Enlace judío México e Israel.- Como parte de las campañas previas a las inminentes elecciones en Israel, las oficinas del partido Likud han desplegado grandes anuncios en donde se puede ver a Netanyahu saludando cordialmente a Vladimir Putin. Los especialistas señalan que es un guiño a los votantes rusos que normalmente favorecen al partido Yisrael Beiteinu, pero —en realidad— es algo más complejo que eso.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Cierto: Ese tipo de anuncios donde Netanyahu se ve muy de plácemes con Putin puede servir para robarle votos a Yisrael Beiteinu (algo que no sería nada malo, visto que Avigdor Lieberman —líder de ese partido— suele ser bastante mezquino a la hora de vender su apoyo en la Knéset), y es que su base electoral son judíos llegados de Rusia, muchos de los cuales están bastante encantados con la figura de Putin.

Pero está el otro lado de la moneda: Justo cuando Putin está enfrentando fuertes manifestaciones en Moscú, y además reprimiéndolas de manera brutal, ¿no podría ser contraproducente para Netanyahu este tipo de propaganda? A muchos analistas les parece que una foto donde le das la mano a un gobernante intolerante y absolutista no parece ser la mejor idea.

Depende del enfoque. Sin duda, los analistas que pueden desglosar el perfil político e ideológico de Putin no van a tener una buena impresión de ese tipo de publicidad electoral. Pero el ciudadano israelí de a pie (y particularmente los rusos) no son analistas, sino —en su mayoría— admiradores de Putin. Y esta no es la primera vez que el mandatario ruso se comporta con cruda dureza e incluso violencia contra sus opositores. Si de todos modos tiene sus fans en Israel, es porque estos fans aprecian la “mano dura” con la que Putin pone orden en su país.

Así que lo que puede hacerle ruido en la cabeza a los analistas, puede ser música en los oídos de los electores. Y el mensaje es para los electores. Luego entonces, puede que Netanyahu se apunte un acierto con esta campaña.

Pero este es el nivel más superficial del asunto. Hay otro mensaje subyacente en esa foto: Netanyahu le está recordando a todos los electores en Israel que hay campo libre para seguir defendiendo los intereses de seguridad en Siria. Es decir, que cada vez que Israel requiera destruir instalaciones, armamento o tropas de Irán, Siria y Hezbolá en el vecino país que sigue en guerra civil, podrá hacerlo —tal como ha sido hasta ahora— sin entrar en conflicto con Rusia.

En otras palabras, que Israel sigue teniendo todo el control para mantener a raya las ambiciones regionales de Irán. Algo que los otros líderes que están compitiéndole a Netanyahu por el cargo de Primer Ministro, como Benny Gantz, no necesariamente podrían presumir.

Este asunto va más lejos: A la par de la publicidad donde Netanyahu se muestra cordial y amistoso con Putin, Likud desplegó más propaganda igualmente espectacular en donde también se ve a Bibi saludando, con la misma cordialidad, a Donald Trump (presidente de los Estados Unidos) y a Narendra Modi (premier de la India).

Allí está el resto del mensaje: Nunca en la historia Israel había tenido relaciones diplomáticas tan sólidas como ahora, justo cuando el propio Netanyahu se está haciendo cargo de toda la diplomacia del Estado hebreo.

Los ominosos cálculos de Barack Obama y la izquierda israelí resultaron tan patéticos como inexactos. En otras épocas, justo cuando la Administración Obama encabezaba los planes más sutiles y agresivos de aislamiento israelí, políticos como Isaac Herzog y Tzipi Livni se dedicaron a hacer coro advirtiendo que la intransigencia de Netanyahu estaba llevando a Israel a la marginación diplomática total.

Fallaron. De entrada, las erráticas y contraproducentes políticas de Obama en Medio Oriente fomentaron el acercamiento entre Israel y Arabia Saudita, y eso permitió que las relaciones con el mundo suní comenzaran a cambiar. Por supuesto, era demasiado pronto para que ese acercamiento se tradujera en un nuevo paradigma diplomático con los países árabes, pero se empezó a experimentar con países africanos. Digamos que una especie de calentamiento para ver qué tanto se podía avanzar en esta ruta.

El experimento tuvo un éxito rotundo, e Israel comenzó a mejorar su presencia en el concierto internacional.

Curioso: Esta nueva situación hizo que la diplomacia israelí dejara de tratar de recuperar terreno en la siempre despistada y torpe Europa, y mejor se avocó a redondear el trabajo con naciones periféricas al mundo suní. Luego, Trump ganó las elecciones, y su gente se dedicó a darle la vuelta a la política exterior estadounidense. Con ello, se reforzó el esfuerzo que Netanyahu había desplegado en su agenda diplomática.

Al final, Livni y Herzog se llevaron un palmo en las narices, y hoy por hoy están completamente eclipsados en la política de Israel. El protagonismo en la oposición anti-Netanyahu lo han retomado otros actores, menos torpes y timoratos.

El proceso no se detuvo con los países sunitas. Se extendió hacia Rusia. Evidentemente, la diplomacia israelí no ha tenido demasiada dificultad para convencer a la gente de Putin —y a Putin mismo— que Irán no es un buen negocio a largo plazo. Es un país en crisis, obsesionado por hacer todo mal debido a que se gobierna desde criterios teológicos, no políticos.

El verdadero socio comercial a mediano y largo plazo en Medio Oriente es Israel. Máxime si va a consolidar su acercamiento con los saudíes. El dinero del mundo sunita —justo cuando está por entrar a su última fase de abundancia petrolera— sumado al desarrollo tecnológico israelí —especialmente el enfocado a soluciones viables para un mundo que va a tener muchos problemas con el calentamiento global— hace que cualquiera con dos dedos de frente (y Putin tiene muchos más) se dé cuenta que no vale la pena apostarle a Irán, que no tiene nada que ofrecer, salvo su religiosidad extremista.

Mientras, el electorado sigue recibiendo un mensaje claro por parte del Likud: Netanyahu ha ganado una carambola de muchas bandas, reposicionando a Israel en la diplomacia regional, garantizando la recuperación del vínculo tradicional con los Estados Unidos, consolidando la simpatía con los rusos y, con ello, la garantía de que podrá defenderse de Irán en Siria todas las veces que quiera, y de las formas que sean necesarias.
Algo que, guste o no, le sigue quedando muy grande a otros políticos israelíes. En realidad, fuera de su alcance.

Acaso el mayor logro de Netanyahu ha sido demostrarle a la sociedad israelí que el conflicto con los palestinos no es, ni fue, ni será, el principal problema del Estado judío. Que había otras cosas que atender y cultivar. Poco a poco, Bibi fue haciendo su labor bien enfocada y bien dirigida a construir algo que, por primera vez en la Historia, tiene a Israel en la situación más cómoda posible para enfrentar incluso la intransigencia decadente de la causa pro-palestina.

Ahora sólo falta que Netanyahu logre convencer a propios extraños de que eso, paradójicamente, es el punto de partida para encontrar una verdadera solución que les ofrezca a los palestinos la posibilidad de cambiar el rumbo de su historia.

Nunca ha sido buena idea que un político se eternice en el poder. En ese sentido, Netanyahu ya tiene que empezar a pensar en el retiro.

Pero la realidad en este momento es que es el único político israelí que sabe ver más allá de las narices del Estado judío. Más aún: Es el único que ha demostrado que puede jugar en las verdaderas grandes ligas de la política internacional, reventando a Irán, bateando olímpicamente a Europa, coordinando sus agendas con Estados Unidos y Rusia, y reforzando el acercamiento con los países árabes.

Ese es el mensaje de fondo que Likud trata de dar a los israelíes.

Si lo logra, me atrevo a decir que tenemos Netanyahu para rato.

 

 

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