IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Los sabios de la era talmúdica desterraron por completo del Judaísmo la especulación apocalíptica, tan irracional como fallida. Sin embargo, conservaron el libro de Daniel, con todo y sus oráculos fallidos. ¿Por qué? Porque de algún modo intuyeron que en ese extravagante libro está la clave para conocer la ruta de los acontecimientos futuros. Naturalmente, la clave para descifrarlos no está en interpretar o reinterpretar los oráculos que ya fallaron, sino en algo distinto, más sutil.

Daniel 3En la nota anterior explicamos por qué los capítulos 8 y 11 de Daniel están íntimamente vinculados a la Guerra Macabea, y por qué la única explicación razonable sobre la identidad del “cuerno pequeño” del capítulo 7, o el último “rey del norte” del capítulo 11, es que se trata de Antíoco IV Epífanes, el emperador seléucida que intentó exterminar al Judaísmo.

Desde la segunda nota venimos diciendo que al libro de Daniel se le agregaron tres secciones, por lo menos, hacia el año 73, en el marco de la última resistencia contra el Imperio Romano. Dichas secciones son los capítulos 2 (la visión de la Estatua de Nabucodonosor), 7 (la visión de las Cuatro Bestias) y los versículos 9:20-27 (el oráculo de las Setenta Semanas).

Muchos especialistas se resisten a admitir esta posibilidad, e insisten en que estos capítulos también se refieren a la Guerra Macabea. Sin embargo, la realidad es que dicha opinión es insustentable. Vamos por partes.

Los capítulos 2 y 7 tienen en común que la supuesta visión habla de “cuatro reinos por venir”. En Daniel 2, están representados por las cuatro diferentes partes que tiene la estatua que sueña Nabucodonosor (cabeza de oro, torso y brazos de plata, vientre y muslos de bronces, y piernas y pies de hierro mezclado con barro cocido); en Daniel 7, por cuatro “bestias” (un león con alas de águila, un oso que devora tres costillas, un leopardo con cuatro alas, y una bestia final terrible e indescriptible).

Las pistas que da el propio libro es que son cuatro reinos: en los versículos 2:37-41, Daniel explica que Nabucodonosor es la cabeza de oro, y que las otras tres partes de la estatua son “reinos” que “vendrán después” de Babilonia. Y en 7:17, un ángel le explica a Daniel que “estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra”.

¿Quiénes son, entonces, cada uno de estos reinos o reyes?

Sobre el primero no cabe la menor duda: Daniel le explica a Nabucodonosor que él -y con él, Babilonia- es la cabeza de oro. Es decir, el primer reino. Tiene coherencia con la visión del capítulo 7, donde la primera bestia es un león con alas de águila, una figura muy usada en la iconografía y la mitología babilónica. Por lo tanto, queda claro que el primer reino es Babilonia.

Para muchos especialistas los problemas empiezan con la identificación del segundo reino. En su afán por cerrar el ciclo en el período de la Guerra Macabea, intentan relacionar los siguientes tres reinos con el período que va desde la caída de Babilonia (539 AEC) hasta la Guerra Macabea (167-158 AEC) o un poco después. Se ha propuesto que el segundo sería Persia, el tercero Media, y el cuarto el Reino Seléucida contra el que peleó Judea. O que el segundo es Medo-Persia, el tercero es Grecia y el cuarto es el Seléucida. O que el segundo es Medo-Persia, el tercero es la Siria Seléucida y el cuarto es el Reino de Lidia o el Reino de los Hasmoneos.

Son explicaciones inútiles.

Empecemos por dejar algo que, en realidad, no debería dudarse: el segundo reino es Media-Persia y el tercero es Grecia y su continuidad en la Siria Seléucida. Las razones para establecerlo así de tajante son simples: hay una similitud entre la segunda bestia de Daniel 7 (el oso) y la primera bestia de Daniel 8 (un carnero): el oso del capítulo 7 “se levanta más de un lado que del otro” y el carnero del capítulo 8 “tiene un cuerno más grande que el otro”. En ambos casos se refleja que un parte de ese reino es más fuerte o grande que la otra. No hay duda posible: se refiere al reparto de poder que, a partir de Darío el Grande, se dio en el Imperio Aqueménida: los Medos “son más altos” o “se levantaron más” que los Persas. Y sabemos que no hay duda posible porque el versículo 8:20 dice específicamente que el carnero es el reino de Media y Persia. Luego entonces, la segunda bestia de Daniel 7 también lo es.

Sucede lo mismo con la tercera bestia del capítulo 7 y la segunda bestia del capítulo 8: una es un leopardo con “cuatro alas” y la otra tiene un cuerno que es quebrado, y en cuyo lugar aparecen otros “cuatro cuernos”. Se trata de una unidad original (el leopardo o el primer cuerno) que deja su lugar a una entidad dividida en cuatro (las alas o los cuatro nuevos cuernos). Son claras alusiones a que el reino de Alejandro Magno (el leopardo en el capítulo 7 y el primer cuerno en el capítulo 8) se dividió en cuatro tras su muerte. Tampoco al respecto pueden quedar dudas porque el versículo 8:21 señala explícitamente que la segunda bestia con un cuerno es “el rey de Grecia”. Entonces, la tercera bestia de Daniel 7 también es el Imperio Macedónico dividido, eventualmente, en cuatro.

Pero aquí viene la diferencia importante: en el versículo 8:9 dice que de “uno de los cuatro cuernos” que habían aparecido en la segunda bestia surgió “otro cuerno”, pequeño, que luego es identificado como el gran enemigo de Israel. Es decir: de uno de los cuatro elementos que surgen de la unidad rota del “reino de Grecia” aparece el gran enemigo. No hay dudas: se refiere a que Antíoco IV Epífanes fue parte de la dinastía Seléucida, una de las que surgieron después de la muerte de Alejandro.

Si Daniel 7 y su visión de las cuatro bestias quisiera exponer LO MISMO que el capítulo 8 (es decir, al pueblo judío en conflicto con Antíoco Epífanes y los seléucidas), entonces el “gran enemigo” (otra vez, un “cuerno pequeño”) tendría que aparecer EN UNA DE LAS CUATRO ALAS de la tercera bestia, porque en el capítulo 8 aparece EN UNO DE LOS CUATRO CUERNOS de la bestia equivalente.

Pero no sucede así. Las cuatro alas pasan sin pena ni gloria en la visión del capítulo 7, y el “cuerno pequeño” surge, en realidad, en la cuarta bestia. Por lo tanto, NO HAY DUDA POSIBLE: Daniel 7 no está enfocado en el Imperio Seléucida ni en Antíoco IV Epífanes, sino en alguien posterior.

¿Por qué una visión similar (basada en “bestias” y “cuernos”) pero con un objetivo diferente?

Ya lo explicamos en la nota anterior: porque el oráculo de Daniel 8 (y con ello el de Daniel 11), según el cual Antíoco IV Epífanes habría de ser el último rey pagano que oprimiese a Israel, simple y sencillamente FALLÓ. Inevitablemente, se tuvo que plantear una corrección, y Daniel 7 es justamente eso: la nueva propuesta en relación a las “bestias”.

La cuarta bestia es “espantosa, terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y despedazaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros” (Daniel 7:7-8). Y más adelante se agrega: “la cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos, y a toda la tierra devorará, trillará y despedazará. Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes, y tras ellos se levantará otro, el cual será diferente de los primeros, y a tres reyes derribará. Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará… y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo. Pero se sentará el Juez y le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin” (Daniel 7:23-26).

No cabe duda que la cuarta bestia es la peor de todas. Su fuerza es indescriptible y su crueldad es absoluta. Por ello, simplemente no puede relacionarse con el Reino de Lidia (que ni siquiera tuvo injerencia en Judea) o con el Reino Hasmoneo (que es la propia Judea, y que ni en su momento de mayor esplendor llegó a tanto como lo que aquí se describe).

Pero se nos da una pista: esta bestia tendría “diez cuernos” (según la propia lógica de Daniel, “diez reyes”), y al final aparecería uno que provocaría la caída de tres. Este último cuerno, al igual que Antíoco IV Epífanes en el capítulo 8, es el gran enemigo del pueblo judío, y se prevé que su derrota marcará el fin del dominio de los paganos sobre Judea.

No hay alternativa: la cuarta bestia tiene que ser Roma, el único imperio que tuvo dominio sobre Judea y que cuadra perfectamente con esta descripción (aunque le moleste a muchos especialistas casados con la idea monolítica de que todo tiene que referirse a Antíoco Epífanes).

La prueba está en los “diez cuernos”. Tal y como está redactada la visión, la idea que se propone es que este último reino sólo habría de tener once reyes: diez primero, y luego uno más -el peor- que habría de derribar a tres anteriores.

Judea fue conquistada por Roma en el año 63 AEC, en un momento donde todavía estaba en funciones la estructura de la antigua República. Justo en ese año nació César Augusto, que habría de ser el primer emperador romano, si bien su gobierno lo comenzó en el año 43 AEC como parte de un triunvirato, compartiendo el poder con Lépido y Marco Antonio. En ese mismo año fue que Judea quedó bajo la tutela de Augusto. Por lo tanto, cuando el primer emperador romano comenzó su dominio sobre los judíos, Roma tenía tres reyes.

A partir del año 27 AEC el poder quedó en las manos exclusivas de Augusto, y tras su muerte gobernaron Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Sumando a Lépido, Marco Antonio y Augusto, hasta este punto van siete reyes o “cuernos” de la “cuarta bestia”.

Nerón se vio obligado a suicidarse en el año 68 EC, y eso hundió a Roma en su peor crisis política hasta ese momento. Apenas en el lapso de un poco más de seis meses, tres emperadores ocuparon el poder, cayendo uno detrás del otro: Galba, Otón y Vitelio. Tras la caída de este último en el año 69, el poder quedó en manos de Vespasiano, que para ese momento llevaba dos años haciéndose cargo de la guerra en Judea, donde ya era conocido como un feroz militar que estaba infringiendo severas derrotas a las tropas judías.

Todo cuadra a la perfección: el último cuerno -Vespasiano- se levanta tras la caída de los tres anteriores -Galba, Otón y Vitelio-. Es el onceavo después de los ya mencionados además de Lépido, Marco Antonio, Augusto, Tiberio, Calícula, Claudio y Nerón, y es un feroz rey que dominará a los judíos durante “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” según Daniel 7:25. Es decir, tres años y medio. Si tomamos en cuenta que Vespasiano ocupó el trono en el año 69, entonces la expectativa era que su dominio se extendiese hasta el año 72 o 73. Justamente -y no es coincidencia- el último reducto de resistencia judía sobrevivió hasta el año 73 en la fortaleza de Masada.

Entonces, Daniel 7 está intentando corregir los errores de cálculo de Daniel 8. En la visión de las dos bestias y el “cuerno” surgido de “uno de los cuatro cuernos” de la segunda bestia, la idea es que después de la muerte del “rey de Grecia”, se levantarían cuatro dinastías distintas, y de una de ellas saldría el gran enemigo de Israel que sería derrotado por intervención divina: Antíoco IV Epífanes.

El oráculo falló, y los partidarios de estas creencias lógicamente tuvieron que tragarse sus palabras. Pero es evidente que no renunciaron a su convicción de que había “señales” y “oráculos” que indicaban cómo sería el “fin de los tiempos”, y esperaron pacientemente hasta que tuvieron una posibilidad de corregir su error.

En pocas palabras, elaborar lo que hoy es el capítulo 7 de Daniel fue algo así como decir “nuestros ancestros de hace dos siglos se equivocaron al identificar al gran enemigo del pueblo judío; nosotros ya lo hemos hecho correctamente, y es Vespasiano”. Por ello, apareció en escena una nueva “bestia” que para entonces ya había tenido siete reyes, que en ese lapso vio caer a otros tres uno detrás de otro, después de los cuales ocupó el poder el general que estaba derrotando a las tropas judías.

La mejor prueba de que estos autores tenían esto en mente está en Daniel 9:26b y 27, donde se nos ofrece una descripción muy precisa de los acontecimientos principales del primer levantamiento armado contra Roma (años 66-73): “… y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador”.

Nuevamente, los especialistas casados con relacionar todo Daniel con la Guerra Macabea intentan ver aquí una descripción de los eventos ocurrido entre los años 167-158 AEC. Pero no funciona: en esa guerra ni Jerusalén ni su Templo fueron destruidos, y aquí se habla muy específicamente de eso: destrucción.

Los eventos señalados son los siguientes:

a) El ataque estará a cargo de un “príncipe”: es correcto; el sitio de Jerusalén no fue dirigido ya por Vespasiano, sino por su hijo Tito.
b) Dicho ataque resultará en la destrucción de la ciudad y el santuario: es correcto; Tito estuvo a cargo del sitio que significó la ruina de Jerusalén y su Templo en el año 70.
c) La expresión “y hasta el fin de la guerra…” refleja que la destrucción de la ciudad y el santuario no significarán el final de las hostilidades: es correcto; la resistencia judía se mantuvo hasta el año 73, en las fortalezas de Herodio, Maqueronte y Masada.
d) La expresión “por otra semana confirmará el pacto con muchos” indica que durante siete años (una “semana”) Roma apoyaría a alguien: es correcto; el sistema político del rey Agripa II estuvo todo el tiempo a favor de Roma y gozó de su apoyo y protección. Además, la guerra duró exactamente siete años (desde 66 hasta 73).
e) La expresión “a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda” habla del fin de las prácticas litúrgicas en el Templo: es correcto; los sacrificios cesaron en el año 70, justo a la mitad de una guerra que se extendió entre los años 66 y 73.

Ninguna de estas características se ajustan a lo que sucedió en la Guerra Macabea.

¿Qué es lo que tenemos hasta aquí? Que después del fracaso de los oráculos de los capítulos 8 y 11, enfocados en Antíoco IV Epífanes, durante la guerra contra Roma alguien se propuso “actualizar” o “corregir” las predicciones del libro de Daniel, y replanteó las mismas ideas sólo que ahora enfocadas a Vespasiano y el Imperio Romano.

Para ello, escribió (o más bien, reelaboró) tres pasajes que finalmente quedaron integrados al libro. Dichos pasajes son los capítulos 2, 7 (que ya hemos analizado) y los versículos 9:20-27.

Aquí se podría poner una objeción técnica: se han encontrado copias del libro de Daniel entre los Rollos del Mar Muerto, y estas ya incluyen los capítulos 2 y 7, por lo menos. El análisis espectográfico y las pruebas de Carbono 14 han corroborado que los fragmentos de los manuscritos datan del siglo I AEC, por lo que no se puede afirmar que estos capítulos se elaboraron hasta el año 73.

Además -dicen los defensores de esta idea- la paleografía (el tipo de escritura) corresponde al siglo I AEC. Por lo tanto, no hay duda alguna: los capítulos 2, 7 y 9 de Daniel también se habrían escrito a más tardar en el siglo I AEC.

Error.

De hecho, semejante criterio es un error casi infantil. El análisis espectográfico y la prueba de Carbono 14 SÓLO NOS OFRECEN LA EDAD DEL MATERIAL. Por decirlo de un modo rudimentario, nos aclaran en qué siglo vivió la vaca de donde se obtuvo, eventualmente, el pergamino.

Pero eso no significa que el texto como tal haya sido escrito EN ESE MOMENTO. Afirmar lo tal sería equivalente a decir que todos los documentos escritos con máquinas Remington construidas en 1940, fueron hechos en 1940. Y eso es obvio que no es exacto.

¿Qué se puede decir sobre el asunto de la paleografía? Se han encontrado documentos entre los Rollos del Mar Muerto donde la paleografía es del siglo V AEC, pero el Carbono 14 ha demostrado que el material es del siglo II AEC. Entonces, es obvio que el documento no pudo haberse escrito en el siglo V AEC, porque faltaban unos 300 años para que naciera la vaca con la cual se hizo el pergamino.

Sucede algo muy sencillo: a veces, los qumranitas tenían la manía de usar un modo de escritura antiguo y en desuso. ¿Por qué? No lo sabemos, pero las pruebas de que tenían esa práctica allí están. Entonces, el hecho de que un documento tenga paleografía del siglo I AEC no significa necesariamente que fue escrito en el siglo I AEC. Sólo significa que el autor hizo uso de ese tipo de escritura.

Lo que pudo suceder es esto: hacia el año 73, en el último suspiro de la resistencia anti-romana, un autor tomó un pergamino que para entonces tenía unos dos siglos de antigüedad, lo raspó para borrar su contenido, y haciendo uso del mismo tipo de letra (la de dos siglos de antigüedad que había borrado), elaboró una serie de correcciones al libro de Daniel y sus oráculos fallidos.

Y es perfectamente lógico que lo haya hecho. Ese autor no podía llegar con sus compañeros simplemente diciendo “oigan, acabo de reescribir las profecías de Daniel…”. En cambio, resultaba más lógico intentar convencerlos de que existía “otra versión” de Daniel en donde los oráculos no se referían a Antíoco IV Epífanes, sino a Vespasiano. Y, por supuesto, los documentos que mostró no podían estar elaborados en papel nuevo con letras actuales. Tenía que ser papel antiguo con letras antiguas.

¿Se trataba de un vulgar fraude, una rudimentaria falsificación? No lo creo. Me atrevo a pensar que ello fue hecho en el marco de una tradición muy arraigada en la apocalíptica judía: reescribir y reescribir siempre los textos.

Seguramente, este autor anónimo sí tuvo a la mano un texto donde había algo muy similar a lo que vino ser su “corrección”. Tal vez lo único que él hizo fue ajustar los detalles para que fuesen claramente relacionables con lo que estaba sucediendo en el marco de la guerra contra Roma.

De uno u otro modo, el resultado fue una nueva interpretación de los “antiguos oráculos” que se preservaban sobre Daniel.

Oráculos que, al final de cuentas, también fallaron. Dos siglos atrás, Antíoco -el gran enemigo del pueblo judío- fue derrotado, pero no vino el “fin de los tiempos”. Al contrario: la guerra reinició, el gran héroe Judas Macabeo murió en batalla, y cuando los judíos lograron derrotar de manera definitiva a los sirios el trono de David no fue restaurado. En su lugar, el poder fue tomado por una familia “ilegítima”: los Hasmoneos.

Pero en esta ocasión ni siquiera se logró algo similar: los judíos fueron aplastados por la maquinaria de guerra romana. Por ello, los posteriores sabios de la era talmúdica desterraron por completo del Judaísmo la especulación apocalíptica, tan irracional como fallida.

Sin embargo, conservaron el libro de Daniel, con todo y sus oráculos fallidos. ¿Por qué? Porque de algún modo intuyeron que sí, que en ese extravagante libro sí está la clave para conocer la ruta de los acontecimientos futuros. Naturalmente, la clave para descifrarlos no está en interpretar o reinterpretar los oráculos que ya fallaron, sino en algo distinto, más sutil.

Y eso lo vamos a empezar a explicar dentro de dos semanas.

Por lo pronto, en la próxima nota analizaremos el otro oráculo enfocado en la guerra contra Roma que nos falta revisar: la fascinante “profecía de las Setenta Semanas”, el pasaje que muchos creen que nos da la pauta para saber cuándo vendrá el Mesías (o, desde la perspectiva cristiana, para saber que ya vino).


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Ilustración: David Rods