Estuve sólo en Cracovia y Varsovia, pero ambas ciudades fueron mas que suficientes e intensas para este primer viaje

Salo Grabinsky

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Decidí no ir a Auschwitz y Birkenau porque aun sin conocerlos los tengo más que grabados en mi corazón, pero tanto en Cracovia como en Varsovia fui a varios lugares que me conmovieron y asombraron tanto por su belleza como su efecto en mí. Empecemos con Cracovia.

Esta ciudad milenaria fue el centro cultural, religioso y de gobierno de Polonia por siglos. Su Plaza Mayor es inmensa, muy bella y la Basílica de María es un portento de arquitectura gótica. La universidad es famosa por Copérnico y la parte antigua junto al palacio real es muy bella.

A poca distancia se encuentra el antiguo barrio judío Kasimiercs que está renaciendo con un festival anual lleno de conciertos, sinagogas en uso y cementerios venerados por religiosos de todo el mundo. Hay una pequeña comunidad judía que sobrevivió la guerra y con mucho esfuerzo trata de recuperar la comida y tradiciones incluso apoyados por polacos no judíos y personas afines a la cultura, incluidas instituciones académicas. Es un experimento interesante.

Estuve en un concierto en la plaza principal de este barrio y fue todo un éxito, además de los museos y templos de esa zona.

Del otro lado del río Vistula en la zona de Podgorse los nazis recluyeron a más de 60,000 judíos para después mandarlos a la muerte, o a trabajar como esclavos. Ahí se encuentra la fabrica que regenteaba Oscar Schindler, que se hizo famosa por la película de Steven Spielberg . En ese lugar se instaló una exhibición sobrecogedora del período de la guerra en Cracovia en todos sus aspectos. Poco visitado, a escasos kilómetros hay una colina con árboles donde estuvo el campo de concentración de Plaszow y donde existe un memorial a los alrededor de 8,000 judíos que fueron asesinados y enterrados ahí . Escalofriante estar ahí sólo.

En Varsovia, completamente reconstruida de acuerdo a los planos originales, hay hermosos parques, un museo dedicado a Federico Chopin, héroe nacional, monumentos a la resistencia, etc., y recientemente un espectacular museo, llamado Polin (Polonia en idish), que describe de forma atractiva y sensible la historia del milenio en que habitaron los judíos en ese país y su constante aporte a la vida y cultura polacas y que ahora tratan de reconstruir, después de la catástrofe. La museografía es excelente, muy didáctica y, además de algunos turistas, estaba lleno de familias polacas jovenes que no han tenido contacto directo con esa población hoy desaparecida. Es un hermoso edificio y vale mucho la pena conocerlo.

Por razones muy personales, Varsovia me queda grabada, no tanto por la ciudad actual, moderna de amplias avenidas y relucientes rascacielos, sino por lo que por siglos fue un centro cultural de vida judía entrelazada con la música y avances científicos pero también desgraciadamente por la ignorancia y fanatismo que provocaron violentos choques que rompían con la convivencia de siglos. Mis familiares emigraron por enfermedades como la temible influenza española, la pobreza y discriminación después de la Primera Guerra Mundial, y lograron establecerse en México, país cuya belleza y hospitalidad es ejemplo para todos.

Una experiencia tan intensa como la que viví en este viaje a Polonia es importante para no olvidar a mis ancestros, recordar la gran tragedia de la maldad humana y esperar que todos busquemos en la tolerancia un mejor futuro, a pesar de los nubarrones que tenemos en la actualidad. No hay que olvidar, y hay que aprender del pasado para no repetirlo.