Enlace Judío México e Israel.- Esta semana fue el primer Shabbat después de la tragedia. Mi esposa, mis hijos y yo, decidimos ir a cenar a Beth Shalom, una comunidad conservadora, ya que tiene un servicio de Kabbalat Shabbat especial para los niños. Entramos a la sinagoga, y me empecé a sentir muy nervioso. Miré a mi alrededor e imágenes bastante crueles y desagradables empezaron a venir a mi mente. Me empezaron a dar náuseas. No estaba seguro de poder soportar estar ahí.

EDUARDO SCHÑADOWER EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Mi hija, de tan sólo 3 años y quien no sabe lo que pasó (aún no habla así que, aunque quisiéramos no podríamos explicarle), como es su costumbre, una vez que estábamos dentro del salón, empezó a correr, y yo comencé a seguirla. Su cara inocente, llena de alegría por estar en un espacio amplio y abierto, era lo único que me daba ánimos para continuar.

Este Kabbalat Shabbat es radicalmente diferente del servicio tradicional. En lugar de un Jazán leyendo el rezo y siguiendo una estricta liturgia, el rabino en el centro, con su guitarra, tocaba canciones, y las sillas, acomodadas en círculo alrededor de él, daban pie a que quien lo quisiera cantara con él. Los niños corrían a su alrededor como si se tratara de un pequeño sistema solar.

El número de personas que había era abrumador. No fue nuestra primera vez, y las veces anteriores probablemente ha habido menos de la mitad de la gente que había en esta ocasión. La comunidad se unió en esta ocasión para juntar fuerzas, sobreponerse de la tragedia y encontrarse de nuevo con la alegría. Poco a poco las náuseas fueron desapareciendo, y la tranquilidad llegó de nuevo a mi corazón.

Ahí mismo sirvieron una abundante cena, y por supuesto, lo sucedido el sábado pasado fue el primer tema de conversación en la mesa, pero al poco tiempo pasamos a temas más alegres. La cena transcurrió con normalidad.

El sábado en la mañana fuimos a la sinagoga que más frecuentamos, una sinagoga de Chabad que está a poco menos de medio kilómetro de distancia de la sinagoga “Tree of Life”. En esta ocasión había un policía en la entrada. Antes del incidente, las puertas estaban abiertas y no había vigilancia. En el interior, el lugar estaba repleto. Cuando llegamos, ya no quedaban jumashim (libros de Torá), algo que es muy difícil que ocurra en una sinagoga de Chabad. De nuevo esas imágenes desagradables empezaron a llegar a mi mente. Constantemente volteaba hacia la salida para confirmar que el policía siguiera ahí. Pero a diferencia de la noche anterior, ya no sentí náuseas. Durante el discurso del rabino, en el cual habló muy emotivamente acerca de lo ocurrido hace una semana, abracé a mi pequeño hijo, de poco menos de un año, con particular emoción. Dudo mucho que él se haya dado cuenta.

En el kidush, con muchas más mesas de lo acostumbrado, se brindó en honor a las once víctimas. Terminando el kidush, algunos de nosotros fuimos con el rabino a la sinagoga “Tree of Life”. La sinagoga misma estaba acordonada con cintos de la policía, pero en el exterior estaba lleno de flores y piedras en honor de las víctimas. Me llamó especial atención una pequeña ofrenda con decoraciones estilo mexicano y que tenía escrito en español: “Día de los Muertos”. Me quedó claro, ante la ecléctica escena, que toda la comunidad de Squirrel Hill, de todos los orígenes y creencias, había dejado sus muestras de apoyo. Ahí mismo, en el frío, junto a las piedras y las flores, el rabino de Chabad empezó a dar otro discurso lleno de emotividad. El rabino de “Tree of Life” estaba presente y sumamente conmovido. Una multitud se empezó a juntar alrededor de nosotros. Leímos en voz alta el salmo número 20 en hebreo y en inglés, y posteriormente cantamos algunas canciones en honor a las víctimas, incluidas “osé shalom bimromav” y “am Israel Jai”. Aunque el rabino en su discurso mencionó que no se debe llorar en Shabat, yo no pude evitar que muchas lágrimas rodaran sobre mis mejillas. Al terminar el tributo del rabino de Chabad, un grupo coral de afroamericanos comenzó a cantar ahí mismo. Nunca había visto tantas muestras de apoyo tan diversas.

Algo que me quedó muy claro, después de todo esto, es que aún sin haber estado presente en la masacre, el simple hecho de haber estado tan cerca hace que a uno le afecte de manera diferente. Cuando ha ocurrido en otros países, ciertamente duele, pero cuando ocurre tan cerca, es algo que no se puede expresar con palabras.

Ahora sé que esas imágenes desagradables seguirán viniendo a mi mente cada vez que me encuentre en un evento judío, por lo menos en el corto plazo. Pero también sé que tengo que seguir adelante, seguir con mi comunidad. Dejarme vencer por ellas, sería un deshonor para las once víctimas, para esta comunidad de Pittsburgh que nos ha acogido con los brazos abiertos, para mi familia y para mis hijos. Y no hay nada mejor que saber que tengo el apoyo de todos ellos (y ellos el mío) para superarlo.

 

 

 

 

 

 

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