LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En diciembre se acentúa el caos vial de la Ciudad de México

Acostumbro hacer una segunda visita al año al antiguo panteón israelita en noviembre de cada año para rezar a la memoria de mis familiares; este año no pude ir en noviembre por problemas de salud, empero, fui el primer domingo de diciembre, previamente me dirigí al mercado de las flores de Jamaica. Dos cuadras antes de llegar al mismo el tránsito estaba paralizado por un sinnúmero de personas que, en automóvil o a pie, compraban afuera del mercado árboles de navidad, heno, esferas, flores de nochebuena, luces para adornar los árboles y otros artículos para la decoración de navidad.

En el estacionamiento del mercado, en el que por falta de orden de los conductores de vehículos se formó un embotellamiento; para transitar por el mismo “te la tenías que jugar a la brava” con el riesgo de chocar, que te chocaran o que atropellaras a una persona de las multitudes que se desplegaban imprudentemente entre los coches. Dentro del mercado había orden, sin embargo los precios de las flores (generalmente compro gladiolas) se habían triplicado o cuadruplicado. Los comerciantes se confabulan en la temporada navideña para subir desmesuradamente los precios ante la gran demanda (inelástica) de las fiestas de fin de año. El vendedor de flores en donde las adquirí, me advirtió que la próxima semana subirían más los precios. Ni modo la ley de la oferta y la demanda.

Desde que me aproximé al mercado, entré a comprar las flores y salí del mismo, habían transcurrido dos horas. Llegué agotado al panteón en donde, como de costumbre, la señora Gabriela, que se encarga del cuidado de las tumbas, me recibió con cordialidad. La señora Gabriela tiene 83 años, la conozco desde hace 55 años cuando ayudaba a su madre quien, ya anciana, cuidaba las tumbas de mis familiares. Lo he comentado en Crónicas previas, las visitas al panteón no son un “picnic”, recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros causa dolor. Mis hijos y nietos no van al panteón, adoptan una postura cómoda: no enfrentarse a la muerte que también es parte de la vida.

A la semana siguiente acompañé a mi esposa al viejo Mercado de San Juan, en el centro de la Ciudad de México, distante a 8 ó 10 cuadras del edificio en donde viví mi infancia hasta los diez años. Oficialmente se llama Mercado Ernesto Pugibet, porque se ubica en la calle de ese nombre, tiene más de 150 años de antigüedad. Comenzó siendo un modesto tianguis, con los puestos extendidos sobre el suelo; no obstante, las instalaciones actuales, con más de 300 locales, datan de 1955. Hace mucho tiempo que no concurría a este mercado.

Al igual que en el Mercado de Jamaica, el de San Juan estaba paralizado por la gran concurrencia de compradores y camiones descargando mercancías en la época prenavideña. El mercado destaca por la gran cantidad de productos gourmet y exóticos que allí se venden o se pueden comer en el sitio. Se comercializan carnes exóticas como búfalo, zorrillo, iguana, cocodrilo, armadillo, venado, jabalí, avestruz, león, entre otras, que según tengo entendido son de animales en extinción y está prohibida su venta. También se vende carne de cerdo, res y conejo, nosotros compramos un conejo.

Asimismo, hay aves: pollo, pavo, codorniz, faisán, ganso, pichón, tórtolas y pato. Adquirimos un pollo, que no es inyectado con hormonas (de libre pastoreo) y huevos de gallina. Existen varios puestos de pescados y mariscos: anguilas, mantarrayas, cangrejos, langostinos y otros productos de mar. Por otro lado, cuenta con varios negocios donde se pueden encontrar productos de origen mexicano que se consumían en el mundo indígena previo a la Conquista Española (1521), como por ejemplo: acociles, escamoles, chinicuiles, jumiles, chapulines, caracoles y ranas; que se venden a precios elevados en los restaurantes. Compramos medio kilo de chapulines que son muy sabrosos y baratos. Me impresionó que en una vitrina estuvieran a la venta escorpiones, uno de los arácnidos más venenosos, capaces de matar a una persona con un piquete; increíble que su longevidad media sea de entre 3 y 8 años. Le pregunté al joven vendedor que los exhibía: “¿Cómo le hacen para quitarles el veneno?”, con naturalidad me contestó: “sólo se les corta la cabecita”.

Se vende una gran variedad de frutas; verduras y tubérculos de especies regionales e internacionales que difícilmente se encuentran en otros mercados. Igualmente se puede adquirir latería de todo el mundo: embutidos, quesos y múltiples tipos de abarrotes, frente a varios puestos hay mesas y sillas para sentarse y disfrutar tapas y otros bocadillos españoles.

Las carnes, verduras y pescados son frescos y a precios más bajos que en los mercados o supermercados. En general, la actitud de los comerciantes es cordial, obsequian muestras de bocadillos; tienen buena disposición para dar información sobre las diferentes maneras de cocinar los productos que venden. Actualmente el mercado está teniendo una renovación parcial; creo que este mercado está muy lejos de las magnificas instalaciones de mercados europeos que he tenido oportunidad de conocer. Igualmente le faltan mejores condiciones de higiene y para la descarga de mercancías; me causó muy mala impresión cómo descargaban tan primitivamente a los animales sacrificados. Al final de cuentas ir al Mercado de San Juan es una grata experiencia por la diversidad y calidad de los productos que se venden, así como por la calidez de la gente.

Tejezakna, el himno de los Jalutzim

Dos meses atrás recibí un video de mi Janij (educando) Jaimito, del cual fui su madrij (guía) en el movimiento juvenil. Ijud Hanoar Hajalutzi entre 1955 y 1957; cuando lo conocí él tenía 11 años y yo 15; era un niño y yo un adolescente; de aquí que lo llamé en diminutivo, aunque también entre ciertos grupos de judíos suelen llamarse por sus nombres en diminutivo, quizá como expresión de afecto.
Jaimito hasta la fecha me dice Leoncito. El Ijud Hanoar Hajalutzi tenía como objetivo principal promover los valores judíos y el amor hacia Israel y que los jóvenes emigraran a ese país. En el Ijud teníamos una intensa vida cultural y actividades sociales, artísticas, campamentos y un sinfín de eventos enmarcados en el judaísmo y el sionismo, creíamos en el socialismo a través del establecimiento de aldeas agrícolas colectivas en Israel; de adolescente viví en una de ellas durante un año. Teníamos un código de conducta, no escrito, que promovía el compañerismo y la sencillez en nuestras relaciones; no acostumbrábamos tomar bebidas alcohólicas ni fumar. Poseíamos una simbología propia, entre ellas un himno que cantábamos en eventos especiales; este es justo el contenido del video que me envió Jaimito y que yo tenía “enterrado” en mi pasado. Cuando lo escuché en hebreo, interpretado por un tenor judío ya fallecido, me removió el alma.

Birkat Haam es una poesía conocida como Tejezakna, compuesta por Jaim Najman Bialik en 1894, el poeta judío considerado uno de los más influyentes de la lengua hebrea y poeta nacional de Israel. Al poco tiempo de su creación se convirtió en el himno de los Jalutzim (pioneros) en Israel. Las dos estrofas que se cantan traducidas del hebreo al español y, que tanta emoción nos causaban, dicen así:
“Esforzaos, esfuércense vuestros brazos, hermanos, que acaricias las glebas de nuestro suelo, que no desfallezcan nuestros espíritus alegres, exaltantes, trabajad todos juntos, juntamente por la salud del pueblo”.
“¿Quién se burlará hoy de la faena humilde? ¡El sería el burlado! Id y salvad a vuestro pueblo manejando el pico, hasta que desde la cima de los montes se oiga retumbar la voz del Señor que proclama ¡subid! ¡Adelante!”

Jain Najman Bialik (JNB) nació en 1873 en la aldea de Rody, provincia de Volhin, Rusia, en el seno de una familia pobre, quedó huérfano de padre y se educó en casa de su abuelo judío muy observante, de posición económica holgada. Estudió y se destacó en la Ieshiva (academia de estudios Talmúdicos). Entre 1893 y 1897 su producción poética de ese periodo se refiere al debilitamiento de sus lazos con la religión, al consuelo que le brindaba la naturaleza, al movimiento sionista y su empeño en combatir sus estados depresivos; fue en este marco que compuso Tejezakna.

JNB fue también ensayista, traductor, editor y estilista de la lengua hebrea. En 1933, un año antes de su muerte, publicó sus poesías en un gran volumen que incluía 124 composiciones; a fines de 1934, después de su muerte, se editó un nuevo gran volumen donde fueron agregados varios poemas y canciones infantiles, en total 136 obras. En el 2004 se editó un nuevo libro que contiene todas las poesías del volumen de 1934 y otras más correspondientes a distintos periodos de su vida que mantuvo ocultos y que nunca se publicaron para alcanzar 150 obras.