Enlace Judío México e Israel.- Todos conocemos la historia de estos dos hermanos, y su trágico desenlace: Caín, ciego de furia por la preferencia de D-os a la ofrenda de Abel, lo asesina y comete con ello el primer crimen de la humanidad. Su castigo es terrible: Vagabundo y marcado para siempre, termina por establecerse en Nod para convertirse en padre de la civilización. Y allí empieza todo eso que pocas veces nos dicen sobre estos dos personajes.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

A lo largo de la historia, los sabios judíos han reflexionado abundantemente respecto a las implicaciones morales y éticas del relato de Caín y Abel. Hoy, gracias a las aportaciones de la arqueología, podemos agregar un nuevo enfoque y tratar de entender el relato en su contexto original. Es decir, lo que podía significar para los antiguos hebreos, ese grupo de pastores semi-nómadas o nómadas que durante más de mil años se rehusaron a asimilarse a la civilización urbana. Su huella en la historia bíblica de Caín es imborrable, aunque hay que escarbar un poco para detectarla y comprenderla.

Repasemos los detalles menos conocidos de la historia de Caín: Tras asesinar a su hermano (Génesis 4:1-8) y ser juzgado y condenado por D-os (Génesis 4:9-15), el texto bíblico nos dice que Caín se estableció en la tierra de Nod (Génesis 4:16), y ahí procreó una singular descendencia: Primero tuvo a su hijo Janoj, y además fundó una ciudad con ese nombre (Génesis 4:17). Luego la familia siguió creciendo: Janoj engendró a Yirad, este a Mehuyael, este a Metushael, y este último a Lamej (Génesis 4:18).

En este punto parece que la historia de Caín ha quedado atrás, y el relato se concentra en Lamej. Se menciona que tuvo dos esposas: Ada y Zilá (Génesis 4:19), y luego se nos cuentan las peripecias de sus hijos: Yabal fue el padre de “los que moran en tiendas y crían ganado” (Génesis 4:20), y su hermano Yubal el padre de “los que tocan arpa y flauta” (Génesis 4:21). Ambos fueron hijos de Ada. Por parte de Zilá, nació Tubal-Caín, el padre de “los que fabrican todo instrumento punzante de metal y hierro” (Génesis 4:22).

Entonces, de un modo bastante enigmático, Caín vuelve a la escena: En un contexto que no se nos explica, pero que se deduce como trágico, Lamej convoca a sus dos esposas y les dice que va a asesinar a alguien como venganza a una herida recibida (Génesis 4:23-24).

No se nos dice más. No sabemos quién atacó a Lamej, ni en qué terminó el asunto.

Lo que sí sabemos es que hay una serie de similitudes entre Caín y Abel, por un lado, con los hijos de Lamej, por el otro. Y entendidas en el contexto de los antiguos grupos hebreos, nos resultan altamente interesantes.

Lo primero que resalta es que hay una tensión entre la vida sedentaria y la vida nómada, entre la civilización y la naturaleza. Caín es un campesino —oficio de gente sedentaria—, mientras que Abel es pastor —oficio de gente nómada—. Varias generaciones más adelante, Yabal y Yubal son los padres de los que crían ganado y viven en tiendas, y Tubal-Caín es el padre de la industria metalúrgica.

Nótese la similitud etimológica: Abel (Hebel, en hebreo) es un nombre muy similar a Yabal. La única diferencia está en la primera letra del nombre: Hei en el primer caso, Yud en el segundo; luego, ambos nombres comparten las letras Bet y Lamed. Y la similitud en el otro caso ni siquiera se tiene que explicar: Caín y Tubal-Caín.

Entonces, queda claro que la dupla Caín – Tubal-Caín representa la civilización, y la dupla Abel – Yabal representa la vida nómada o semi-nómada. Un tema de gran importancia para los antiguos hebreos.

La evidencia arqueológica recuperada de las culturas sumeria, acadia, mitania, hitita, elamita, babilónica, asiria, cananea y egipcia nos habla de un grupo llamado Habiru (en acadio) o Apiru (en egipcio) que causó frecuentes dolores de cabeza en muchos lugares. Se trataba de gente que se rehusaba a asimilarse a la civilización, y optaban por vivir en las zonas periféricas. No eran un pueblo como tal. Los nombres recuperados de diversos habiru nos demuestran que podían provenir de cualquier lugar, de cualquier pueblo.

En última instancia, los habiru fueron algo más bien similar a los piratas de los siglos XVI al XVIII. Gente que se rebelaba contra la vida urbana, feroces bandoleros dedicados a la rapiña y el pillaje, hábiles guerreros que vendían sus servicios mercenarios a quien quisiera pagarles, pero que además se dedicaban a la ganadería y al comercio.

Se ha discutido mucho si los habiru son lo mismo que los hebreos de la Biblia. Es decir, si la palabra IVRIM es la versión hebrea de la palabra HABIRU.

La evidencia tiende a señalar poderosamente que sí. La única vez en el texto del Génesis que Abraham es llamado “Abram el hebreo” (Génesis 14:13) es en el contexto de un pasaje donde Abram (todavía con su nombre original) se ve involucrado en un episodio de rapiña y pillaje, tras el secuestro de su sobrino Lot por parte del rey Kedorlaomer y sus aliados.

Abram los ataca en compañía de sus cómplices Mamre, Eshkol y Aner, amorreos. Y nótese: Los registros arqueológicos nos confirman que en la zona de Canaán, un buen porcentaje de habiru fueron amorreos.

Es curioso: El contexto es muy distinto y las implicaciones inmediatas parecen ser muy diferentes, pero lo cierto es que Génesis 14 regresa al mismo paradigma: Los nómadas combatiendo a los urbanos; Abram, Mamre, Eshkol y Aner confrontándose con los reyes Kedorlaomer, Amrafel, Arioj y Tidal. Reyes, por cierto, de la zona donde apareció la civilización (Amrafel es referido como rey de Shinar, posible forma hebrea para refierirse a Sumer). O, dicho en otras palabras, una batalla representativa entre los habiru-hebreos nómadas de Canaán contra los herederos de la civilización sumeria y acadia.

Volviendo a la tensión Caín-Abel, es muy interesante como el texto bíblico nos presenta este conflicto como un dilema recurrente. En el mismísimo origen de la humanidad, cuando sólo hay dos hermanos, ya existe esa tensión: Caín, el paradigma de la civilización agrícola y —por lo tanto— el antecedente de lo que luego representarán Kedorlaomer, Amrafel, Arioj y Tidal—, y Abel, el paradigma de la vida natural y nómada —antecedente de lo que luego representarán Abram, Mamre, Eshkol y Aner—.

En ese momento primigenio el asunto parece resolverse con el crimen cometido por Caín (ominoso anticipo de que así sería la relación entre la urbe y el campo: La urbe destruyendo al campo), pero no. Sólo es una pausa. La descendencia de Caín, tarde o temprano, volverá al mismo conflicto cuando llegue la generación de Yabal y Tubal-Caín. La vida en tiendas y la vida en urbes volverán a confrontarse; el oficio del campo y el oficio industrial volverán a marcar una tensión.

La respuesta bíblica es perfectamente coherente con los modos de vida de los antiguos habiru-hebreos: Toda la civilización cainita es destruida en el Diluvio.

¿Premonición ancestral de que la civilización descontrolada provoca cambios en el clima y termina por auto-destruirse? No nos sorprendería justo en una época como la actual, en la que el Cambio Climático es la mayor amenaza que enfrentamos, y cuya consecuencia puede ser una afectación severa de lo que somos —justamente— como civilización.

Y aun así, el conflicto no acaba: Tras el Diluvio, los descendientes de Jam se desplazan hacia Shinar (otra vez Sumer) y empiezan a construir ciudades y templos que puedan llegar hasta el cielo (otra vez la civilización, la vida urbana). Y otra vez son juzgados por D-os mismo y condenados a vivir en la confusión.

Como puede verse, todo lo que hay en los capítulos 4 al 11 de Génesis sigue siendo el conflicto entre Caín y Abel. Evoluciona, se desarrolla, se hace más sofisticado, pero en esencia es lo mismo: La pugna entre la civilización asfixiante y la vida sencilla del campo.

Con ello podemos entender correctamente por qué D-os rechazó el sacrificio de Caín: Era el sacrifico de quien impuso su dominio arbitrario, industrial, sobre la naturaleza. En contraste, el sacrificio de Abel fue aceptado porque fue la ofrenda de quien no se dejó seducir por la vida urbana.

Curioso que Caín, después de su crimen, haya sido condenado al destierro y al miedo. Se le puso una señal para que nadie lo mate. Con ello, se le preservó la vida, pero también se le condenó a ser un fugitivo eterno.

Interesante paradoja: La ciudad, la civilización y la urbe se inventaron justo para darle fin a la vida nómada. Sin embargo, la humanidad ha vivido errante, tal vez más errante que nunca, bajo el engaño de la civilización. Afectando a la naturaleza, alterando el clima, peleando ciudad contra ciudad, reino contra reino, estado contra estado.

Ese es el mensaje de los antiguos hebreos: La urbe nos deshumaniza, nos hace olvidar lo que somos verdaderamente.

La sangre de Abel sigue clamando, desde entonces, que la civilización tiene un trasfondo criminal. Y el diluvio sigue amenazándonos con la sombra del desastre, porque la naturaleza no es inmóvil. Reacciona. Y cuando no sabemos coexistir con ella, se vuelve contra nosotros sin consideración alguna.

 

 

 

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