El pasado sábado 3 de septiembre en el desayuno de APEIM tuvimos como invitado a Salomón Grabinsky, escritor y catedrático de la UNAM, ingeniero químico, maestro en ingeniería industrial y en administración de empresas, además de colaborador del diario Excélsior con la columna “Del verbo emprender”, ha publicado 22 libros, dirigidos principalmente a emprendedores, y algunas novelas. Su obra le ha valido diversos reconocimientos y premios a nivel nacional e internacional.

ELENA BIALOSTOCKY PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO –En su visita, Salomón nos habló sobre su reciente viaje a Cracovia, Polonia y de cómo esta experiencia le cambio la vida.”A mi esposa, Gina Zabludovsky, la invitaron a la Universidad de Varsovia a dar una conferencia de “Teoría Sociológica” En el momento que me enteré le dije que no iba, que no me interesaba visitar Polonia. Pero donde manda capitán… así que fui.

Al llegar a Polonia, dije que a sólo iba a Cracovia, porque la ciudad es muy bonita, así que me fui a Cracovia, donde visité el ghetto y la casa Schindler, todo muy interesante. Me fui a un pequeño campo de concentración a las afueras de la ciudad, porque no quise ir a Auschwitz. En ese campo estaba un cuidador que se levantaba todas las mañanas, salía a su ventana, tomaba su rifle y mataba a un judío. Luego ya podía desayunar. Ahí murieron ocho mil personas, a las que enterraron, y cuando iban llegando los soviéticos, las desenterraron y las quemaron.

Pero mi esposa me dijo, vas a Varsovia, y fui. Me cambió la vida. Mis padres nacieron en Varsovia; gracias a este gran país, México, que les abrió las puertas, se salvaron. En mi casa nunca se hablaba polaco. Al llegar allá vi un museo del que tengo muy buena impresión llamado Polin, por Polonia, tiene mil años de cultura de la vida judía en Polonia. Después fui a un lugar llamado Jewish Historical Institute. En este se guardan los archivos que se pudieron conseguir de los judíos en toda Polonia. Llevé las actas de nacimiento de mi mamá, de mis tíos, el pasaporte de mi abuelo, se los di. Señores, me cambió la vida, ahora tengo las matzeives (lugar de las lápidas), fui al cementerio, vi las matzeives de mis abuelos, tatarabuelo y sé el nombre del papá de mi tatarabuelo, del siglo XVIII. A mucha honra, mi tatarabuelo vendía verduras en la esquina del palacio real. Posteriormente fui a buscar datos al registro civil. En la mañana siguiente desayune a dos cuadras del museo en el restaurante Hansel y Gretel, en la esquina de Juan Pablo II y Mordechai Anielewicz.

En el museo ademá encontré mapas; ahí me di cuenta de lo importante que es encontrar nuestras raíces”