Enlace Judío México e Israel – Una dice, aquí en Israel estas cosas no pasan, pero aunque ustedes no lo crean volvía yo de haberme tomado un café con mi amigo Mijael Kirsch en Landver, ese que se encuentra frente al Kikar Rabin. Eran las once de la mañana, cuando en plena avenida Dizengoff, la motocicleta se detuvo ante mí con un brusco frenazo. El adolescente (asaltante, pero yo todavía no lo sabía), se apeó de ella con sorprendente agilidad y me encañonó con su pistola.

—Levanta las manos y no grites- ordenó malhumorado.

Levanté los brazos temblando de mala gana y protesté.

—Oye Bajur, joven, está bien. Pero me parece injusto esto de que la asalten a una a las once de la mañana y en Tel Aviv.

—¿Qué tiene de malo la hora? -gruño el asaltante incrustándome el cañón del arma en la espalda. —¿No te gusta?

—No es que me guste ni me disguste. Pero me parece que no son horas de atracar a una dama israelí al corriente en el pago de sus impuestos.

—¡Y a mí eso qué me importa! Yo trabajo a la hora que me da la gana.

—Ya lo veo- respondí con cierta ironía, aunque me estaba muriendo de miedo. —Además no te molestas en taparte la cara con un cubrebocas o mascarilla, o aunque sea con un pañuelo, como lo hacen los asaltantes en las películas y en México.

El malhechor me miró como si estuviera loca (tal vez lo estoy, pero él no lo sabía), y se rió con una risita acompañaba de una tos seca que me aterró aún más, mientras que los autos y algunos peatones pasaban en oleadas a nuestro lado sin darse cuenta de nada y sin hacernos el menor caso.

—Cómo se ve que eres una Tzfonit, polaca y snob. No me digas que querías un asalto a la antigua, de noche, con antifaz y una porra tipo película Naranja Mecánica. Esos tiempos ya pasaron. En la actual situación israelí de coronavirus y jóvenes sin trabajo, tenemos que redoblar esfuerzos para salir de la apatía que nos aqueja.

—Bueno, muy bien, -continué el diálogo todo el tiempo con los brazos en alto y el revolver tapado, incrustado en mi espalda, en medio de aquel gentío indiferente. —Pero insisto en que no le veo ninguna gracia a esto de que la maten a una a mitad de la mañana.

—Ya lo sé- replicó el asaltante haciendo un gesto. —Mi mujer también me lo decía cuando comencé a aplicar la jornada intensiva. ‘No me gusta que vayas a robar tan temprano. Las vecinas te ven salir y enseguida empiezan hablar. Así es como se inauguran los chismes’. Pero al fin se ha convencido de que no hay otro remedio, si quiere mantener sus telenovelas turcas en Netflix, la sirvienta colombiana una vez por semana, y su tarjeta de crédito visa.

—¿Así que robas durante muchas horas? -pregunté con un falso interés y con la voz quebrantada.

—Ni te lo imaginas, más o menos 14 horas diarias. Quitando las 8 de dormir y las dos de la comida. Me paso todo el p… día en la calle, aunque haga mucho calor. Para mí no existe la semana inglesa o israelí.

—¡Qué horror! – me compadecí sinceramente del muchacho.

—Al precio que está la comida, la municipalidad, la gasolina, todo, todo en este país y con mis hijos ya en edad escolar, comprenderás (¿cómo te llamas?). Comprenderás Shulamit que a estas alturas (ya no me decía señora), no me queda otro remedio.

—¿Y por qué no asaltas un banco o secuestras a un político importante del Likud? -me permití sugerir ingenuamente, -así podrías dar un solo golpe y descansar el resto del tiempo hasta que termine la pandemia.

—Si, pero entonces interviene la Policía y surgen una serie de problemas. En cambio, con los atracos mañaneros, individuales y en motocicleta… ya ves… ni quién se dé cuenta.

—Es verdad- le dije mirando a mi alrededor y comprobando que nadie hacia el menor caso al ver que era yo víctima de un atraco. Aunque tal vez nadie se lo creía. Pensarían que se estaba filmando una película.

—No me haga perder el tiempo señora- (otra vez me llamaba señora), suplicó el tipo esta vez con acento indefinido.

—Lo siento- pero es que solo tengo 20 shekels.

—No importa. Veinte por aquí, cincuenta por allá, cien en aquella esquina, al fin de la jornada se junta lo suficiente para ir sobreviviendo en este país.

—Bueno pues aquí tienes los 20 shekels, que es lo único que llevo encima- suspiré aliviada, entregándole todo mi capital.

—Gracias señora.

El asaltante tomó el billete, lo miró a contraluz para corroborar si no era falso, y se lo embolsó. Después se subió a su moto y se dispuso dar el primer pedalazo. Pero antes de hacerlo me miró compasivamente.

—¿Tienes sencillo para el autobús?

—No, ni un centavo, y además los autobuses ya no reciben monedas.

El hombre meditó un momento y después sacó una moneda de su bolsillo. Una moneda de cinco shekels.

—Toma -me dijo-, no me ofrezco a llevarte pues van a dar las doce y media y es la hora en que mucha gente sale para almorzar, buenas tardes.

El adolescente se lanzó al torbellino del embotellamiento, y al llegar a Nordau pude ver cómo atracaba a otra confiada dama, mientras la vida en esta ciudad de Tel Aviv seguía su agitado e indiferente ritmo.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.