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RELATOS RECOPILADOS POR MARIO SINAY

 

Durante la segunda guerra Mundial, los Judíos europeos se enfrentaron a una lucha constante por la supervivencia. Incluso bajo las circunstancias más terribles, algunos arriesgaron sus vidas para conservar los valores y las tradiciones más altos como la educación de los niños, los valores que mantienen las tradiciones religiosas y prácticas culturales de conservación centenarias. Esta fue la respuesta humana al Holocausto, símbolo del coraje espiritual de estos individuos y comunidades, teniendo que buscar formas para mantener su espíritu humano a la sombra de la muerte.

Para Rosh Hashaná, deseo rendir tributo al espíritu humano y la determinación de estos judíos, de que, a pesar de lo peor, el caos y la muerte, se las arreglaron para continuar con nuestra ley judía y la tradición milenaria.

He aquí una recopilación de relatos de las Altas Fiestas durante la Shoá:

 

El pastor y las ovejas Rhos Hasaní[1] 

Ellos estaban más que dispuestos a renunciar a sus vidas santificando el Nombre de D-s. Yo escuché en Auschwitz que esos jóvenes de Hungría bailaban mientras eran llevados a las cámaras de gas. Lo último que dijeron fue Shemá. Solía yo visitar con frecuencia los bloques en los que habían alojado a los jóvenes húngaros, y rezábamos juntos.

En Rosh Hashaná, también, nos las arreglábamos para formar un minián de oradores, en uno de los bloques. El Rabino Tzvi Meisels también estaba allí. Él había sido el juez rabínico de Weizen, en Hungría, antes de las deportaciones, y se las había arreglado para hacer entrar, de contrabando, un shofar al campo, por lo cual, gracias a él, pudimos tener esa Mitzvá. Yo había entablado relaciones con el comandante del campo, por lo cual podía conseguir permiso para formar el minián para Rosh HaShaná.  Lo único que pedía el comandante era que nos dispersáramos inmediatamente en caso de que llegara un equipo de inspección.

En aquel Rosh HaShaná D-s había decretado que algunos de esos jóvenes debían morir. Los hombres de las SS aparecieron en el lugar oscuro donde estábamos rezando, y tuvieron la ocurrencia de hacer una selección allí mismo. Un médico nazi colocó un palo a una cierta altura, y a todos los jóvenes se les ordenó pasar debajo de él.

Todo aquel que rozara el palo con el borde superior de su cabeza tendría el permiso de vivir. Los que eran demasiado bajos para tocarlo, eran enviados a la muerte en las cámaras de gas. Los condenados a muerte eran llevados como rebaño a uno de los bloques y puestos bajo arresto.

Ese bloque, llamado Totenblock, era la última parada para aquellos que iban en camino a las cámaras de gas. ¡Qué indescriptible perversidad la de hacer una selección precisamente en el primero de todos los días del año, en Rosh HaShaná! Ellos tomaron la idea del periódico nazi Der Stürmer, que ocasionalmente mencionaba en su última edición, las enseñanzas judías respecto a ese día, en el que Hashem “hace pasar a su rebaño debajo de su vara”.

 

El Shofar de Rosh Hashaná

 

El Shofar de Moshe (Ben-Dov) Winterter, de la ciudad Piotrkow Tribunalski, en el Campo de Prisioneros Skarzysko-Kamienka, 1943. La idea de hacer un shofar fue iniciada por el rabino de Radoszyce, el rabino Yitzhak Finkler, quien fue encarcelado en el campamento.

Él anhelaba cumplir con el mandamiento de tocar el shofar en Rosh Hashaná. Encontrar el cuerno de un carnero, como exige la ley judía para la elaboración de un shofar, estaba lejos de ser una tarea sencilla. Un guardia polaco fue sobornado y trajo un cuerno al campamento, pero resultó ser el cuerno de un buey. Sólo a cambio de un soborno más hizo traer un cuerno de carnero.

El rabino Moshe se acercó a Moshe Winterter, a quien conocía desde Piotrkow y le pidió que hiciera el shofar. No estuvo de acuerdo al principio. La preparación de un artículo que no era un armamento en el taller metalúrgico del Campo, o incluso llevando algo del taller a los cuarteles, llevaba consigo una pena de muerte inmediata.

A pesar del peligro, Moshe Winterter llevo a cabo la tarea y en la víspera de la fiesta trajo el shofar al rabino. Se corrió la voz y en la víspera de fiesta los reclusos se reunieron para orar y para escuchar los sonidos del shofar. Moshe Winterter mantuvo el shofar con él durante su encarcelamiento en Skarzysko-Kamienna y logró mantenerlo con él incluso cuando fue trasladado al campamento de Czestochowa. Cuando fue trasladado desde allí a Buchenwald permaneció en el hasta la liberación del campo. En ese momento, el shofar fue transmitido la comunidad judía local y más tarde trasladado a los Estados Unidos.

Moshe Winterter emigró a Israel después de la guerra. En 1977 colaboró ​​en su traslado a Yad Vashem para su custodia.

 

El libro de rezo de Wolfsberg

 

Naftali Stern, de Satu Mare, Transilvania, fue deportado junto con su familia a Auschwitz, donde fue separado de su esposa y cuatro hijos pequeños. Su familia murió y fue enviado al campo de trabajos forzados de Wolfsberg, que dependía del campo de concentración Gross-Rosen. Intercambió sus valiosas raciones de alimentos, tan importante para la supervivencia, por un lápiz y piezas de papel recuperados de las bolsas de cemento utilizados en el campamento y en él escribió las oraciones de Rosh Hashaná, como las recordaba de memoria. Los alemanes permitieron a los internos del campo reunirse y celebrar las oraciones para el Año Nuevo. Stern, que en virtud de su voz, había sido un cantor en Satu Mare, condujo las oraciones que los sobrevivientes recuerdan como un evento especial en la vida del campamento. Naftali Stern, escondió las páginas hasta su liberación en 1945 y continuó orando por ellos cada año nuevo. Después de la guerra  estableció una nueva familia y emigró a Israel.

 

 

Saliendo de las profundidades Rosh HaShaná 1944 [2]

 

Tomamos nuestra miserable ración diaria de pan y salimos caminando presurosos. Nos dirigíamos hacia el sótano para decir nuestras plegarias de Rosh HaShaná. Nuestro improvisado shul era un rincón apartado del sótano, en medio de algunas vigas que solo el mes anterior habían servido como horcas para tres judíos.

Itzjak Landau se paró cerca de la plataforma de ejecuciones, que tenía manchas de sangre frescas sobre ella, y condujo a quienes rezaban. ¡Baruj Hashem! Nos las hemos arreglado para rezar juntos, pese a todo el mal que podrían hacernos nuestros enemigos. ¿Qué mayor satisfacción podríamos tener? De repente, la puerta del sótano fue abierta con violencia. Era el fanático asesino Dietrich. Estaba a punto de estallar, con una mirada de demente aterrorizado.

El espantoso demonio se lanzó sobre nosotros, con sus garras extendidas. Ahora podíamos oír la sirena de la alarma antiaérea ululando, y nuestras mentes aturdidas empezaron a imaginar qué era lo que estaba pasando. Ese asesino cobarde estaba buscando un lugar dónde esconderse, cualquier agujero o grieta, para escapar de los bombardeos de los Aliados. Un reflejo enceguecedor, un estallido ensordecedor, exactamente como un relámpago y un rayo: los bombardeos estaban encima de nosotros. Los aviones Aliados habían llegado, trayendo muerte y destrucción al campo.

Era como si el cielo se hubiera despertado para vengarnos, y estaba lloviendo fuego y azufre sobre este mugriento suelo. Nosotros estábamos como flotando en una nube de grueso humo que había llenado el cuarto. La muerte estaba aproximando sus manos hacia nosotros…pero no llegó.

Gradualmente nos dimos cuenta que una bomba había caído justo cerca de nuestro sótano. Había matado a Dietrich, pero nosotros estábamos vivos. ¡Bendito sea D-s que lo mató! Nosotros gozamos de ese regalo de Iom Tov que D-s nos había enviado, pero al mismo tiempo nos sentimos muy tristes de que nuestras plegarias habían sido interrumpidas, las plegarias de aquellos hombres tan llenos de sentimiento, de cuyos gustos nunca habíamos sabido.

Itzjak Landau comenzó a bailar como un loco, gritando salvajemente: “¿Les gusta el milagro de Rosh HaShaná 5704? ¡Qué festividad que estamos teniendo! Tenemos una cabeza de cordero para poner sobre la mesa – ¡no!, no una cabeza de cordero, ¡una cabeza de víbora!”

 

 

¿Quién dirá Kadish? [1]

Los tres hermanos habían sido separados por el enemigo al llegar a Auschwitz. El más joven de ellos, de catorce años de edad, lloraba amargamente mientras era llevado a la barraca de los niños. Él ya podía darse cuenta de cuál iba a ser su final. No obstante, pudo pasar la primera selección. Los alemanes decidieron, esa vez, deshacerse sólo de los niños más pequeños, y él se salvó parándose encima de una olla en tanto que los demás niños se paraban delante suyo para ocultar el truco a sus enemigos.

Entonces llegó Iom Kipur, y con él, otra selección. Los nazis habían empezado a sospechar, por entonces, que los niños judíos estaban tomándoles el pelo, por lo cual se pusieron a buscar cualquier cosa sospechosa. Esta vez, Moshe Elya fue descubierto. Él sabía qué era lo que pasaba con las víctimas de los nazis, y poco tiempo atrás había hecho las paces con la muerte. Sólo una cosa lo seguía molestando. Él no pedía nada para sí mismo, habiendo ya aceptado el peor destino que pudiera acontecerle a un ser humano. Pero, ¡si tan sólo pudiera saber quién sobreviviría!

Necesitaba saberlo por una razón especial. Pero en vistas de que no podría saberlo, Moshe Elya habló con todos los que lo rodeaban y les dijo: “Yo voy a dejar este mundo ahora. Cualquiera de ustedes que permanezca vivo cuando llegue mi final, por favor, diga un Kadish por mí”. Él no lloró. Cuando uno está por dar su vida para santificar el Nombre de D-s, no existe razón para estar triste. Sólo esa única preocupación quedó flotando en el aire: ¿quién diría Kadish después de él?

Kol Nidrei en Dachau, Septiembre de 1944[2]

Fue en Dachau. En una barraca, la mía, había casi cien judíos. La mayoría éramos de Lodz, Salónica y Hungría. Pocas semanas atrás habíamos llegado desde Auschwitz. Habíamos dejado a nuestros seres queridos en el infierno más atroz imaginado. Nunca pudimos reencontrarnos con ellos.

Todo había sido tan rápido. La llegada, la separación de nuestros familiares, de nuestros nombres convertidos en números, de nuestras ropas. Sólo quedamos con los zapatos con los que habíamos entrado… Algunos fuimos “seleccionados” para ir hacia un campo en construcción.

Esta “selección” también fue separación para morir tantas veces como fue posible: por hambre, anonimato, frío, separación, pérdida, imposibilidad de soñar, desear. Hambre. Siempre hambre. Durante algún tiempo ni tuvimos conciencia del paso de las horas. No existían calendarios ni relojes.

El único elemento, que nos mantenía atados a una realidad temporal, eran los toques de sirena. Sin embargo, hasta hoy no encuentro respuesta al hecho de que alguien pudiera recordar que una noche fue “Kol Nidrei”. Aquellas, “todas las promesas”, debían hacer arrepentir a algunos hombres de los ofrecimientos vanos. No fue así. Alguien había logrado entrar con un pequeño Sidur. Lo sacó y, en voz baja, comenzó a recitarlo.

El simple hecho de tener un libro de rezos, podía costar la vida. El llanto, que nos invadió a todos, estaba lleno de desesperación. Hoy, como entonces, sigo preguntándome quién tenía necesidad de continuar con el judaísmo después de lo que estábamos viviendo, todo aquel infierno por ser judíos. Han pasado más de sesenta años y la impresión, que con tanta insistencia se reitera en la proximidad de estas fiestas, continúa siendo intensa.

Fue una plegaria… simplemente una plegaria que no llegó a ningún lugar. Las lágrimas, cristalinas, impregnaron nuestras ropas. Soledad. Resignación. Autocompasión. Probablemente, para los creyentes, D-s estaba ocupado en otras cosas. No soy el mismo que escuché y cooperé en levantar esa plegaria, en una noche de Iom Kipur.

Pese a todo, sigo preguntándome qué valor podía tener si, ni siquiera, sabíamos si al día siguiente viviríamos. Mi generación, la que vivió en guetos y campos, se continúa debatiendo ante un dilema existencial: recuerdo y pesadilla. Olvidar y aferrarse a la necesidad de evocar. Tal vez haya, en algún lugar, un espacio para la religiosidad. Probablemente la urgencia, una vez más, sea la de revivir a aquellos que no tuvieron la posibilidad de repetir la plegaria, en libertad.

 

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[1]Testimonio de Rabi Abraham Mattias.

[2]Testimonio de Jack Fuchs, “Dilema de la Memoria, La vida despues de Auschwitz”.

[1]Rabbi Sinai Adler, en el libro: “Shemá Israel”.

[2]Rab Yehuda Rasmiwesz (Najshoni).