Mauricio-Meschoulam

MAURICIO MESCHOULAM

Enlace Judío México | Entra Mafalda al cuarto de Libertad y le dice: “Libertad, lo estás poniendo al revés” (se ve un planisferio boca abajo). Libertad responde: “¿Al revés respecto de qué? Eso de que el Hemisferio Norte está arriba es un truco psicológico inventado por los que creen que están arriba, para que los que creemos estar abajo sigamos creyendo que estamos abajo.”

Pareciera que los mapas no son fijos sino fluidos. Como si ciertos espacios se ensancharan o se adelgazaran dependiendo de quién los mire. Un mapa chino del siglo XVII, hoy en la librería del Congreso en Washington, confirma que esa nación se autopercibe como el centro del mundo. En cambio, para Occidente, China está en el “lejano Oriente”. Las líneas que actualmente dividen a los países no están dibujadas en el terreno real; son abstracciones que inventamos los seres humanos para trazar fronteras, para separar el “nosotros” de “los otros”, para delimitar nuestras zonas de poder, y por lo tanto, son el producto de luchas diplomáticas, políticas y de guerras a lo largo de la historia. Los recursos materiales importan y muchas veces mueven a los estados a tomar acciones para hacerse de ellos. Pero también importa lo que determinada colectividad percibe como suyo o como su reclamo legítimo e histórico. Todos estos factores se juntan en la Ucrania de hoy y en la pequeña pero estratégica Crimea.

La península de Crimea domina al Mar Negro. Bien podría ser una isla, salvo por ese pequeño estrecho que le conecta con el continente. Desde ese espacio se puede controlar el comercio, la navegación, el destino y tránsito de una importante cantidad de recursos. Pero no solo eso. La península es una especie de torre de vigilancia que define quién entra y sale de la región conocida como Eurasia. Por eso fue tan peleada durante tantos años. Y por eso fue una de las grandes conquistas de la zarina Catalina la Grande.

Se ha escrito mucho acerca de cómo Crimea fue un territorio perteneciente a Rusia desde aquél 1783 y acerca de cómo Khrushev la cede a Ucrania en 1954. Pero más allá de lo que digan los papeles o los tratados, podríamos decir que quizás desde la percepción rusa, Crimea nunca fue propiamente “perdida”, por así decirlo.

En una primera etapa, no se estaba entregando Crimea a otro estado, pues Ucrania no era una nación independiente. Ucrania era una más de las Repúblicas Soviéticas Socialistas, pieza integral de la URSS y por lo tanto, ultimadamente, un territorio bajo soberanía soviética, protegido y resguardado por el ejército de esa nación.

Una vez que la URSS se desintegra en 1991 y que Ucrania obtiene su independencia en 1994, Rusia no siente en realidad que estuviese “abandonando” Crimea. Primero porque conserva una importante flota -presente ahí desde el siglo XVIII- que resguarda sus intereses, y segundo porque percibe a la naciente Ucrania como un estado amortiguador entre Moscú y Europa que depende comercial, económica, energética y militarmente del Kremlin y por tanto, destinado a permanecer dentro de su zona de control y seguridad.

Lo que sucede durante los últimos meses con el movimiento Maidán, y más concretamente tras la deposición del presidente ucraniano Yanukovih, es que Ucrania, en la percepción de Putin, estaba rompiendo con una firme línea histórica y se estaba escapando de la esfera de influencia de Moscú, situación en buena medida motivada por Occidente. Así, el territorio crimeano, estimado no solo como estratégico sino muy probablemente como propio, se salía de lo que es valorado desde el Kremlin como su absolutamente legítimo e histórico control.

El día de mañana deberá ocurrir un referéndum en esta península. Seguramente los electores, cuya mayoría consta de población étnica, cultural, y lingüística rusa, decidirán independizarse de Ucrania y pasar a formar parte de la Federación Rusa.

En ese momento, para Moscú, no solo se estará consumando la voluntad popular, sino que estará retornando a su soberanía un territorio que formó parte de sus fronteras durante siglos enteros y que en su percepción, nunca realmente perdió, sino hasta hace unas semanas.

Aunque no siempre lo exprese así, Rusia no entiende el tema ucraniano, ni la cuestión de Crimea, como una situación de Derecho Internacional, en la que la ONU o cualquier país debieran tener injerencia alguna. Para Moscú, se trata de una serie de factores relacionados no solo con recursos estratégicos y economía, sino con el interés nacional vinculado a su seguridad, a sus fronteras y en última instancia a su soberanía. Por consiguiente, Putin parece dispuesto a mandar un claro mensaje: no hay sanción suficiente o acción alguna que vaya a disuadirlo de decisiones que ya han sido tomadas.

Merkel diría que Putin vive en otro mundo. Probablemente así sea. Porque cuando de percepciones se trata, hay tantos mundos como personas y colectividades. La cuestión entonces, es cómo aprender a entender esas percepciones para poder incidir sobre ellas y solo así, quizás, acercar los mundos distantes que hoy vuelven a separar a los países del planeta.

Twitter: @maurimm

Fuente:eluniversalmas.com.mx