BERNARD EDINGER / Para evitar los campos de la muerte, Marie Jalowicz hizo grandes esfuerzos en medio de angustiosas circunstancias y apenas sobrevivió.

Nací en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial y no hubo una sola comida familiar en las décadas que siguieron durante las cuales mi madre o mi padre no mencionaran el tema del Holocausto al menos una vez.

Se han escrito innumerables libros sobre la Shoá y he leído un buen número de ellos.

Pero una de las memorias más memorables de la época que he leído es “Underground in Berlin” (Clandestinos en Berlín) de Marie Jalowicz Simon.

Nacida en una familia judía educada de clase media en Berlín (su padre era abogado), el autor era un “U-boat” o submarino – viviendo “Untergetaucht” (sumergido). Ambos términos se usaban para los judíos que se escondieron como no judíos, en la capital alemana durante la Segunda Guerra Mundial.

Había 163.000 judíos en Berlín cuando los nazis tomaron el poder en 1933. Muchos se fueron antes de la guerra pero aun quedaban 75.000 en la ciudad en 1939. Cuando terminó la guerra, apenas 6.000 seguían vivos. Tres cuartas partes de ellos estaban casados con no-judíos y se salvaron -pero sólo por las maníacas leyes de pureza racial de Hitler que enviaban a algunos a la muerte mientras dejaban que otros vivieran. Y luego había alrededor de 1.500 “submarinos”. Marie Jalowicz era uno de ellos y su historia se cuenta en sus memorias.

Inicialmente redactada para el trabajo obligatorio de fábrica, decidió en 1941, a los 19 años, que jamás sobreviviría viviendo dentro de la ley. Abandonó su lugar de trabajo obligatorio y su hogar al morir su padre por causas naturales ese año (su madre había muerto antes de la guerra), pero siguió viviendo bajo su identidad real hasta junio de 1942, cuando escapó por poco de la detención de la Gestapo.

Para sobrevivir, se mantuvo oculta. Evitaba los barrios en los que había crecido y donde podía haber sido reconocida y vivió bajo falsas identidades en duros distritos de clase trabajadora, cambiando su acento y su forma de hablar para mezclarse.

Puerta de Brandenburgo, 1938: El nazismo ya domina Alemania desde 1933 y prepara la nueva guerra mundial.

La ayudó gente que generalmente no sabía que era judía, aunque a menudo sospechaban que estaba evitando la ley.

Algunos la protegían por razones ideológicas -en su mayoría gente de clase trabajadora comunista endurecida a la que estaría eternamente agradecida.

Uno de los que la ayudaron a refugiarse, y que sabía que era judía, la pasó a los compañeros comunistas como “muchacha rusa paracaidista” para granjear sus simpatías.

Otros la protegían por razones más egoístas: ella les servía como ama de llaves, cocinera, cuidadora de ancianos y esclava sexual. “Al leer su historia nos damos cuenta de que la historia no era de color blanco o negro, sino gris”, dijo su hijo Hermann Simon en el reciente lanzamiento de la edición francesa del libro, titulado “Clandestina”. La edición alemana original “Untergetaucht” fue publicada en 2015.

Nadie la ayudó por nada. No le pidieron dinero a esta joven guapa porque no tenía dinero”, dijo Simon, historiador y director de la Fundación Nueva Sinagoga de Berlín, a una audiencia en el Museo y archivo del Holocausto de París.

Las experiencias de su madre incluyeron escapar de la Gestapo cuando vinieron a arrestarla en su habitación, y sufrir un aborto doloroso auto-inducido sentada en un cubo aislada en un jardín al aire libre.

Se había comprometido con un hombre chino y luego con un búlgaro en intentos fallidos de salir de la Alemania nazi. Llegó a Bulgaria, pero rápidamente fue deportada de vuelta a la Alemania nazi porque las autoridades búlgaras sospecharon con razón que sus documentos eran falsos.

Vivió durante un tiempo con un nazi sifilítico y medio loco que afortunadamente no tenía demandas sexuales, y reivindicaba como su posesión más preciada un pelo del perro de Hitler.

Vivió dos años con un rudo obrero holandés que la salvó.

Pero la golpeaba regularmente cuando la encontraba leyendo libros porque pensaba que la distraía de lo que él veía como sus deberes domésticos hacia él.

Escribió que tener un ojo morado era muy propio de las áreas ásperas donde se escondía.

Finalmente, se convirtió en una de las decenas de miles de mujeres violadas por los soldados soviéticos que capturaron Berlín en 1945.

Después de la guerra, sufrió una ruptura mental y física y decidió que no tenía fuerza para comenzar una nueva vida en otro lugar.

En 1948, se casó con Heinrich Simon, un compañero de clase de su escuela secundaria judía de Berlín que había inmigrado a Palestina antes de la guerra y se unió al ejército británico. Él vino a verla a Berlín después de la guerra y finalmente se trasladó allí donde tuvieron dos hijos, Hermann Simon y su hermana.

Fue a la universidad y se convirtió en una notable profesora de la historia literaria y cultural de la antigüedad clásica en la Universidad de Berlín Oriental de Humboldt.

Tal vez en reconocimiento de los comunistas que la ayudaron a salvar la vida, se unió al Partido Comunista de Alemania Oriental.

En un epílogo de su libro, Hermann Simon escribe: “Nunca le pregunté si se consideraba comunista. Probablemente habría respondido que políticamente estaba a la izquierda. Ser miembro de la comunidad judía y dirigir una casa fundamentalmente kosher no representaba ninguna contradicción para ella “.

Casi nunca hablaba de su pasado.

Pero en una carta a un amigo poco después de la guerra, explicó cómo racionalizó su decisión de permanecer en Berlín. “Quiero desactivar el argumento habitual de que el orgullo no nos permite vivir en la tierra de las cámaras de gas. ¿Cree usted que la multitud en cualquier otro lugar del mundo, con sus peores instintos despiertos, se habría comportado peor que la multitud en Alemania? Los alemanes han asesinado a millones de judíos. Pero muchos alemanes, arriesgando sus vidas, hicieron grandes sacrificios para ayudarme”.

Marie Jalowicz Simon dictó sus memorias a su hijo en el último año de su vida. Murió en septiembre de 1998, a los 75 años.

Hermann Simon dijo que su madre dictó 77 cintas de 60 a 90 minutos cada una y le llevó años preparar el resultado, comprobando laboriosamente las fechas y los nombres, y encontrando, dijo, que la memoria de su madre había sido absolutamente cristalina.

La mente se asombra de algunos incidentes relatados por la autora. Habla de un ayudante de una mujer judía que se encuentra en una estación de trenes de Berlín justo antes de hacerla abordar un tren “hacia el este”, es decir, hasta la muerte por gases.

Estando allí, la mujer sufre de diarrea aguda y los policías permiten que vaya al tocador. Cuando sale, el tren se ha ido.

Los agentes de la Gestapo la escoltan a su casa, rompen los sellos en la puerta del apartamento para dejarla entrar y le dicen que se presente en la estación al día siguiente.

La mujer, sin saber qué otra cosa puede hacer o quién podría ayudarla, regresa según lo ordenado y es enviada a su muerte.

Entonces, están los “greifers” (receptores), los judíos a los cuales la Gestapo prometió inmunidad en la deportación a cambio de que rondaran Berlín buscando compañeros judíos para entregarlos.

Varios de ellos destacaron, como Stella Goldschlag, apodada “el fantasma rubio”, probablemente responsable de centenares de muertes pero que sobrevivió a una prisión soviética después de la guerra. Marie se mantuvo alejada de otros judíos porque sospechaba que algunos trabajaban con las autoridades.

Hay muy pocos momentos alegres en estas memorias, pero la autora recuerda permanecer en su apartamento e intentar escuchar emisoras de radio extranjeras una mañana cuando todos los vecinos se fueron a los refugios debido a los bombardeos de una incursión aliada.

“De repente, oí una voz distante [en hebreo]: Po Yerushalayim (Aquí Jerusalem). Golpeé en la pared por encima del receptor y grité, ‘Javerim (camaradas), estoy encerrada aquí con un holandés imposible en un apartamento lleno de insectos perteneciente a una mujer nazi … ¡Pero quiero vivir! Estoy peleando. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para sobrevivir. Shalom, shalom!'”

Fuente: The Jerusalem Post – Traducción: Silvia Schnessel – © EnlaceJudíoMéxico