Enlace Judío México e Israel.- Al final del día, Lieberman no cedió, la coalición de Netanyahu no pudo integrar una mayoría (se quedó en 60 escaños, justo la mitad de la Knéset), y se votó el cierre del gobierno, por lo que el próximo 17 de Septiembre habrá nuevas elecciones.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Lieberman apeló a que no quería ser parte de un gobierno dominado por la Halajá, refiriéndose con esto a los privilegios concedidos a los partidos religiosos (especialmente en relación al servicio militar de los judíos jaredim). Con ello, puso sobre la mesa el tema del desmedido poder que estos grupos —minoritarios, en términos objetivos— han obtenido gracias a sus cabildeos que, en muchas ocasiones, podrían ser considerados verdaderos chantajes.

Pero la postura de Lieberman es tramposa. A cambio de sus cinco escaños (una representación casi ridícula en un parlamente de 120 escaños totales), estaba exigiendo la cancelación de una serie de acuerdos con los partidos religiosos. Si Netanyahu hubiera aceptado, lo más probable es que entonces estos partidos hubieran abandonado la coalición. Shas tiene ocho escaños; Judaísmo Unificado de la Torá también. La salida de cualquiera de estos dos habría sido entonces peor que no contar con el apoyo de Lieberman.

Esta situación es el resultado de un severo vicio en el que se ha visto inmersa la política israelí desde hace varios años, y que es la polarización radical de los bloques que se identifican como “izquierda” o “derecha”.

Desde siempre, ningún partido por sí mismo ha logrado ganar una mayoría (61 escaños o más). Siempre se ha tenido que recurrir a coaliciones (antes o después de las elecciones; da igual). Pero desde los 90’s y durante todo lo que va del siglo XXI, ya ni siquiera podemos hablar de mayorías, sino de “las minorías más grandes”. Por ejemplo, en la última elección los máximos ganadores fueron el partido Likud y la coalición Kajol Laván, con 35 escaños cada uno. Es decir, apenas un poco más que la cuarta parte.

Esa situación obliga a los ganadores a buscar el apoyo de partidos pequeños —como Shas, con 8 escaños, o el Israel Beiteinu de Lieberman, con 5— para poder integrar la coalición de gobierno, que debe tener un mínimo de 61 integrantes para poder tener la mayoría en la Knéset.

Y eso, inevitablemente, le da un poder desmedido a cualquier partido. En una coalición de gobierno con una precaria mayoría de 61, dos votos pueden marcar la diferencia. Luego entonces, hay que hacerle demasiadas concesiones a los portadores de esos dos votos. Si son 8 o 10, peor aún.

¿Qué sigue? Por lo pronto, nuevas elecciones, y es muy probable que las vuelva a ganar Netanyahu. A fin de cuentas, él es quien está saliendo de todo este affaire como la víctima, y la percepción generalizada es que fue Lieberman y su intransigencia la causa del cierre del gobierno. La peor acusación que se podría hacer sobre el todavía Primer Ministro es que no haya permitido que se le encargara la coalición de gobierno a Benny Gantz, pero cualquiera que conozca la política israelí sabe que eso no habría tenido sentido. Sólo habría prolongado el limbo político en el que está el país, ya que Gantz ni siquiera habría reunido a 60 parlamentarios en una hipotética coalición liderada por Kajol Laván. Lo más que habría conseguido son 55.

Así que las nuevas elecciones eran inevitables.

Por supuesto —y sobre todo gracias a las campañas que se vienen en los próximos meses—, Lieberman va a pagar los platos rotos. Su ya de por sí debilitado partido podría no soportar el juicio de la sociedad israelí.

Y esa es la primera cosa que me gustaría ver: que un grupo político que ha asumido una postura mezquina, quede fuera de la Knéset. El radicalismo de Lieberman —que se queja de que Netanyahu es demasiado blando— no tiene mucho o nada que aportarle a la política israelí. Soy el tipo de persona que prefiere que esos escaños pasen a los partidos más centrados, y no que se queden con los más radicales.

Pero hay algo que también me gustaría ver por parte de Benny Gantz.

Un severo error cometido por este general fue asumir el mismo rol de los partidos de izquierda, pese a que él insistió en que Kajol Laván no era una propuesta de izquierda.

¿A qué rol me refiero? Al de oposición a ultranza de Netanyahu, algo que —si realmente no es de izquierda— no necesita.

Si Gantz se abriera a la posibilidad de ser parte del gobierno de coalición, sus votos y los de Netanyahu podrían sumar una cómoda mayoría de 70 escaños. Entonces, las concesiones y la negociación tendría que ser entre un partido de centro-derecha y una coalición de centro. Mil veces mejor que tener que negociar con los grupos más radicales.

Eso le quitaría a los partidos pequeños —religiosos o de cualquier tendencia— la capacidad de chantajear al gobierno. En consecuencia, los líderes partidistas de Israel tendrían que dedicarse a hacer verdadera política.

Por supuesto, soñar con esta posibilidad no pasa nada más por las manos de Gantz y su disposición a colaborar con Netanyahu. También pasa por el escritorio de este último, que mostraría un gesto de gran estadista si estuviera dispuesto a invitar a Gantz a ser parte de la coalición de gobierno.

Quiero imaginarme una elección en la que Lieberman pierda sus cinco escaños, y estos pasen a Likud. Mejor ahí que con Israel Beiteinu. Si así fuera, Netanyahu podría integrar su coalición con los mismos integrantes que tiene ahora, salvo porque tendría el suficiente capital político propio para no tener que lidiar con otro berrinche de Lieberman.

Pero eso sería un tanto lamentable. Sería darle continuidad a un modo viciado de hacer política, mismo que se ha anquilosado en Jerusalén desde hace varios años.

Qué diferencia sería si, en vez de ello, invitara formalmente a Gantz a dejar atrás el antagonismo y poner a trabajar juntos a los dos bloques políticos israelíes más grandes.

Lamentablemente, me temo que eso no será posible.

En medio, como barrera entre Gantz y Netanyahu, están las acusaciones pendientes contra este último, todas por casos de corrupción. La manzana de la discordia en la coalición gobernante sería la propuesta de ley que pretende darle inmunidad al Primer Ministro mientras esté en funciones.

Y es que Gantz, junto con toda la izquierda, han apostado demasiado a esos juicios. Por el momento, saben que es el único recurso que tienen para derrotar a Netanyahu, toda vez que en las urnas no pueden con él.

¿Tienen futuro las acusaciones? A mí me parece que no. Mi muy personal impresión es que al final del día, serán desestimadas (como ya se hizo en otras ocasiones) y Netanyahu saldrá bien librado del asunto. Eso, inevitablemente, va a debilitar a la oposición, y podría significar hasta otra reelección de ese viejo lobo de mar de la política israelí.

¿Tiene sentido la ley de inmunidad que está promoviendo Netanyahu? En abstracto, no. Es incluso aberrante. Proponer que un Primer Ministro no pueda ser procesado mientras esté en el cargo no suena bien desde ningún punto de vista. Pero tiene lógica. Después de varios intentos de la izquierda por lograr en los tribunales lo que no ha podido lograr en las votaciones, pareciera que sí es importante dotar al Primer Ministro —sea quien sea— la tranquilidad de que no va a ser vapuleado por un frente ajeno a la verdadera política.

Y en medio de todo eso, los partiditos siguen conservando sus cotos de poder.

Altura de miras es lo que más brilla por su ausencia en la política israelí de estos momentos. Ojalá que los líderes que más ciudadanos y parlamentarios aglutinan a su alrededor —Netanyahu y Gantz— lo entiendan y sean capaces de darle un giro a esta situación.

No me atrevo a decir que se solucionarían los muchos problemas que hay en la política israelí, pero sí puedo decir que se abriría la puerta a nuevas posibilidades, nuevos retos, nuevos paradigmas.

Y a eso siempre se le puede sacar mucho provecho.

Esperemos, pues, a septiembre 17. Ya veremos de qué están hechos nuestros políticos.

 

 

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