Enlace Judío México – Las primeras palabras que decimos cada día, al despertar, son Modé / modá aní, “Doy gracias”. Agradecemos antes de pensar. Observen que el orden de las palabras está invertido: Modé aní, no aní modé, de tal manera que en hebreo el “gracias” viene antes que el “yo”. El judaísmo es “gratitud con actitud”. Y esto, según recientes investigaciones científicas, es una idea que realza la vida.

RABINO JONATHAN SACKS

El origen del precepto de dar las gracias se encuentra en la parashá de esta semana. Entre los sacrificios que menciona se halla el korbán todá, la ofrenda de acción de gracias: “Si lo ofrece en acción de gracias, entonces, juntamente con el sacrificio de acción de gracias, ofrecerá panes sin levadura amasados con aceite, y hojaldres sin levadura untados con aceite, y panes de flor de harina amasados y mezclados con aceite” (Levítico 7:12).

Aunque hemos vivido sin sacrificios durante casi dos mil años, un rastro de la ofrenda de acción de gracias sobrevive hasta nuestros días en la forma de la bendición de Hagomel: “El que otorga cosas buenas al que no lo merece”, se dice en la sinagoga, en el momento de la lectura de la Torá, para alguien que ha sobrevivido a una situación peligrosa. Esto está definido por los sabios (basados en el Salmo 107), para el que ha sobrevivido a un cruce de un océano, el que ha atravesado un desierto, el que se ha recuperado de una enfermedad grave, o el que ha sido liberado del cautiverio.

Para mí, el instinto casi universal de agradecer es una de las señales de trascendencia de la condición humana. No es sólo al piloto a quien agradecemos por haber aterrizado con éxito tras un vuelo tormentoso; no sólo al cirujano cuando sobrevivimos a una operación; no sólo al juez o al político cuando somos liberados de la prisión o del cautiverio. Es como si una fuerza mayor estuviera activa, como si la mano que mueve las piezas en el tablero del ajedrez humano estuviese pensando en nosotros; como si el cielo mismo hubiese bajado y viniera en nuestra ayuda.

Las compañías de seguros a veces describen las catástrofes naturales como “actos de Dios”. La emoción tiende a lo opuesto. Dios es la buena noticia, la liberación milagrosa, el poder escapar de la catástrofe. Ese instinto – dar las gracias a una fuerza, una presencia, por encima de las circunstancias naturales y la intervención humana – es en sí mismo una señal de trascendencia. Aunque no se trate de una prueba de la existencia de Dios, es una indicación de algo profundamente espiritual en el corazón humano. Nos dice que no somos un conjunto de genes egoístas concatenados en forma arbitraria que se reproducen ciegamente. Nuestros cuerpos pueden ser productos de la naturaleza (“polvo eres y al polvo retornarás”), pero hay algo dentro de nosotros que se extiende a Alguien más allá de nosotros: el alma del universo, el Divino “Tú” a quien agradecemos. Eso es lo que una vez se expresó en la ofrenda de acción de gracias, y se incluye en el rezo de Hagomel.

A principios de la década de 1990 una investigación médica reveló los efectos físicos de dar las gracias. Se conoció como el Estudio de las Monjas. Unas 700 monjas norteamericanas de la Escuela de Notre Dame de Estados Unidos, autorizaron el acceso a sus registros por parte de un equipo de investigación sobre el proceso del envejecimiento y Alzheimer. Al comienzo del estudio, los participantes tenían entre 75 y 102 años.

En 1930, la Madre Superiora pidió a las monjas escribir un breve relato autobiográfico y las razones por las cuales decidieron ingresar al convento. Estos documentos fueron analizados por los investigadores mediante un sistema de codificación especialmente diseñado para registrar, entre otros factores, las emociones positivas y negativas. Al evaluar anualmente el estado de salud de las monjas, los investigadores examinaron si su estado emocional en 1930 tuvo un efecto en su salud unos 60 años después. Debido a que todas tenían un estilo de vida muy similar, eran el grupo ideal para plantear las hipótesis sobre la relación entre las actitudes emocionales y la salud.

Los resultados, publicados en 2001, fueron sorprendentes. A medida que las monjas expresaron más emociones positivas – satisfacción, gratitud, felicidad, amor y esperanza – mayor era la probabilidad de estar vivas y en buena salud 60 años después. La diferencia de expectativa de vida llegó a ser de hasta siete años. Tan impactante fue el hallazgo, que desde entonces ha conducido a un nuevo campo de investigación del agradecimiento, así como a una comprensión más profunda del impacto de las emociones sobre la salud física.

A partir de la publicación del Estudio de las Monjas y de las nuevas investigaciones inspiradas por el mismo, conocemos ahora los efectos resultantes de las actitudes de agradecimiento que mejoran la salud física y la inmunidad contra las enfermedades. Las personas agradecidas son más propensas a hacer ejercicio regularmente y a someterse a estudios médicos periódicos. La gratitud reduce emociones tóxicas como el resentimiento, la frustración y el arrepentimiento, haciendo que la depresión sea menos probable. También contribuye a evitar reacciones desproporcionadas ante experiencias negativas. Incluso tiende a hacer que la gente duerma mejor. Incrementa la autoestima, haciendo que la envidia por el éxito a los logros sea menos probable. Las personas agradecidas mantienen mejores relaciones con los demás. Decir “gracias” incrementa las amistades y produce una mejor respuesta de los empleados. También es un factor importante para el fortalecimiento de la resiliencia. Un estudio con veteranos de guerra de Vietnam encontró que las personas agradecidas sufrían un menor nivel del síndrome de estrés postraumático. Recordar la variedad de factores por los que debemos estar agradecidos nos ayuda a superar experiencias penosas, desde perder un trabajo hasta el fallecimiento de un ser querido.

El rezo judío es un seminario continuo de agradecimiento. Birkot Hashajar, ‘las bendiciones del amanecer’, dichas al comienzo de las plegarias de la mañana, son una letanía de agradecimiento por la vida en sí: por el cuerpo humano, el mundo físico, la tierra que nos sostiene y los ojos con los que vemos.

La gratitud también se refleja en un aspecto fascinante de la Amidá. Cuando la persona que dirige el rezo la repite en voz alta, permanecemos en silencio, salvo para las respuestas de Kedushá, en las que decimos amén después de cada bendición, con una excepción: cuando el que dirige dice las palabras Modim anajnu laj, “Te damos las gracias”, la congregación dice el pasaje paralelo conocido como Modim de Rabanán. Para cualquier otra bendición de la Amidá, es suficiente responder con amén. La única excepción es Modim, “damos las gracias”. El rabino Elija Spira (1660-1712) explica en su obra Eliahu abbá, que el agradecimiento tiene que venir directamente de nosotros.

He aquí la idea transformadora: dar las gracias es beneficioso para cuerpo y alma. Contribuye tanto a la felicidad como a la salud. También es una actitud autoestimulante: cuanto más celebramos lo bueno, descubrimos que es digno de celebración.

Esto no es fácil ni natural. Estamos genéticamente predispuestos a ver lo malo. Por razones biológicas concretas, estamos alertas a las amenazas y los peligros potenciales. Se requiere atención especial para tomar conciencia de cuántos motivos tenemos para estar agradecidos. Eso, de distintas maneras, es la lógica del rezo, de las bendiciones, del Shabat y de tantos otros elementos de la vida judía.

También está vinculado con nuestro nombre colectivo. La palabra Modé, “Doy gracias”, proviene de la misma raíz de Yehudí, que significa “judío”. Adquirimos el nombre del cuarto hijo de Yaakov, que al nacer, su madre Lea dijo: “Esta vez agradeceré a Dios” “(Génesis 29:35). El judaísmo es agradecimiento: no es la definición más obvia de la identidad judía, pero es la que más exalta la vida.

Shabat Shalom

Fuente: The Times of Israel / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico