Rey de Marruecos

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Por Mohammed Khallouk

Cuando era joven en Marruecos me enseñaron a odiar a los judíos, y especialmente a los israelíes. Estaba convencido de que judíos y musulmanes no podrían ser amigos y que las relaciones entre israelíes y árabes se basan en la hostilidad. El pluralismo cultural y religioso en Alemania, mi nuevo país, así como el estudio de la historia de Marruecos, donde judíos y musulmanes vivieron en armonía durante siglos, me han convencido que las diferencias en la religión no pueden ser la verdadera razón de la animosidad en el Medio Oriente.

Me preguntaba por qué la paz y la convivencia en armonía parecían ser imposibles en la tierra de Abraham, nuestro ancestro común. La posibilidad de lograr la paz entre israelíes y palestinos se convirtió en el tema central de mi investigación científica. En mi estudio, descubrí que los líderes judíos de Marruecos se comprometen a servir al país en general. Tuve la oportunidad de conocer a André Azoulay, asesor del rey Hassan II y del actual monarca, Mohamed VI.

Por otro lado, tuve el honor de conocer a Simon Levy, fundador del primer y único museo judío en el mundo árabe, que se encuentra en Casablanca, y descubrí que el trono de Marruecos ha sido mediador entre Israel y sus vecinos árabes desde 1970, evidentemente creyendo en la posibilidad de lograr la paz.

Mi investigación también me llevó a conocer a Michael Wolffsohn, científico, historiador y político alemán-israelí, a quien llegué a apreciar como una persona sensible, empática, carismática y de mente abierta. Por último, pero no menos importante, mi trabajo me obligó a viajar a Jerusalén, donde visité ambas partes de la ciudad y pude observar por mí mismo cómo son los judíos en el Medio Oriente y cómo interaccionan con nosotros los musulmanes. Estaba sorprendido por la calidad humana y ahora estoy convencido de que la amistad y la paz entre nosotros, los hijos de Abraham, es factible.

Mis experiencias durante el viaje a Jerusalén también me han inspirado a escribir un diario de diez capítulos, que actualmente está siendo publicado por la editorial Rimbaud en Aquisgrán bajo el título Salam Jerusalén. La obra describe las dificultades que un hombre musulmán y árabe enfrenta en el Estado judío, particularmente a su llegada al aeropuerto Ben Gurión en Tel Aviv. Pero también expresa el calor humano que he observado en numerosos encuentros con la gente de Jerusalén – tanto musulmanes como judíos.

Mi encuentro con un contador judío en la parte occidental de Jerusalén fue particularmente inolvidable.

Mi experiencia con este hombre amable y de mente abierta llamado Abraham, me motivó a escribirle una carta, que he incluido al final del libro.

En esa carta, expreso mi agradecimiento por su calidad humana, arraigada no sólo en el Islam, sino en el cristianismo y el judaísmo. Le comunico que sus acciones son la prueba viviente de mi creencia que, debido a la similitud de los principios éticos de ambas religiones en donde el hombre es el centro, no hay razón para que judíos y musulmanes sean enemigos declarados. Pese a que expreso mi desacuerdo con la posición actual de la política israelí en el conflicto de Oriente Medio, esto no significa que nuestras religiones nos impidan relacionarnos. Por otra parte, intento decirle a Abraham y a todo el pueblo de Israel que la calidad humana, tal y como la experimenté en Jerusalén, podría ser la base para la resolución del conflicto político.

Teniendo en cuenta mis propias experiencias en la Ciudad Santa, me pregunto por qué este conflicto aún no se ha resuelto y se ha mantenido tan virulento durante los últimos 70 años. ¿Cómo es posible que miembros de dos religiones de un mismo origen y una misma base ética sean enemigos declarados, cuando pueden encontrarse en el medio sin miedo y ayudarse unos a los otros? La carta es mensaje a la sociedad israelí para recordar su propia humanidad y principios éticos, un deseo de considerar a Abraham, el hombre a quien se dirige la carta, como un ejemplo de cómo judíos israelíes y árabes musulmanes pueden unirse, ignorando los prejuicios producidos por los medios y los políticos extremistas, reconociendo los derechos humanos y necesidades de su prójimo. Este mensaje es una súplica a la paz entre israelíes y palestinos, una paz basada en la justicia humana, así como en los principios éticos comunes entre judíos y musulmanes.

La calidad humana que experimenté en mi encuentro con Abraham no es una anomalía. Se puede encontrar en los corazones de personas en todo el Medio Oriente. Esto los conducirá a la paz.

Judíos y musulmanes no tienen por qué ser enemigos. Pueden ser amigos en Jerusalén y en todo el mundo.

Fuente: The Jerusalem Post