IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Además de su importancia como garante de una memoria histórica, Pésaj tiene un profundo significado en la evolución del monoteísmo puro. Representa, en todo sentido, la derrota de los cultos solares y sus rituales primaverales.

Los cultos solares fueron fundamentales para todas las culturas agrícolas de la antigüedad. La capacidad humana para saber en qué momentos sembrar y cosechar se logró gracias a la observación y comprensión de los ciclos solares y sus cuatro puntos cardinales: los Solsticios de Verano e Invierno, y los Equinoccios de Primavera y Otoño.

Cada cultura construyó su propia narrativa mítica en la que, por medio de un lenguaje de símbolos oníricos, se explicaba el funcionamiento del Sol y su relación con la naturaleza. De ese modo se intentaba entender por qué había Invierno y Primavera, muerte y renovación.

Dado que el Sol pasa por las mismas fases en todo el planeta, todas las culturas desarrollaron nociones mitológicas muy similares para los dioses que representaban al Astro Rey.En el hemisferio norte y en la zona euro-asiática, dichas nociones estuvieron particularmente influenciadas por la astrología sumerio-caldea, adoptada por los egipcios, luego por los griegos, y de ese modo diseminada por todo lo que en la antigüedad abarcaron los Imperios Persa y Romano (desde la India hasta España, desde el norte de África hasta los límites con los países germánicos). Veamos algunos ejemplos:

Los sumerios dividieron el firmamento en doce secciones (muy lógico por tratarse de un espacio aparentemente circular), e identificaron doce constelaciones que “se movían”a lo largo del año para que el sol apareciera al amanecer en cada una de ellas por unos 30 o 31 días. De ese modo surgió el concepto de Año Solar con sus respectivos meses.

Otro: los Solsticios representan el punto extremo en la duración del día o la noche. En el de Invierno, acontece la noche más larga de todo el año; en el de Verano, el día más largo. En contraparte, los Equinoccios representan los puntos intermedios, pues en cada uno la noche y el día tienen exactamente la misma duración. La diferencia es que a partir del Equinoccio de Primavera los días comienzan a ser más largos que las noches, y a partir del de Otoño las noches comienzan a ser más largas que los días.

Las dos grandes fiestas del Sol fueron el Solsticio de Invierno y el Equinoccio de Primavera. El Solsticio, porque representa el “nacimiento” del Sol; el Equinoccio, porque representa su “triunfo”.

Este tipo de conceptos se tradujo –siempre– en rituales destinados a reproducir las andanzas de los dioses solares. Conforme a las costumbres de la época, dichos rituales tenían su parte medular en sacrificios de todo tipo, que de alguna manera representaban el “sacrificio del Sol”, que acontece cada noche cuando el Sol mismo se entrega a la muerte y se dedica a recorrer el inframundo, para aparecer por el otro extremo del horizonte cada mañana, vivificado y renovado.

Los mitos tenían el objetivo de explicar por qué y cómo sucedía esto, y los ritos tenían el objetivo de reproducirlo en términos de culto religioso para que la gente pudiera “participar” de esa experiencia.

Un ejemplo de mito solar es el de Orfeo. Eurídice, su amada, es llevada al inframundo y la naturaleza muere de tristeza; Orfeo enfrenta todos los retos y va a buscarla, pero no logra rescatarla del todo. Hay muchas versiones del mito, pero la solución generalmente es la misma: se llega a una especie de tregua entre Orfeo y Hades y Eurídice permanece seis meses con cada uno de ellos; por ello, la naturaleza muere durante seis meses, y renace durante los otros seis.

Hay elementos típicamente solares que se pueden detectar en la festividad de Pésaj, que se celebra justamente después del Equinoccio de Primavera.

Uno es muy abstracto: Pésaj es el triunfo de la libertad, así como el Equinoccio es el triunfo del Sol; y Pésaj es la fiesta de una nación integrada por doce tribus. No pueden ser menos, no pueden ser más, porque cada una corresponde a uno de los meses del año y, por lo tanto, a un zigno zodiacal. Por lo tanto, es claro que también en esta fiesta judía hay vestigios de los antiguos conceptos solares.

Pero son sólo eso: vestigios. Si analizamos los detalles de Pésaj, podremos ver que fue una fiesta con la que el antiguo pueblo de Israel literalmente institucionalizó la derrota de la idolatría al Sol.

En primer lugar, Pésaj desecha por completo el meollo de las festividades primaverales del Sol, centradas directamente en el concepto de resurrección-renovación, que se derivaba del hecho ya mencionado de que a partir de ese momento los días comienzan a ser más largos que las noches, además de que se hacía evidente el florecimiento de la naturaleza.

Pésaj celebra la libertad, no una idea de muerte y resurrección. Por el contrario: quienes mueren en el relato del Éxodo son egipcios (ganado, hijos primogénitos, etc.), que por entonces eran una religión completamente solar, cuyas deidad principal era Ra, adorado en el culto de Amón-Ra o de Atón-Ra. Ninguno de esos muertos vuelve a la vida.

Los rituales de Pésaj tampoco están diseñados con la misma lógica de los ritos solares de otras religiones. Hay un sacrificio, ciertamente, pero no existe ninguna noción de muerte-renacimiento vinculada al cordero de Pésaj; menos aún cualquier vínculo mítico que explique por qué la naturaleza muere en Invierno y se renueva en Primavera. La instrucción era simple y rudimentaria: el cordero tenía que ser cómido todo y rápido.

Sucede lo mismo con el pan ázimo o Matzá. En los ritos solares, la presencia de pan (o trigo) y vino es muy común porque son los elementos que representan la renovación de la naturaleza. Por ejemplo, en las representaciones pictóricas o escultóricas del llamado Mitra Tauróctono, el dios persa aparece sacrificando al Toro Primordial del que surge la vida. Entendemos perfectamente este último detalle porque la columna del toro se convierte en una espiga de trigo, y la sangre que chorrea se recoge como si fuese vino.

Pésaj, naturalmente, le da mucha importancia a los elementos del pan (trigo) y del vino. Pero nótese: en el relato del Éxodo no se menciona nunca el vino; en realidad, es una adición posterior tradicional que, por lo mismo, carece de un significado teológico vinculable a los antiguos ritos solares. Y con el pan también sucede algo interesante: lejos de representar la renovación de la naturaleza, la Torá sólo señala que el pan debe cocerse sin levadura para que los judíos recordemos que la noche que salimos de Egipto tuvimos que hacerlo “de prisa”.

Es decir: el elemento está enfocado a reforzar la narrativa histórica y su preservación como memoria colectiva, no a simbolizar la muerte y renovación de la naturaleza como sucedía en los cultos solares.

Hay otro detalle interesante en relación a las doce tribus de Israel. Como ya señalé, es un número eminentemente solar y tiene lógica: la Estrella de David corta en doce fragmentos un espacio circular, por lo que se logra una perfecta representación del cículo celeste y las doce constelaciones del año.

Esta noción no es accidente ni capricho: se deriva del hecho astronómico de que, por regla general, cada año solar tiene doce meses lunares también. Pero hay una diferencia importante: doce meses lunares tienen una duración de 354 días, mientras que doce meses solares duran 365.26 días. Esa diferencia de once días hace que cada tres años, en promedio, aparezca un año solar que tiene trece lunas nuevas (es decir, trece meses lunares).

Hay calendarios lunares donde este asunto es irrelevante. Por ejemplo, en el del Islam. El año dura 354 días y ya. Si los meses se van recorriendo y unas veces caen en Invierno y otras en Otoño no importa.

Pero la Torá dice que Pésaj se debe celebrar en el “mes de Aviv”, es decir, el mes de la Primavera (Aviv significa “primavera”; es el nombre de la estación, no el nombre del mes). Luego entonces, hay que hacer un ajuste a la secuencia de meses lunares para que no haya un desfase que deje a Pésaj en la temporada de Invierno.

Ese ajuste se hace agregando cada tanto tiempo un treceavo mes. Ello, en términos de ciencia astronómica, hace que el calendario Hebreo no se defina como solar. Y en términos de simbolismos religiosos determina que no se le rinda culto al Sol.

Pero hablamos de doce tribus y su relación con los doce meses solares. ¿Cómo cuadra en este panorama el hecho de que el calendario Hebreo a veces recurre a un treceavo mes para ajustarse con los ciclos solares?

Sencillo: en realidad no son doce tribus, sino trece. Recordemos que no existe una tribu de Yosef, sino que sus dos hijos –Efraim y Menashé– fueron ascendidos a cabezas de tribu. ¿Por qué? Porque la tribu de Levi quedó fuera de la herencia física en el antiguo Israel para dedicarse al servicio sagrado en el Tabernáculo y luego en el Templo.

Levi es la treceava tribu que se encarga de darle redondez y armonía al pueblo de Israel. Por eso, incluso, es la tribu sacerdotal.

De eso se trata el treceavo mes cada vez que aparece: redondear armoniosamente el calendario Hebreo para que todo funcione como debe funcionar.

Entonces, el simple detalle de que se en el texto bíblico haya trece tribus y de que el calendario Hebreo recurra a un treceavo mes cada tanto, confirma lo que venimos diciendo: el Judaísmo, desde su etapa más antigua, rompió con la adoración al disco solar y eliminó de su fiesta primaveral los componentes simbólicos, rituales y mitológicos característicos de los Cultos Solares.

En un sentido muy profundo, de eso se trata la liberación de Egipto.

No es precisamente la liberación de un poder político o militar (en realidad, Egipto dominaba desde su propio país hasta Fenicia, y sus tropas iban y venían por Sinaí todo lo que querían).

Es la liberación a la idolatría del Sol.

Por eso la guía la llevan Moisés y Aarón, de la tribu de Levi. La treceava tribu, símbolo del mes que rompe la esclavitud a los ciclos solares.

Pero nótese: no se trata de un conflicto. El calendario Hebreo está diseñado para basarse en la luna, pero armonizar también con los ciclos del Sol.

No es una guerra con el Sol. Sólo es la convicción de que no hay que adorarlo como dios.

Por eso el rito de Pésaj gira en torno a cuatro preguntas que, en resumidas cuentas, se resumen en qué significa la fiesta. Y la fiesta significa que D-os nos liberó de una casa de servidumbre, haciendo todo tipo de prodigios contra tiranos que no nos querían dejar salir.

¿Para qué queríamos salir? Moisés fue muy claro en su primera cita ante Faraón: para ir a adorar a D-os al desierto.

Faraón, el hijo del Sol, dijo que no. No podía concebir que la adoración no se le diera al Sol, y menos aún que se hiciera en el desierto, sin templos, sin castas sacerdotales, sin ritos ni mitologías sobre la renovación de la naturaleza.

Esa es, en última instancia, la tiranía de la que nos liberó D-os con mano poderosa. Libres de eso, hemos podido luchar por nuestra libertad de muchas maneras y contra todo tipo de enemigos, porque lo que realmente se liberó en el Éxodo fue nuestra alma, nuestro espíritu, nuestra mente.

Quien entiende eso, entiende que la lucha es de todos los días, todos los años, todas las generaciones.

Por eso dijeron nuestros sabios: cada uno de nosotros debe celebrar Pésaj como si hubiese estado allí.

En realidad, estamos allí, en el mismo combate contra la misma idolatría. Podrá tener otros matices y otros nombres, pero sigue siendo la misma tentación a dejarnos seducir por aquello que brilla y parece prometernos la vida misma.

Pero no. El inicio de la libertad está en el desierto, donde no tenemos nada a qué aferrarnos más que a lo que tenemos adentro: nosotros mismos y D-os.

Sólo allí, sin dioses solares que brillan y prometen la vida, puede Israel decir que verdaderamente es libre.

Sólo allí puede Israel recibir la Torá.