde inicié mi labor profesional. El Director de esa área, Pablo, siempre me trató con respeto, empero, ocasionalmente mostraba una actitud antisemita, que obviamente me molestaba. En 1983, sin nombramiento oficial, me encargué de ese departamento, ya que el gerente del mismo se fue a otra área. Sin embargo, al cabo de seis meses Pablo trajo a un nuevo gerente, una persona capaz y decente, no obstante, no era economista y apenas dos años atrás, me enteré que era pariente político de Pablo, esposo de una sobrina. Consideré que por meritos y capacidad comprobada con mi trabajo me merecía la gerencia de Estudios Económicos. Molesto por este hecho busqué mi traslado, bajo las normas del Banco, al área Internacional donde se me presentaban oportunidades de desarrollo en mi carrera. Por terceros, me enteré que a Pablo no le agradó que me fuera de Estudios Económicos.

Lo cierto es que nunca tuve fricciones, ni enfrentamientos con él. Por el contrario, con el tiempo me percaté de que él tuvo una actitud extraordinariamente humana y afectuosa conmigo durante muchos meses en los que mi primera esposa estuvo enferma; falté a mi trabajo y mi desempeño dejo que desear. Finalmente, cuando mi esposa falleció, retomé mis actividades en el Banco y Pablo buscó apaciguar mi dolor encargándome labores en el extranjero. Nunca le agradecí su actitud de buen samaritano.

Hace dos años comencé a analizar mi relación con Pablo y decidí que lo tenía que ver para expresarle el apoyo que me brindó en un periodo tan difícil de mi vida; a través de un amigo mutuo, colega del Banco, le mandé decir que lo quería ver para platicar; dijo que le llamara para ponernos de acuerdo para reunirnos. Diferí la llamada a Pablo, posiblemente por temor a un rechazo. En este ámbito, hace dos semanas decidí que al inicio de enero próximo lo llamaría; de repente, el viernes pasado sonó el teléfono y quien estaba en el otro extremo de la línea era Pablo invitándome con mi esposa, quien también trabajó en Estudios Económicos, a comer a su casa el domingo. Allí estuvimos puntualmente. Nos recibió como si nos hubiéramos visto el día anterior, con afecto; mi esposa siempre expresó cariño por Pablo y él por ella.

Habíamos estado previamente en la casa de Pablo, en las Lomas de Chapultepec, hace más de treinta años. La casa esta soberbiamente decorada con piezas coloniales de un valor incalculable, pinturas, santos, platones, y un sinnúmero de auténticos objetos de arte; mi esposa, que ya conocía la casa, estaba conmocionada por ella y por el trato afectuoso que Pablo le dispensó. En el universo de arte de la casa, los objetos que más me llamaron la atención fueron un santo estofado de más de un metro de altura, quizá del siglo XVII y una esfera verde grande de la época colonial colgada en la pared. Pablo proviene de una rica familia mexicana de abolengo; en los cincuentas él ya poseía y manejaba un cadillac nuevo, que lo conservó durante varias décadas. Pablo de 81 años, es una persona refinada, con gran personalidad y de modales aristocráticos, mismos que en ocasiones fueron criticados porque denotan una actitud clasista.

A la comida asistió su pareja, Isabel, con una de sus hijas. Isabel está en sus setentas, es empresaria, su plática fue inteligente y su actitud agradable y positiva. También asistió Ana, una mujer de 84 años, viuda de un miembro de la dirección del Banco que murió hace más de treinta años y hermana de Enrique, otro compañero de dirección, que fue mi amigo, fallecido aproximadamente hace 5 años. Su casa también estuvo “inundada” de arte religioso. Ana contó que una de sus hijas, es científica, estuvo casada con un judío del cual se divorcio, empero, se volvió a casar con un neurofísico judío, expresó, al igual que Laura, su afecto por los judíos; a la comida de Pablo también asistió Ken y su esposa, ambos judíos; Ken economista, de 69 años, especializado en la rama agropecuaria, llegó a México precedente de EUA y también trabajó en Estudios Económicos.

La plática durante la comida fue amena y trascendente. Creo que no fue una coincidencia que los presentes fuéramos judíos y/o pro judíos. La comida estuvo muy rica, servida con elegancia, al estilo aristocrático, en el que los invitados se sirven directamente de una sopera y de varios platones la cantidad que desean. Pablo tuvo el detalle de no condimentar los alimentos con sal, dado que por el momento tengo prohibido su consumo.

En medio de remembranzas concluimos el convivio; acordamos que la próxima reunión sería en nuestra casa en enero del 2016. Nunca es tarde para reconciliarse con uno mismo y con el mundo.