EMANUELE OTTOLENGHI
Barack Obama sin dudas ve su legado de política exterior como una lista de éxitos. Él  desenmarañó a Estados Unidos del embrollo de Irak.  Dio vuelta la página con Cuba. Y selló el acuerdo nuclear con Irán. Pero esta lista de logros aparentemente impresionantes — muchos de los cuales, como el acuerdo con Irán, puede todavía probar ser un boomerang para Obama y su lugar en la historia — es eclipsado por su parálisis completa sobre Siria.

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En lugar de una política, Obama ha ofrecido una letanía de palabras vacías y lugares comunes sin ningún compromiso real para resolver la guerra civil de Siria y defender los intereses vitales del Occidente en la región. Sus palabras sólo han empeorado las cosas, dejando al desnudo el marcado contraste entre la habilidad del Presidente para el discurso florido y sus acciones.

En agosto del 2011 Obama dejó en claro su política para Siria. “El futuro de Siria debe ser determinado por su pueblo, pero el Presidente Bashar al-Assad está interponiéndose en su camino,” dijo en una declaración escrita. “Por el bien del pueblo sirio, ha llegado la hora de que el Presidente Assad se haga a un lado.”

Estas fueron palabras graves, pronunciadas por un Presidente que acababa de ayudar a otra insurgencia árabe a deponer a un tirano en Libia. A un costo relativamente pequeño, sin ninguna tropa comprometida en operaciones terrestres, y los adornos legales de una coalición multinacional respaldada por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, Obama se sintió suficientemente confiado para advertir a Assad que estaba llegando también su hora. La comunidad internacional esperaba que siguieran acciones. Pero no siguieron.

Obama revisó esta cuestión en un discurso conmovedor dado en el Museo del Holocausto de EE.UU. en abril del 2012. No sólo reafirmó el compromiso de EE.UU. con la remoción de Assad, sino que prometió aumentar la acción estadounidense para lograr el objetivo.

“Seguiremos aumentando la presión”, dijo él, “con una campaña diplomática para aislar más a Assad y su régimen, así que los que se apegan a Assad saben que están haciendo una apuesta perdedora.” Pero Assad permaneció y Estados Unidos no hizo nada para cambiar eso.

El Presidente siempre ha sido aficionado a recordar sus públicos globales que los que eligen no unirse a él están en el lado perdedor. Ellos están en la parte equivocada de la historia. Ellos están en el siglo equivocado. Apuestan al caballo errado. Y así él sigue marchando, confiado en que sus palabras, exudando certeza de destino como lo hacen, no necesitan ser seguidas por las acciones.

Pero las palabras del Presidente deben significar algo. Cargan más peso que las de un experto o un académico expresando una opinión. Cuando el Presidente llama a un líder extranjero a dar un paso al costado, sus palabras son un mapa de ruta para los planificadores de políticas, un llamado a la acción, y una señal para la comunidad internacional. El Presidente ha hablado. Esperen que siga algo significativo. Excepto que, con Siria, no sucedió nada.

En una conferencia de prensa en agosto del 2012, Obama abordó el posible uso de armas químicas en Siria y dijo que “una línea roja para nosotros es que comencemos a ver un puñado completo de armas químicas moviéndose o siendo utilizadas. Eso cambiaría mi cálculo.”

No lo hizo. Assad cruzó repetidamente la línea roja del Presidente con descaro creciente y ninguna consecuencia de la que hablar.

En vez de hacer realidad sus amenazas de represalia militar, Obama buscó una salida que, en el proceso, estropeó la política occidental y debilitó el compromiso de los gobiernos francés e inglés de tomar acción ellos mismos.

Las poquísimas acciones que ha tomado Obama con respecto a Siria, de hecho han empeorado las cosas. La retirada de Estados Unidos de Irak ha dejado un vacío allí que han explotado inmediatamente las fuerzas pro-Assad.

Mientras que antes del 2011 las armas iraníes suministradas a Hezbolá y al régimen sirio tenían que seguir rutas marinas o terrestres tortuosas y extensas que eran bombardeadas o cortadas con frecuencia, el retiro de las patrullas aéreas estadounidenses sobre los cielos iraquíes ha abierto un pasillo aéreo corto, conveniente y sencillo entre Irán y Siria que ha garantizado el reabastecimiento firme de la campaña bélica de Assad.

La insistencia de Obama en que los rebeldes respaldados por EE.UU. en Siria se comprometan a combatir sólo al Estado Islámico ha hecho inútil cualquier intento por armar y entrenar una oposición amigable. Y su decisión de evitar la confrontación directa con Irán por Siria para que no fueran afectadas las negociaciones nucleares hizo el resto.

Para el 2016, EE.UU. había quedado encerrado en una danza diplomática falsa. Ha accedido a la intervención militar brutal rusa en la región, reconoció los derechos de Irán en Siria como parte de su esfera de influencia y culpó a la oposición por no declarar la derrota.

Bajo esta cobertura, el ataque militar coordinado de Irán contra los rebeldes ha dado vuelta las tablas en favor del régimen en Damasco y aseguró que Assad permanecerá en el cargo mucho después que Obama se haya ido.

El Presidente ha hablado pero no logró actuar. La historia tomará nota.

Fuente: Standpoint

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México