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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Una presentación literaria sui generis

La semana pasada asistí a la presentación de un libro del Maestro del taller de apreciación musical al que asiste mi esposa. La significación de este evento, que fue una vivencia única, se relaciona con la peculiar personalidad del autor, el tema de su libro y el sitio donde se llevó a cabo.

El Maestro Eusebio Ruvalcaba es escritor, poeta, narrador, periodista y melómano; previo a la presentación, platiqué con él. Tiene una mirada de niño, con ojos vivarachos que expresan una personalidad bondadosa y a la vez atormentada. Mientras conversábamos sacó una anforita de la bolsa de su pantalón, y sin recato alguno le dio unos tragos al whisky que contenía, operación que repitió en varias ocasiones. Una vez instalado en el pódium, que compartía con los comentaristas del libro; adicionalmente, a media sesión de la presentación solicitó a los meseros le sirvieran “una ronda”, el acto se realizó en una original cantina.

En pocas palabras, el Maestro Ruvalcaba es un consumado alcohólico, que nunca perdió la cordura cuando platicamos, ni cuando estuvo en el pódium; me imagino que el líquido etílico lo conduce a un estado emocional de creatividad literaria. Su obra es vasta, expresada en un florido lenguaje a través del cual refleja su personalidad ambivalente. En sus narrativas y escritos entremezcla situaciones que un lector lúcido capta y sabe que se tratan de pasajes de su vida, frecuentemente tristes y hasta desgarradores, aunque es difícil saber cuando el contenido es real o ficción. Lo que sí se percibe, es un gran dolor que conmueve. Es la furia y la bondad de una “alma en pena”.

Los comentaristas, al igual que el Maestro, son reconocidos escritores en el medio literario mexicano y conforman un círculo de intelectuales bohemios que son antítesis de la cultura televisiva que domina y lava el cerebro de la gente en este país; además de los elogios sobre la obra y las capacidades del Maestro, narraron algunas anécdotas de las vivencias que tuvieron en diferentes parrandas que corrieron con él. Los periodistas, escritores y elaboradores de Crónicas Intrascendentes, tenemos que reconocer que estos singulares y sencillos personajes son genios de la escritura: honor a quien honor merece.

Cabe destacar que el título del libro: “Todos Tenemos Pensamientos Asesinos”, fue inspirado en el trabajo que el Maestro realiza como tallerista literario en el Reclusorio Oriente de la Ciudad de México; la obra “representa un testimonio de la terrible situación de lo que sucede en las cárceles; devela lo indecible de lo que un padre puede hacer por su hijo”, a través de la narrativa del hijo de un panadero, que padece cierto retraso mental y es acusado de un delito que no cometió y es llevado a la cárcel; “cuando el hombre sale a la calle, la mayoría de las ocasiones lo hace empujado por un espíritu de competencia, la cual no tendrá contemplaciones frente a nada ni nadie”, y allí es donde en cualquier momento se puede llegar injustamente a las cárceles.

El acto literario se efectúo en una cantina, en un vetusto edificio del Centro Histórico, en la antigua zona financiera. El inmueble, de cerca de 150 o 200 años de antigüedad, esta como dijera el Maestro: “decrepitó como yo”. Me imagino que tendrá unos 80 años de funcionar como cantina. Es un amplio local, que estuvo atiborrado, fundamentalmente por jóvenes deleitantes, vestidos con ropa de baja calidad y uno que otro “ruco”, entre los que estábamos yo, mi esposa y otra pareja de amigos. En las paredes colgaban unas vitrinas que encerraban figuras de toreros, ya que en sus orígenes a esa cantina concurría gente del medio taurino.

El alto techo está cubierto por un cielo raso, parte del cual se había desplomado, y en la parte central cuelga un burdo candil, que en los cuarentas existían en los salones de fiestas para quinceañeras de la clase media. Toda la parte alta de las paredes está decorada con bellas figuras de querubines de estuco. En uno de los extremos del salón, que al parecer en sus orígenes fue un gran patio, está pintado un óleo que tiene varios hoyos causados por el tiempo; en él se observa a un hombre con un capote en la mano, apartando una alambrada para lidiar un toro que está enfrente en el campo. El óleo, sin agujeros, está impreso en la portada del libro del Maestro.

Los numerosos asistentes al evento, sentados en mesas de plástico, por su cuenta pidieron bocadillos y tragos. Los buenos escritores y poetas son pobres y no pueden financiar un “vino de honor”. La editorial, por cierto famosa a nivel internacional, ni un refresco ofreció. No importa, disfrutamos dos horas en un convivio excéntrico, que transcurrió rápidamente. Felicidades Maestro. En México hay mucha y muy buena creatividad literaria.