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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Se mantiene viva la tradición judía en la familia

En junio del año pasado mi hija menor, Tali, se casó; en ese mes preparé una Crónica en la que relate diferentes aspectos de su formación, particularmente los relacionados con sus valores; no le agradaron mis planteamientos y respetando su privacidad no la publiqué. Simultáneamente había elaborado una Crónica entorno a los actos religiosos de la ceremonia de enlace y de la fiesta que le siguió y que ahora reproduzco.

La boda se llevó a cabo en el templo de Acapulco 70, que en su momento reemplazó a la tradicional sinagoga de las calles de Justo Sierra, situada en el corazón del Centro Histórico, en donde también se asentaban las diferentes instituciones de la comunidad askenazí. La ceremonia religiosa y otras actividades inherentes a ésta fueron diferentes a las que yo recuerdo de las bodas de mi hermano y hermana mayores, que en paz descansen, que se celebraron a mediados de los cincuentas en el templo de Justo Sierra, y sobre todo, a las de mis hijos menores en el templo de Bet El, al inicio de los noventas. La explicación fundamental tiene que ver con el hecho de que mi nuevo yerno y sus padres son practicantes vinculados al movimiento de Javad. En este ámbito, fui convocado a asistir, unos días antes de la boda, al Oifruf (llamado a leer diferentes textos de la Tora) de mi yerno.

En los rezos del pequeño templo de Polanco en donde se realizó el Oifruf solo participaron varones y en la comida que se sirvió después de los mismos, los hombres estuvieron separados de las mujeres por una especie de biombo. Me sorprendió que aún persistieran estas prácticas de segregación hacia las mujeres; considero que al igual que en otras religiones, son actitudes machistas. No obstante, tengo que reconocer que durante la comida, en la que por cierto se sirvió chultn, que casi se ha extinguido de la cocina judía, el ambiente fue muy cálido; me vi contagiado de la sinergia y el espíritu místico de los comensales, muchos de ellos con barbas y peyes (caireles), que cantaban y bailaban con un ritmo que yo conocí, y en alguna forma, viví en mi niñez y adolescencia. La vigorosa fuerza motriz que expresan los Jasidim del siglo XVIII en los cantos y bailes, refleja el espíritu de vida de sus fundadores en contraposición a la depresión que experimentaron una buena parte de los judíos sometidos a gobiernos y hordas de bandidos que los hostigaban y frecuentemente asesinaban. En la memoria judía aún están los terribles Pogroms (matanzas organizadas bajo la inspiración de autoridades y la Iglesia Católica ) que se realizaron a lo largo de toda Europa.

Paralelamente al Oifruf, mi hija acompañada de parientes y amigos asistió a los rezos del Shabat en la sinagoga de Beit Itzjak, para culminar con un Kidush y una comida que le ofreció una amiga; la tradición marca que mi hija debía de estar acompañada todo el día previo a la boda.

El domingo, el día de la boda, se desbordó el ánimo de la familia e invitados, que en su mayoría fueron los amigos religiosos de mi yerno y sus padres. Mi esposa y mi hija mandaron decorar el renovado templo de Acapulco con numerosos arreglos florales que realzaron la belleza del mismo. El atuendo de la novia, fue sencillo y acentuó su delicado y hermoso rostro. Bajo los acordes de la música, los padres llevamos al novio y a la novia a la Kupa (palio); el rabino los casó con emotividad y expresó gran sabiduría en las palabras que dirigió a los novios; otros seis rabinos fueron parte de la ceremonia. Me sentí privilegiado de que mi hija se casara en un entorno tan tradicional, sin expresiones de fanatismo; la emoción provocó que vertiera discretamente unas lágrimas; agradecí a Ashem (el señor) que a mis 71 años pudiera estar presente en la boda de mi hija de 26. Al romper el novio la simbólica copa de vidrio, brotaron las notas de la música Klezmer que amenizó el brindis y buffet que se llevó a cabo en un salón de fiestas del templo.

La ceremonia religiosa no sólo emocionó a los invitados judíos, lo hizo especialmente con varias amigas no judías de mi esposa, que con lágrimas de alegría se acercaron a abrazarnos y desearnos felicidades. El buffet se sirvió en dos secciones separadas: la de los hombres y la de las mujeres; yo iba preparado para tal evento y lo disfruté.

Los novios decidieron que el banquete no religioso se celebrara en un restaurant de postin donde se sirvieron alimentos y bebidas kosher; solo asistimos conocidos, 50 personas: la familia y amigos cercanos de los novios. Se sirvió una exquisita comida y el “jolgorio” fue amenizado por un extraordinario ensamble de la Opera de Bellas Artes, que entre otras melodías, a nuestra petición, tocó el Vals de Aniversario. La música del ensamble y posteriormente de una orquesta, fue el marco para que los asistentes, incluyendo a los “rucos”, se desbordaran en alegres bailes. La “pachanga” remató con el canto de mariachis vestidos de blanco que hizo arrancar a los asistentes vigorosos “yu ju ju” y “viva México”, al final de cuentas se logró integrar a la tradición judía con la de México.

Los novios tuvieron invitaciones durante siete días en diferentes hogares para celebrar la tradición de las Siete Bendiciones (Sheva Brajot). Después de esa semana de bendiciones; se fueron de luna de miel a Miami invitados por el hermano mayor de la novia, Natan. A un año de la boda siento que mi hija vive en armonía y con el cariño con su esposo, regidos por la práctica de la religión judía.