5_libro_abierto-300x184

LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

Arturo en mi vida. Se exacerba la corrupción

Enlace Judío México | Hace unos días me enteré que la persona que reparte las toallas en los casilleros de hombres del club deportivo al que voy a nadar casi a diario, en el sur de la Ciudad de México, se llama Arturo, por asociación de ideas vinculé el nombre con el hijo de mi nana Delfina, de quien hice referencia en mis primeras Crónicas.

Arturo vivía con nosotros, era tres o cuatro años mayor que yo, fue mi compañero de juegos y de mi hermana menor y a veces desempeñaba funciones de nuestro cuidador. Tenía el pelo chino y nariz aguileña, conocía algunas maldiciones en Idish (idioma de los judíos ashkenasim que residían en Europa Oriental antes de la Segunda Guerra Mundial) y partes de canciones en esa lengua. Mi hermana Java tiene una foto donde está ella, Arturo y yo de niños, con gorros de cartón caminando por una calle, probablemente cuando asistíamos a la celebración de un desfile militar del 16 de septiembre.

Arturo permaneció en nuestra casa hasta que Delfina y su familia se fueron para su pueblo en los límites de los Estado de México e Hidalgo. Se casó posteriormente y se fue a vivir con sus suegros a Xomecla, un pueblo cercano a las pirámides de Teotihuacán. Con mi primera esposa, mis hijos y mi madre, visitamos en varias ocasiones la casa de Arturo donde fuimos agasajados con una rica barbacoa elaborada en hoyos de leña y la carne envuelta en “pencas” de maguey, un manjar de dioses.

Cuando establecí mi fábrica de trajes de hombre en la calle de San Juan de Letrán, hoy Eje Lázaro Cárdenas, lo invité a que trabajara conmigo. Era diligente y me resolvía problemas de entrega en las tiendas, los gerentes de las mismas siempre ponían trabas para recibir la mercancía. El trayecto de su casa en Xomecla al trabajo era largo, a veces faltaba a las labores, porque en los pueblos siempre hay fiestas, y en ocasiones amanecía “crudo”. Arturo tuvo tres o cuatro hijas y dos hijos, además formó una familia con una trabajadora de la fábrica con la que procreó otros tantos, así que no había salario que le alcanzara, de aquí que siempre le tenía que hacer préstamos, la mayoría de los cuales no me pagaba.

Cuando cerré la fábrica veía a Arturo en las festividades del Patrono del pueblo de su madre Delfina. Allí conocí a un hijo de él que se dedicaba a la política como representante del PRI en la zona de las Pirámides de Teotihuacán, le iba bien, sin embargo creo que no ayudaba a Arturo. En esa época Arturo estaba trabajando como cantinero por la zona de Xomecla; enfermó de diabetes y más tarde le tuvieron que amputar una pierna, lo vi en esas condiciones y hace como ocho o diez años murió. De la familia de Delfina solo sobrevive una hija de alrededor de 50 años, Rosita. Periódicamente hablamos por teléfono, empero, ya no me entusiasma ir al pueblo de Delfina, donde Rosita vive con su hija, porque no me agrada su personalidad. Justamente, hace un par de semanas nos llamó Rosita para invitarnos a la celebración de los quince años de su sobrina, nieta de Rufino, hermano de Rosita; en el presente no me es fácil asistir a fiestas u otro tipo de reuniones con personas con las que no siento ningún compromiso; pienso que esta es una ventaja de quien nos enfilamos por “el camino del silencio”, es decir, quienes pertenecemos a la tercera edad.

En este sentido, me he desconectado de la relación con algunos parientes y amigos que ya no tienen interés en mí o yo en ellos; esta acción, sin considerarla como misantropía, me proporciona una paz interior. Con los familiares más cercanos resulta más difícil distanciarnos, así que tenemos que ser tolerantes mutuamente.

En relación a mis pensamientos sobre la sociedad, me preocupa que a nivel mundial prevalezca un entorno de irracionalidad e intolerancia, entre otros múltiples fenómenos negativos que degradan la existencia humana. En el entorno de México, la violencia que ha reaparecido en la Ciudad, la corrupción y la pobreza, son males que nos han aquejado a la ciudadanía durante décadas, y ya han alcanzado límites inaceptables, que encienden focos rojos sobre la capacidad de la sociedad de tolerarlos y que puedan generar inestabilidad en toda la República.

La corrupción en particular se ha extendido al sector empresarial y a personas particulares que la realizan sin tener una conexión directa con su actividad productiva, sino que surge del contagio del ambiente, de la ausencia de un Estado de Derecho y de la impunidad existente. Para muestra basta un botón: en el informe de resultados de la Cuenta Pública 2012, que se entregó a la Cámara de Diputados, se denunció un manejo irregular por 4,300 millones de pesos de recursos de la Federación en las tres instancias de gobierno; estas desviaciones solo representan la punta del Iceberg; las denuncias sobre desvíos comprobados terminan en la nada; la rendición de cuentas del gobierno es un mero tramite burocrático. La recuperación de los recursos “sustraídos” (robados) es mínima y la consignación de los culpables también. En los 14 de existencia de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), este organismo ha presentado 457 denuncias penales y solo han procedido en 19 casos, aunque con sanciones menores contra funcionarios de mandos medios y bajos; los “peces gordos” disfrutan tranquilamente del botín que han obtenido al amparo de sus cargos públicos. En relación a la recuperación de los recursos perdidos, desviados o sin comprobar el gasto, se lograron recuperar 71,000 millones en el periodo indicado, monto que parecería significativo, sin embargo, solo representa una pequeña tajada al considerar que en la cuenta 2007 la ASF hizo observaciones por desvíos por casi 61,000 millones.

Las comisiones, los sobreprecios en obras y adquisición de bienes y servicios que reciben ilícitamente funcionarios públicos de los gobiernos, organismos y empresas paraestatales como Pemex, son incalculables y afectan seriamente al desempeño de la economía y crean resentimientos justificados en la población. Un fenómeno de corrupción, que no es nuevo, empero, que esta creciendo rápidamente es la denominada corrupción legislativa que se vive en muchos congresos del país: legisladores que se vuelven gestores de recursos a cambio de beneficios económicos y políticos. Son muchos los “diezmos” solicitados a las autoridades, sobre todo municipales por los legisladores a cambio de conseguirles recursos presupuestales.

De acuerdo al ex Consejero Presidente del IFE, Carlos Ugalde, la corrupción legislativa también surge cuando gobernadores que enfrentan legislaturas de oposición, usan la recompensa económica para lograr la aprobación de sus iniciativas o de sus presupuestos. Carlos Ugalde considera que si el proceso de coyotaje no se detiene frontalmente, en pocos años se tendrá un congreso sin vocación, sin conciencia y sin utilidad para la democracia; a mi juicio esto ya es una realidad en el presente. La gente desconfía de las instituciones del país, empero, califica de lo peor a los legisladores, quienes además constantemente muestran en sus presentaciones en las tribunas, incapacidad para desempeñar sus funciones, ignorancia, prepotencia y gañanería como la de la senadora plurinominal, Layda Sansores San Román, que ha militado en varios partidos y que ante su impotencia para frenar la Reforma Energética manifestó en la Cámara de Senadores; “quienes la promuevan vayan y privaticen a la puta madre que los parió”; expresión similar a la que usó el escritor portugués Saramago referida a la privatización de la justicia.