Enlace Judío México e Israel.- Se trata de una conmovedora historia verídica digna de compartir en estos días de Janucá.

Un hombre sobrevivió al holocausto, pero perdió a toda su familia.
Con la idea de olvidar y dejar atrás esta historia decidió ocultar y olvidar su condición de judío.
Para él ser judío le había hecho mucho daño y por eso quería dejar enterrado en Europa este triste episodio de su vida.
Se estableció en Brasil y formó una familia con su esposa y dos hijos. Vivía feliz en su hogar donde no existía ningún rasgo de judaísmo.
Un día, su hijo mayor cumplió trece años y lo llevó de compras para escoger su regalo.
Caminando por una calle del centro de la ciudad, se toparon con una extraña tienda donde vendían objetos judíos rituales.
Al joven le llamó la atención el escaparate y se quedó un rato observando esos extraños objetos.
Llamó su atención un candelabro tallado rústicamente en madera y le dijo al padre que ése era el regalo que quería para su cumpleaños.
El padre trató de convencerlo que mejor escogiera un juguete o una ropa, porque ese objeto no le serviría de nada.
Ante la insistencia del niño accedió y entraron en la tienda.
El encargado de la tienda les explicó que el candelabro no estaba en venta porque encerraba una historia muy especial:

Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes encerraron a todos los judíos de Europa en campos de concentración para luego matarlos.
En uno de los campos, un judío muy observante, talló este candelabro, el cual se llama januquiá porque se enciende durante ocho días en la festividad de Janucá, con la intención de que todos los judíos del campo, cientos de ellos, pudieran cumplir con el mandamiento de encender la januquiá, a pesar del riesgo que eso representaba“.

Lo que él quería era fortalecer la moral y el espíritu de los presos que vivían día a día la amenaza de la muerte.
Al finalizar la guerra la januquiá sobrevivió al artista que la creó y por alguna razón fue a dar a esta tienda.
El dueño no la quería vender por considerarla un objeto muy preciado.
El niño estaba fascinado con el candelabro y más aún con su historia y convenció a su padre para que se la comprara.
Finalmente, le ofrecieron al dueño de la tienda una cantidad muy atractiva y accedió a venderla.

El niño se llevó a su casa este tesoro y muy emocionado se lo mostró a su mamá.
Lo colocó como adorno en su recámara y todos sus amigos lo visitaban constantemente para admirar el candelabro de madera y escuchar su historia.

Un día, se le resbaló de sus manos y al caer al piso se le desprendió un brazo.
El niño estaba muy consternado y su padre le aseguró que se podía pegar sin que se notara la unión.
Al tratar de unir el brazo al candelabro, notó que estaba hueco y adentro estaba escondido un pequeño papel escrito con una mano temblorosa en francés, la lengua materna del padre, misma que siempre ocultó.
Ante el asombro de su esposa, leyó el emotivo mensaje que contenía la pequeña nota.

En ella, el artista judío relataba su historia y la razón por la que quiso tallar esta januquiá de un viejo pedazo de madera.
Comentaba también que en el campo se vivía con la incertidumbre del mañana y no sabía si alguien la encendería algún día.
Por esa razón pidió a quien la encontrara, prendiera sus ocho luminarias en memoria del alma de todos los judíos que murieron en el infierno nazi.
El mensaje estaba firmado por Shlomo Levín
Al ver la firma al término de la nota, el padre no pudo seguir leyendo y se desmayó.
Su esposa alarmada trató de hacer que recupere el sentido y, al volver en sí, estalló en llanto sin poder emitir una palabra y explicar a su familia lo que estaba sucediendo.

Después de un lago rato, más calmado, el padre explicó que Shlomo Levín era su padre y, relató a su familia su verdadera identidad.

Sus hijos estaban pasmados con la historia y comprendieron lo difícil que había sido para su padre ocultar su pasado y alejarse de su judaísmo.
Entonces todos decidieron que a partir de ese momento abrazarían la fe judía.

Hoy, la familia Levin hizo aliyá y viven felices en Kfar Saba.

Cada año, en Janucá, encienden la januquiá del abuelo, recordando a los seis millones de almas que se perdieron durante el Holocausto.

Estaban seguros de que la januquiá había llegado a sus manos como un mensaje del cielo gracias a la valentía de su abuelo.